“Matar un Ruiseñor” o el amor a lo diferente

Matar a un Riuseñor
“Uno no comprende realmente a una persona hasta que no se mete en su piel y camina dentro de ella”.
En 1960, tres años antes de que Martin Luther King tuviese un sueño, la estadounidense Harper Lee publicó la que se convertiría en la novela capital de la segunda mitad del siglo XX. “Matar un Ruiseñor” (To Kill a Mockingbird) no sólo difundió el nombre de su autora a cada rincón del mundo (aún cuando no volvió a publicar un solo libro después), sino que abordó de frente el problema de la segregación racial cuando la pugna por los derechos civiles apenas comenzaba a vislumbrarse en el país norteamericano.
Ambientada en Alabama durante los tres años más crudos de la Gran Depresión, la novela es narrada por Jean Louise «Scout» Finch. Con apenas seis años, Scout perdió a su madre antes del inicio de la novela y ahora vive con su hermano mayor bajo el cuidado de su padre, Atticus Finch, y Calpurnia, un ama de llaves. Atticus, como lo llaman sus hijos en lugar de “papá”, es un abogado a la usanza sureña de los años treinta: taciturno y con una formalidad sólo perturbada por una cierta melancolía en sus formas; quizá sin proponérselo, un modelo aspiracional del humano virtuoso y del heroísmo alcanzable.

En la imagen se puede ver a la joven Harper Lee.
En un lugar de Alabama
A través de Scout, somos testigos de cómo un pueblo entero acusa a un hombre negro, Tom Robinson, de haber violado a Mayella Ewell, una chica blanca. En medio del encendido juicio público que pende sobre Robinson, la corte resuelve asignarle a éste un defensor de oficio quien, para sorpresa y disgusto de muchos residentes, resulta ser Atticus Finch, mismo que acepta sin pensarlo dos veces. A partir de entonces, los hijos de Atticus y su amigo Dill (un personaje inspirado en Truman Capote, quien fue amigo cercano de Harper Lee) experimentan a temprana edad los prejuicios raciales de una comunidad entera y sus distintas manifestaciones; desde susurros burlones en el patio de la escuela, hasta ataques personales contra Atticus.
El pueblo de Maycomb, Alabama –reconstruido en la prosa de Lee a partir de sus propios recuerdos de la infancia– está sumido en una crisis económica que, no obstante, permite a sus habitantes regodearse en las promesas idealistas de un país que se sabía destinado al ascenso económico, político y militar, si el bache de los años treinta lograba sobrepasarse con éxito. Después de todo, como nos cuenta Scout en un guiño de complicidad con el lector, a ese “cansado y viejo pueblo” se le acababa de indicar no temerle a nada que no fuese el miedo mismo. Esa referencia al discurso inaugural del presidente Franklin D. Roosevelt, encapsula las licencias que los habitantes de Maycomb decidieron tomarse frente a las puertas del desconcierto.

Portada de la obra que llevó a Lee a todo el mundo.
¿Destinado al fracaso?
Porque justo ese sentimiento patriótico y esperanzador está edificado sobre una creencia en los privilegios absolutos de la raza blanca. Aquello que sea diferente, por fuerza será visto con recelo y se convertirá, a los ojos de la mayoría, en el artífice natural de la descomposición social y la criminalidad. Para Scout, su hermano Jem y su amigo Dill, Atticus acaba de poner sobre su propia espalda una carga demasiado pesada de llevar (“amante de los negros”, le llaman); pero sin saber por qué, algo en ellos despierta irremediablemente. Aun cuando todo Maycomb sabe que Finch está destinado al fracaso. Aun cuando todo Maycomb desea que ocurra ese fracaso.
Vivir con el otro
Los méritos narrativos de “Matar un Ruiseñor” son numerosos, pues transita por el southern gothic y el bildungsroman con igual facilidad, sirviéndose de elementos que humanizan la historia, pero exponen los aspectos más turbios de una comunidad que es víctima de sus propios prejuicios. Las peripecias propias de la infancia, contextualizadas aquí en escenarios soleados y apacibles, van abriendo el camino a la obtención de conciencia (en términos de clase, raza y roles de género) y a la irremediable pérdida de la inocencia.
Existe en la novela una sub-trama que concierne a Arthur “Boo” Radley, un hombre retraído que vive con su padre en el mismo vecindario donde residen los Finch. Pese a que nunca lo han visto, los niños fantasean acercan de su aspecto e imaginan un ser monstruoso cuyas facultades mentales lo abandonaron al nacer. Su vecino es el indiscutible protagonista de sus “cuentos de miedo”. Sin sospecharlo, Scout y compañía alimentan su diversión con una imagen preconcebida que no dista mucho de la que sus vecinos construyeron en torno a Tom Robinson.

Fotograma de la cinta de 1962, dirigida por Robert Mulligan.
El otro
Es aquí donde Harper Lee demuestra que su creación no es ingenua ni pretende ser aleccionadora, pues los niños que dependen de nuestro héroe reproducen las conductas que este último combate, si bien en los límites de la infancia y la inocencia. De manera paralela a Tom Robinson, “Boo” Radley se transforma en “el otro” arquetipizado. Y así, valiéndose de nuestras propias expectativas como lectores, Harper Lee nos cuestiona y tira por la borda el falso heroísmo de las buenas intenciones, quizá tan dañino como el racismo explícito.
El mensaje es claro: el racismo es la encarnación del miedo irracional a lo diferente, siendo el prejuicio la base de todas las malas percepciones. El final de la historia no hace sino confirmarlo.
El heroísmo de lo apacible
Quizá la novela ascendió al olimpo de la literatura mundial por su prodigiosa combinación entre una buena historia y un mensaje universal. No es el idealismo ingenuo lo que mueve a Atticus Finch –“este es su país: lo hemos forjado de ese modo y más vale que aprendan a aceptarlo tal y como es”, dice en un pasaje de la novela– sino su confianza en la persecución de la justicia como la aspiración moral más alta, aun con todos los factores en contra.

Cártel de la película de 1962, inspirada en la obra de Lee.
La vigencia
Su autora construyó una historia que el tiempo y las circunstancias transformaron en una de las banderas culturales del movimiento por los derechos civiles. Sin ser una novela adiestradora, resulta difícil nombrar otras obras de ficción cuyos aprendizajes sobrepasen la frontera del papel con la potencia con que lo logró Harper Lee. Ese conmovedor redescubrimiento que Scout y Jem hacen sobre la figura de su padre, confirman que en la humildad se hallan los principios de un heroísmo total.
No en vano ganó el Pulitzer. No en vano sigue editándose, a más de cincuenta años de su publicación. Hoy más que nunca, “Matar un Ruiseñor” sigue manifestando el amor a lo diferente como la mejor forma de convivencia. La diversidad nos hace más fuertes allá donde los enemigos son la ignorancia, el miedo y, en consecuencia, el odio.
“Quería que descubrieses lo que es el verdadero valor, hijo, en vez de creer que lo encarna un hombre con una pistola. Uno es valiente cuando, sabiendo que la batalla está perdida de antemano, lo intenta a pesar de todo y lucha hasta el final, pase lo que pase. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence”.
Laberinto Clásicos literarios Cristian J. Vargas Díaz
*Cristian J. Vargas Díaz es Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad de Guadalajara, e “intrigoso” como consecuencia. Les debe a Ray Bradbury, Juan Rulfo y Thomas Mann su gusto por la literatura y su vejez prematura. Cinéfilo y “seriéfago” enfermizo, sigue aprendiendo a escribir.
<MTO>
El arte tiene la capacidad de sanar: Ismael Vargas

Con 60 años de carrera sobre sus hombros, el maestro Ismael Vargas aún se emociona con la idea de inspirar a otras y otros —los más jóvenes, principalmente— a replantearse el mundo que los rodea a partir de la contemplación y el contacto con el arte.
“Tengo la esperanza de que el arte sea capaz de distraerlos. O sea, tengo la ilusión de poder rescatar su atención”, dice en entrevista exclusiva para Siker.
Con ese propósito, el destacado pintor tapatío se embarcó en la preparación de una exposición retrospectiva, titulada La vida: Tiempo codificado en la que reunirá 25 obras realizadas en distintos momentos de su trayectoria como artista, y que será exhibida en la Universidad Panamericana Campus Guadalajara a partir del próximo martes 4 de noviembre.
Nacido en 1947 —cineasta, escritor, pintor y escultor—, Ismael Vargas encontró su vocación a los 13 años de edad, enamorado de las pinturas que se imprimían en las cajetillas de los cerillos con que su madre encendía la estufa.
Con la certeza inequívoca de que la pintura era el camino natural que le trazaba la vida, plasmó desde sus primeros lienzos las acumulaciones de objetos que atiborraban los puestos del mercado San Juan de Dios que visitaba de niño.
Sus obras están llenas de pequeñas palomas de barro, muñecas de cartón, trompos, canicas, mariposas y carritos de madera; acumulados de forma obsesiva como se acumulan las plegarias en las capillas o los Om en los monasterios. Una especie de vibración pictórica.
“Es una especie de mantra (…) Es una vibración. Cada vez que yo hago un cuadro, trato de que vibre”, dice y luego sostiene: “Ahora te puedo decir, 60 años después, que he comprobado que el arte tiene la capacidad de sanar a través de la contemplación”.
Iniciaste tu carrera a los 13 años, ¿cómo comenzó todo?
Por frustración. Yo quería ser torero. Y cuando me enfrenté a un becerro, salí corriendo, y supe que me gustaba ver los toros desde la barrera. Luego quise ser cantante de ópera y no canto ni las de Cri-Cri. Por entonces, tenía tiempo de coleccionar y recortar las portadas de los cerillos Clásicos de Lujo que traían reproducciones de pinturas. Y yo no tenía libros de arte, pero hice una especie de libro de arte al pegar todas estas cartitas en un cuaderno. Y entonces, le pregunté a mi papá que qué era eso, y me dijo: es un bastidor en donde se monta una tela y con pinceles y colores se pinta lo que tú quieras. Eso me pareció magnífico. Y le dije: ¿me ayuda a intentar hacer uno? Y me dijo: sí, hagámoslo. Entonces hicimos un bastidor, con un costal de azúcar, lo abrimos, y eso fue lo que montamos.
¿Y qué pintaste?
Bueno, la ignorancia es atrevida. Copié nada menos que Santa Ana, la Virgen y el Niño (de Leonardo da Vinci). Fue maravilloso; al estarlo haciendo, durante el tiempo que duré haciéndolo, me pareció mágico. Era indescriptible la sensación que estaba viviendo. No solo en el acto, sino después del acto de pintar, todo el tiempo que estuviese en contacto con la obra.
¿Qué te ocurría? ¿Una especie de abstracción del mundo?
No. Al contrario, al contrario. Era la sensación de sentirme integrado, yo que siempre me sentí desintegrado del mundo. Me sentía parte del universo cuando me ponía a pintar. Y entonces, simplemente dije: yo quiero hacer eso.
Claro, inmediatamente después, porque tengo ese carácter, pensé: ¿pero yo qué voy a hacer? Ya existe Leonardo da Vinci, Rembrandt, Van Gogh… Todos los artistas que admiro. ¿Y yo qué? Afortunadamente, una voz interior me dijo: No vas a competir, no son las olimpiadas. El arte no es saber quién llega primero o quién puede más, sino es hablar de las cosas que emocionan. Ninguno de ellos nació en una vecindad, cerca del mercado San Juan de Dios, como tú. Y entonces, eso me dio la base de mi trabajo.
¿Tu entorno? ¿Tu contexto específico?
Sí. Mi trabajo es la acumulación, tanto de la fruta, de las máscaras, de las muñecas de cartón, así, como en los mercados, que todo lo hacen en rumas. Yo no pinto una manzana ni un cántaro, sino miles. Y esa fue mi solución para trabajar.
Han pasado décadas y te ha tocado ver periodos muy interesantes de México y el mundo. ¿Hay algún periodo en el que estuvieras desarrollando tu obra y te sintieras especialmente interesado?
No, siempre he ido desfasado en el tiempo. Yo no voy con el tiempo en que vivo. Mi interés es hacer algo que te emocione y que te haga sentir bien cuando lo ves, nada más. Yo no tengo mensajes que mandar ni mucho menos mensajes políticos. Es simplemente hacer un jardín y mostrártelo para que lo contemples.
¿Se trata solo de la contemplación?
Sí. Ahora te puedo decir, 60 años después, que he comprobado que el arte tiene la capacidad de sanar a través de la contemplación.
¿Cómo exactamente?
Pues, contemplar una obra puede transformarte. Transformar tu estado de ánimo de manera que tus defensas te protejan de una enfermedad o te eliminen un malestar. No estoy hablando de medicina. Estoy hablando del alma y de las emociones, pero es físico también, es físico. Tu sistema inmunológico se fortalece al ver algo que te emociona. Por lo tanto, te alivia.
Tu obra es particularmente bella, colorida, alegre…
Obsesiva. Es una especie de mantra. Esa es la otra parte que cura. Es una vibración. Cada vez que yo hago un cuadro, trato de que vibre. Y nosotros somos vibración, nosotros somos polvo de estrellas. Las plantas son polvo de estrellas, las piedras son polvo de estrellas. Lo que nos diferencia es la vibración. Vibramos a diferentes velocidades y por eso las plantas son como son y nosotros como somos.
Cuando una obra es oscura o violenta, ¿actúa a la inversa?
No, no, no. También puede ser sanadora. La imagen no tiene que ver con lo que a ti te sucede. Es un espejo. Depende del espectador. No es importante lo que nos sucede, sino lo que hacemos con lo que nos sucede. Yo, por las características de mi educación y mi contexto, podría ser un asesino. Tengo el derecho de matar. Pero, preferí hacer un jardín.
Tienes una nueva exposición en puerta. ¿Cómo nació el proyecto?
Por una invitación de la Universidad Panamericana que está interesada en abrir un ala de la universidad para el arte. Me preguntaron que si me gustaría participar en una exposición y acepté.
¿Por qué te gustó la idea?
Por el contacto con la juventud, que no va a las galerías. Entonces, pues, si la montaña no viene a mí, yo voy a la montaña.
¿Cuál es el concepto de la exposición?
Es una especie de retrospectiva porque son piezas de distintas épocas: papeles, óleos, esculturas, todas las técnicas que he trabajado. Obras desde el (año) 72’ hasta obras contemporáneas, hechas el mes pasado.
Vamos a ver una línea de tiempo de 60 años de carrera…
Sí. Sesenta y dos años de carrera. Van a hacer falta algunas obras, de una etapa en que trabajaba piezas gigantescas.
¿Qué pasó con esas obras? He visto algunas y son impresionantes.
Tengo algunas, pero no hay espacio para exponerlas. Son obras monumentales de 12 metros.
Hablemos de los tiempos que corren. Me decías que los chicos no van a las galerías. Fue justamente eso lo que te interesó de esta nueva exposición; poder acercarte a los jóvenes con tu obra.
Sí, porque tengo la esperanza de que el arte sea capaz de distraerlos. O sea, tengo la ilusión de poder rescatar su atención.
Claro que está terrible, porque hace muchos años que nos están destruyendo, nos han hecho indiferentes, nos han estupidizado. Y si algo es importante es la curiosidad. Para que tú inventes un avión, tienes que tener la curiosidad de saber hacerlo que vuele y que no se te caiga.
En este caso, no me interesa que sean pintores. Lo que me interesa es que vean otra opción del mundo. Si una obra mía despierta su creatividad en el terreno que sea… a lo mejor no van a pintar, si no, van a manejar un aparato digital maravilloso que va a hacer algo holístico, qué sé yo.
Ese tipo de cosas ocurren con el arte…
Así es, exacto. En eso creo.
¿Hay planes a futuro con la exposición?
Sí, parece que estará en la Universidad (Panamericana Campus Guadalajara) hasta diciembre, y después se la van a llevar a la Ciudad de México y a algunos otros lugares.
¿Eso te emociona?
Sí. Por lo mismo. No me importa que no esté a la venta mi obra, que no me compren. Eso nunca me ha interesado. Me interesa la posibilidad de que a algún niño, a algún joven le cambie la vida.

Tendrá reestreno mundial la zarzuela El Orgullo de Jalisco en el Teatro Degollado

El próximo 14 de septiembre, el Teatro Degollado será escenario del reestreno mundial de la zarzuela El Orgullo de Jalisco, del compositor español Federico Moreno Torroba, con la presencia del tenor Plácido Domingo como invitado de honor.
La obra vuelve a los escenarios tras 78 años de su estreno en el Teatro Arbeu de la Ciudad de México.
La puesta en escena contará con la mezzosoprano Nancy Fabiola Herrera en el rol de Cristina —papel que en 1947 interpretó Pepita Embil, madre de Plácido Domingo— y con el barítono mexicano Luis Ledesma como Paco Aldana.
Ambos artistas han desarrollado una destacada trayectoria en escenarios internacionales como el Metropolitan Opera de Nueva York, la Royal Opera House de Londres, el Teatro alla Scala de Milán y el Teatro Colón de Buenos Aires.
Rescate patrimonial
Andrea Blanco Calderón, coordinadora General Estratégica de Desarrollo Social, explicó que el reestreno es un rescate patrimonial.
La partitura, con libreto de Antonio Guzmán Aguilera, se localizó en 2020 por Rooney Josué Hernández Villanueva, quien realizó la edición crítica. El full score se encontraba en poder de la familia de Moreno Torroba y fue cedido a la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE).
El secretario de Cultura, Gerardo Ascencio Rubio, destacó que “montar esta obra para nosotros, exactamente, 78 años después de su estreno y reestrenarla aquí en Guadalajara, donde no se presentó, realmente es un gusto, un honor y un aliciente para presentar a un público que tiene mucho tiempo y una larga tradición de gusto por el género de la zarzuela y por el género de la ópera en general”.
Plácido Domingo asistirá a la función
La producción reunirá a más de 130 artistas en escena, entre ellos 70 músicos de la Orquesta Sinfónica para la Escena de Jalisco y de la Orquesta Típica del Estado, 50 integrantes del Estudio de Ópera de Jalisco, el Coro del Estado y el Coro del Tec de Monterrey, todos bajo la dirección musical de Allen Vladimir Gómez Ruiz.
La dirección escénica estará a cargo de Leopoldo Falcón, conocido como “El Hombre Zarzuela de México”. La obra se presentará en tres actos que combinan la tradición española con aires populares mexicanos, en particular el son jalisciense.
Función especial
Plácido Domingo confirmó su asistencia como invitado de honor, en un evento que también representa un homenaje a la trayectoria de su madre. “El Orgullo de Jalisco” no figuraba hasta ahora en los catálogos internacionales de zarzuela, por lo que su reaparición en Guadalajara adquiere un carácter de rescate histórico y artístico.
La función está programada para el 14 de septiembre a las 18:00 horas en el Teatro Degollado. Los boletos están disponibles en Boletomovil.com y en taquillas del recinto, con precios que van de 50 a mil pesos.
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