Nacional

20 años en tiempos del #MeToo

Publicada

“Si las cosas que uno quiere, se pudieran alcanzar / tú me quisieras lo mismo que 20 años atrás”, se escucha en una estación de radio antigua el bolero cubano. Es un estéreo de los de casete ochenteros. Canta Omara Portuondo.

El hombre mayor gime despacio, mientras el más joven se mueve, acompasado, al ritmo de la canción. Son dos fieras que, a ritmos diferentes, despiertan sus instintos. Quizás por motivos distintos.

La luz de la tarde cae sobre un cuarto que huele a humedad. La cama rechina. Uno usa calcetines porque siempre tiene frío. En el otro, se marcan los músculos de un pecho lleno de vida y perlado de sudor. El pene del veinteañero penetra, sin sosiego, unas nalgas desgastadas por los años. La cama rechina. Casi como los huesos del adulto mayor que siente gloria e infierno, al mismo tiempo, que lo embisten.

El de 65 años no puede más.

—“Ya vente, cabroncito, que ya no estoy para estos trotes”—.

Advertisement

—“Shhh, cállese Don, usté quiere y quiere y siempre nomás está quejándose. Ay, ya mero, ya mero”—, dice con voz varonil, el macho menor y dominante.

Se llama David y hoy es su cumpleaños número veinte y se está regalando “echarse al plato” a su patrón. Por enésima vez.

El dueño del taxi que le cobra, diario, 250 pesos por dejar manejarlo. 

“Con que tristeza miramos un amor que se nos va / es un pedazo del alma que se arranca sin piedad”, se escucha la voz poderosa de la cubana, mientras David siente los primeros espasmos del orgasmo. Se concentra para pensar en su morra. En que está cogiendo, con ella, en un cuarto en Manzanillo, que antes tomaron bebidas, descalzos en la arena, viendo caer la tarde sobre un mar gris que, de fondo, los acompaña.

Su fantasía se desintegra ante los gemidos descarados de Don Jesús.

Advertisement

—“Ay, cabroncito, me vas a dejar sin sentarme una semana”—.

—“Que se calle, por favorcito, Don, que ya mero… ay, ay, ya mero. Híiijole”—. 

David se derrama una y otra y otra vez. La energía de la juventud no parece terminar. Acaba por desplomarse, literal, sobre la espalda sudorosa del patrón. El olor a rancio de la carne del hombre lo hacen incorporarse, casi de inmediato.

Ni novia, ni mar, ni piñas coladas.

Sólo la promesa de que esa tarde se va ganar mil pesos extras para, más tarde, festejar en un motel con su chaparra. Y ahí sí va a gozar.

Advertisement

“Esto es para tener asegurada la chamba”.

Piensa, mientras se incorpora, se separa del cuerpo ancho y sus pies descalzos se posan sobre un suelo húmedo, mientras busca con la mirada su pantalón de mezclilla.

—“Ay, qué rico estás, papacito”—, escucha decir con voz en falsete a su patrón. Sin verlo, sabe que la mirada de ese hombre lo traspasa hasta desnudarlo, si cabe, aún más.

Siente pena. Y coraje.

Aún le cuesta creer que de lunes a viernes lo trate como un orangután enfebrecido y lo esté pendejeando delante de los otros dos chóferes. “Mira nomás, muchacho cabrón, como dejaste el pinche taxi”. “Órale, pinche güero, póngase a lavar el coche que los Uberts nos comen el mandado”. “Qué paso, morro, nomás sacaste 200 pesos, estas bien wey”. Y los otros, nomás, riéndose.

Advertisement

Pero los sábados en la tarde es diferente. Llevan así dos meses: mientras la esposa y la hija, con los nietos, se van a dar la vuelta, Don Jesús lo trepa a un cuarto de azotea, en la casa que tiene en Paseos del Sol y se pasa dos horas, dándole hasta por las orejas al dueño de tres taxis y cabeza del sitio 23, que esas tardes de fin de semana se trasforma en un viejo caliente y rogón, que siempre quiere más.

David lo hace por la lana. Y porque ahí se desquita de todas las humillaciones semanales.

Aún recuerda que la primera vez no daba crédito a lo que escuchaba de la voz del patrón, que lo había citado, dizque para hablar de que necesitaba “un favor especial”. Tenía apenas dos semanas de contratado.

“Te espero a las 5 en mi casa. Si te abre mi vieja le dices que vas a hacerme unos mandados”. David le tenía miedo en ese entonces. “Oiga, es que ese día veo a mi morra”. “Quieres la chamba o me busco a otro menos pendejo y hasta más galán. Si hasta pareces bajado del cerro a tamborazos, pinche güero de rancho”.

El joven llegó puntual. Le abrió una señora que lo fulminó con la mirada y no lo dejo ni explicarse. “Ya, ya. Eres el nuevo juguete de aquel… Jesuuuús, a’i te buscan”. Salió el dueño en pans, en chanclas con calcetines negros y con una extraña mirada alegre. Parecía otro. Y olía a alcohol. “Pásale, muchacho, mi esposa ya se va con mi hija y mis nietos a dar la vuelta. Regresan más tarde”. Mientras lo hacía entra a una sala grande y ostentosa, David vio como la señora, la hija y unos niños salían sin voltear ni saludar. La señora iba rezongando y moviendo la cabeza.

Advertisement

Sintió que lo juzgaban. No sabía por qué.

“Vamos a subir a un cuartito que tengo en la azotea: es mi “cueva” pa’ quitarme el estrés, tomarme un güisquito, cuando quiero descansar deveras, mientras oigo boleros cubanos”.

David subió por una escalera de caracol destartalada y entró a un cuarto frío con una cama, unos viejos sillones, un buró con revistas que parecían viejas, con muchachos descamisados en las portadas, una grabadora y nada más.

Sintió frío. Y mala espina.

No se pudo negar a “¿una copita, muchacho?, si no muerdo más que en horas de trabajo”, le dijo el patrón. “Siéntate en la cama, con confianza”. Le dio el vaso y se sentó junto a él.

Advertisement

No hubo mucho que negociar. Le explicó. Más bien, le ordenó que se lo cogiera. Sin más. Rudo como lo conocía, hasta sonó amable la propuesta.

“Uno se cansa de lo mismo, ¿sabes?, la mujer ya no es lo mismo y, pues, ¿ya ves?, me aficioné a estar con muchachos. Que me hagan lo que quieran. Yo los hago gozar también. Te la chupo rico y te beso todo. Si te portas bien, te llevas mil pesos extras. Cada semana”, le empezó a tocar la pierna con esas manos anchas y morenas. “Claro que, si lo comentas con alguien, si se te sale decirlo, te meto al bote y de a’i no sales, cabrón. Tengo amigos en Movilidad y te inventamos que vendías mota en mi taxi. En cambio, si jalas y lo haces bien, todos ganamos. Tú gozas. Yo gozo. Y te llevas mil pesos, fácil”.

En tiempos del #MeToo y las denuncias de acoso, en otro país, en otra circunstancia, David se hubiera zafado fácil y Don Jesús señalado hasta en el Sólo Ofertas. Pero este cuarto, esta azotea no está en Los Ángeles o Irlanda. Es Guanatos y, para alguien que no acabó ni la primaria y tiene que mantener a su mamá y dos hermanas más chicas, no parece fácil decir que no.

“Y su esposa, no… no, nos va cachar”, dijo en un hilo de voz el muchacho pensando en su única salida. “Ella sabe y, mientras tenga para ir a gastar a una Plaza, me deja hacer mis cosas… ¿Te gustan los boleros cubanos”. “No los he escuchado”. “¿Pus cuantos años dices que tienes?”. “Casi veinte, los cumplo ya muy pronto”. “Veinte años, como la canción. Mira, ven”.

David se paró junto a Don Jesús que estaba poniendo un casete. “Te va a gustar”. El hombre mayor le besó el cuello. David pensó que, si aguantaba tendría para llevar a cenar a su mamá y hermanas y, al día siguiente, a su novia a comprar una blusa.

Advertisement

Y si juntaba un poquito de esa lana, un día, al mar, se la llevaba, también.

La mano de Don Jesús ya estaba bajándole el cierre.

David cerró los ojos. Suspiró.

Ciudad Erótica     Relato erótico 

Advertisement

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

LO MÁS VISTO

Salir de la versión móvil