Opinión

Revolución por Navidad: Tomemos las calles de San Antonio

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Mis abuelos maternos tuvieron un total de 14 hijos, una cifra suficiente  para completar un equipo  de futbol o armar un movimiento revolucionario ante la injusticia.

De hecho se necesitaron menos para la revuelta, pues a falta de que nacieran cinco, nueve niños fueron suficientes para reclamar lo que les pertenecía en la Navidad de hace 50 años, misma en la que no amaneció un solo regalo, galleta o dulce en la casa de los Arévalo Martínez.

Los juguetes son de quien los reza

Todo fue idea y mandato supremo del general Albino Arévalo, quien dispuesto a salvaguardar la economía de su gobierno, decidió notificar a Paula Martínez, su tesorera y esposa, la cancelación del presupuesto destinado para los regalos navideños.

Sin embargo Martínez, amorosa con su gente y temerosa de lo que pudiera pasar con la cancelación de la navidad, hizo caso omiso de las palabras del general. Entonces, con mucho menor presupuesto pero con algunos meses por delante antes del 25 de diciembre, pudo solventar la compra de un juguete por ciudadano, esto en la única tienda que vendía muñecos y carritos en San Antonio de los Vázquez.

Decidida a rescatar la Navidad, pero sabedora de que el atrevimiento del general no podía quedarse impune, Paula Martínez planificó lo siguiente: los regalos del Niño Dios amanecerían en la casa de su madre, de esta manera sus nueve niños comenzarían una trifulca mañanera que ella podría parar en el momento que quisiera. Bastaría un “vamos con su abuela” para que el pueblo bajara sus pistolas y la Navidad siguiera su curso.

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Y así sucedió cuando llegó el día. Aún no amanecía en San Antonio cuando el primer niño despierto alertó a los demás.

 —¡Arnulfo, Arnulfo, hemos sido robados!—, dijo Francisco al divisar que la sala estaba sin juguete alguno.

—No nos robaron, aquí no llegó nadie. No hay huellas por ningún lado ni rastro de que alguien haya entrado para dejar los regalos. El Niño Dios ni siquiera llegó por estos rumbos—, contestó Arnulfo.

Ante el triste descubrimiento, el llanto y la impotencia brotaron entre los presentes.

—¡No es justo! Esos juguetes nos correspondían, ustedes, hermanos míos, no me dejarán mentir cuando les digo que hemos rezado más de 50 noches para que llegara el niño Dios. Ni siquiera pedimos juguetes; galletas o dulces habrían sido buenos, pero nos han olvidado— dijo Angela entre lágrimas.

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A escuchar los gritos, llantos y reclamos, el general Albino acudió al lugar.

—¿Que pasa aquí?, ¿Por qué tanto alboroto?—, cuestionó como si las razones no fueran evidentes.

—Señor, nos han robado la navidad—, dijo Francisco.

—Que ya te dije que no nos robaron nada, nos la negaron, entiende la diferencia—, respingó Arnulfo.

Ninguno de los reclamantes era tan mayor como para comprender y aceptar la injusticia, pero entonces el general dijo algo que enardeció aún más a la muchedumbre.

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—Tengan estos 100 pesos y vayan a comprarse algo, aunque sinceramente no comprendo su molestia, ya están grandecitos para enojarse por esto—.

Ante las palabras de Albino Arévalo, Francisco fue quien habló por todos.

—No señor, con el debido respeto tome su dinero. A estas alturas los regalos ya escasearon en la tienda de Don Severo y dudo mucho que con cien pesos divididos entre nueve podamos resarcir los daños. Además es necesaria la trifulca, no vaya ser que se vuelva costumbre la desigualdad e indiferencia del Niño Dios—.

Agobiado por el incesante reclamo y los gritos de los nueve niños, el general huyó para atrincherarse en un lugar seguro, lejos de aquellos que se unieron cual gremio inconforme para exigir lo que sentían suyo y les fue negado.

Ahí, dentro de su cuartel/habitación, el general condenó la pasividad de Paula Martínez ante los reclamos de su prole.

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—Me dejaste morir solo con ellos, Paula, no me ayudaste a calmarlos y yo jamás los vi tan enojados, ¿cómo es posible que estés tan tranquila?—

—Mi tranquilidad es la que tendrías tú en este momento de no haber cancelado algo tan necesario como las festividades por Navidad. Que te quede de experiencia para que el próximo año no te pase por la cabeza repetir tu jugada por ahorrarte unos pesos—.

Afuera de la habitación la muchedumbre esperaba para ser escuchada y fue ahí cuando la tranquilidad volvió gracias a un mensaje de esperanza.

—Aquí frente al general, soy la primera en comprender su tristeza, pero dudo mucho que el Niño Dios haya decidido abandonarlos así como así, por ello sugiero agotar todas las posibilidades antes de que esta molestia trascienda a una situación lamentable. Como primera opción, sugiero que vayamos a casa de su mamá María. Quizá los regalos de todos ustedes hayan amanecido allá—.

Y así fue. Como lo planeó durante meses, los regalos de sus nueve niños amanecieron en casa de la abuela María. Quizá fue un drama que pudo evitarse, pero fue una revuelta necesaria para enseñarle al general que donde mandan marineros, no gobierna el capitán.

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