Ciudad Erótica
Raúl Barceló, entre lo erótico y lo religioso
Por Alma Reynoso
La obra de Raúl Barceló destaca por su fuerza. Tomar el pincel y acariciar el lienzo para expresar una ola de emociones que hacen homenaje a la figura femenina, su belleza y sensualidad, es un acto delicioso para el artista nacido en el corazón de la Ciudad de México.
Las mujeres que Barceló retrata, son todas bellas, sin edad, sin pudor. Son parte fundamental de un ritual erótico que despierta las más íntimas emociones para quien las observa. Algunas cubren su desnudez y otras la dejan al viento, retadoras.
La educación artística de Raúl Barceló se desarrolló en el instituto Nacional de Bellas Artes, aunque en su mayoría, con el paso de los años y a base de muchas horas de trabajo de estudio, se ha vuelto autodidacta. Aunque con talento nato, asistió a talleres de dibujo, pintura y escultura al lado de grandes de la plástica nacional como Rafael Coronel, José Luis Cuevas, Juan Soriano y Manuel Felguérez, por mencionar algunos.
Con apenas 18 años, el artista se trasladó a la ciudad de Zacatecas, a la que describe como una ciudad crucial para su formación. De ahí es que Coronel, Julio Ruelas y Francisco Goitia, se convierten en sus grandes influencias y en una catapulta para tomar de manera seria la pintura y dejar en el lienzo su admiración por la figura femenina, mezclada en su justa medida con la religiosidad y la filosofía.
Gracias a la «Irma Valerio Galerías Arte Contemporáneo», que le acogió como uno de sus creadores en su cuerpo de artistas, llevó su obra por todo el ´país, dándole a conocer con mucho éxito. Actualmente, su obra forma parte de prestigiosas colecciones nacionales e internacionales, y combina la plástica con la poesía, la escritura y la música. Es profesor en técnicas al óleo, historia del arte, apreciación estética y análisis de arte contemporáneo.
Vale la pena dejarse llevar por los impulsos que causa una mirada desafiante tendida sobre un lienzo ansioso de belleza. Se vuelve necesario abrir horizontes y dejarse atrapar luego por una voltereta religiosa en la que cabe una simbiosis perfecta con lo humano.