Cine

Sorrentino: prólogo de una vida poética

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La vida es potencia y posibilidad constante, pero también es marea brava que nos agita, que nos interpela como presencia y nos exige tener una relación intensa con ella. Un creador, siempre que echa la mirada hacia atrás, puede detectar el momento justo en que la semilla de esa potencia se depositó en su interno. De eso va Fue la Mano de Dios (2021), la obra más personal de Paolo Sorrentino, que este mes se estrenó en Netflix.

La reflexión sobre el sentido de la obra de arte, en este caso el cine, no es una novedad en el panorama fílmico. En esta apuesta del cine visto desde el cine, estamos ante la atenta invitación a  explorar los impulsos más personales de los realizadores y como la vida misma también transcurre detrás y antes de las cámaras, así lo vemos en La Noche Americana (1973) de François Truffaut, Cinema Paradiso (1988) de Giuseppe Tornatore o en la más reciente Dolor y Gloria de Pedro Almodóvar, quien hace un recuento de la complicada existencia post-cinematográfica de un director en decadencia.

Sorrentino hace el viaje a la inversa, desde la ficción visita los primeros años de un futuro director de cine –seguramente un dopelgänger de él mismo–, y a través de postales cotidianas nos muestra donde surgen sus inquietudes vitales. Como telón de fondo usa una ciudad de Nápoles de los años 80, una urbe embebida en el éxtasis de un Diego Armando Maradona, quien en el mejor momento de su carrera llegó a vestir la playera del equipo local.

Cada escena y cada secuencia en Fue la Mano de Dios parecen ser construidas como una serie de viñetas que sirven como guías para la vida artística del cineasta. Está ahí la influencia de los padres, su amor y traumas propios; está el ídolo inmaculado, ver a Maradona quedarse después de los entrenamientos a practicar tiros libres, uno tras otro, se convierte en una advertencia sobre el valor de la persistencia en la vida, y un partido de futbol puede ser una casualidad mágica que nos salva de un destino fatídico. Nada parece al azar, hasta el sexo fortuito y la fiesta improvisada dejan de serlo y se convierten en una lección de vida para Sorrentino, esa virtud ya se asomaba en su anterior y premiada obra, La Gran Belleza, donde detrás de la aparente frivolidad de la vida leve de Roma se asoma una inquietud filosófica.

Sorrentino pues, ahora nos cuenta, de dónde sale lo que cuenta. Cava hondo y va a sus entrañas. Si en la Gran Belleza se trataba de lo magnánimo, de lo que nos seduce y cautiva del mundo exterior, en Fue La Mano de Dios la pulsación va hacia adentro. La primera mitad transita como una película familiar, costumbrista y un retrato comunitario: Conocemos a una familia tradicional napolitana que vive en un conjunto de departamentos –padre, madre y tres hijos—, así como otros personajes que orbitan alrededor de ellos cada uno con sus complejidades: una tía que desborda sensualidad, sufre de un matrimonio infeliz y cruza la línea de la realidad; un traficante que ama la fiesta y la libertad; una mujer santurrona y ya entrada en años que vive sólo para quejarse.    

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El filme, no obstante, a partir de la segunda mitad desnuda completamente el anhelo narrativo de Sorrentino, y nos entrega al menos tres momentos de genialidad, basados en diálogos que confrontan y que curiosamente tienen que ver con personajes que aparentan no tener trascendencia, mientras que aquellos que parecían que sí, no son más que un Macguffin que permiten avanzar la trama hacia lo que realmente importa, una reflexión acerca del rol fundamental que el gozo y el dolor juegan en la obra artística.

Hölderlin, el filósofo poeta decía que allí donde crece el peligro, crece también la salvación y Sorrentino parece ser consciente de ello. Sabe que sin la fuerza perturbadora de lo poético esa realidad que golpea con fuerza en nuestras narices estaría vacía, sabe también que la alegoría existe en el vivir mismo, no sólo en la obra cinematográfica, sino también en el ejercicio de la imaginación y la sensibilidad cotidianas, y lanza un desafío directo a quienes lo ven: ¿Tienes algo que contar?, pues hazlo.

 

 

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