Ciudad Erótica

Días de Mundial

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Es reportero y tiene 32 años. Desde que recuerda ama el futbol. Las jugadas. Los goles. La emoción del triunfo, pero, sobre todo, las piernas de los jugadores. Le gustan anchas. Poderosas. Se las imagina, que lo rodean por la cintura cuando su miembro penetra unas nalgas apretadas, duras, peludas.

El sexo que imagina con un hombre como Sergio Ramos o Antoine Griezzman. El orgasmo que fluye entre sus manos, caliente, imparable, mientras ve un gol. Sí. Él, en sus masturbaciones, ve jugadas y goles. Y muchos lo llevan a venirse y gemir fuerte, mientras en la pantalla de su computadora, Messi festeja. O Cristiano Ronaldo. Sólo su perrito negro sale huyendo del cuarto porque él festeja, con un grito fuerte, lo bien que le saben las chaquetas dedicadas a sus ídolos. Lo deja sentirse relajado. Cierra los ojos. Futbol y sexo.

No hay más para El Gus

En la redacción del periódico no alcanza ni para una pantalla decente. Así que se conforma con ver los partidos entre ruido blanco de unas televisoras que ya cumplen décadas, mientras escribe notas sobre alcantarillas desbordadas o paros camioneros.

No habla con sus compañeros porque, todos, silenciosos, escriben lo antes posible para irse a dobletear en otras chambas. El Gus lo hace para poderse ir, a un bar en Chapu, a ver si alcanza el partido de la una de la tarde y disfrutarlo con una cerveza bien fría, que le baje la erección que le provoca esos machos que, en las canchas al otro lado del mundo, sudan y se esfuerzan por él. Se imagina. Sólo por él. Esperando que se las meta, por cada gol que colocan en la red.

Confusión

Llega y se sienta. Ya llevan cinco minutos de un juego de Portugal contra España y una voz varonil le dice: “qué te sirvo”. El Gus, sin voltear, pide una de barril. Cristiano lanza un pase que roza el palo. Se empieza a sentir caliente en la entrepierna.

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Una mano le pone la bebida en la mesa y, entonces, nota el olor inconfundible del sexo de hombre. Un aroma que lo hace voltear al pantalón del mesero y notarle un bulto enorme. “¿Algo más, wey?”, le dice la voz y levanta la mirada, apenado. “Nada, gracias”, dice El Gus a unos ojos negros que le iluminan la cara. Lo deslumbra. Jura que el mesero es igualito a Gatusso.

“Que pinche guapo”, se dice, mientras el mesero se aleja y el reportero sabe que, ese wey, cogió hace rato y aún huele a semen. “Putss. Pinche imaginación. Me trae de un ala”, piensa el treintañero que, aunque con los ojos en el partido, no deja de voltear, cada rato, a ver al mesero que, como compensación, tiene unas piernas anchas, que casi truenan el pantalón y unas redondas nalgas. Cuerpo de bolier. “Deliciosas”, piensa y su erección le duele. En la pantalla, el árbitro marca un penal.

Date… pidiendo resultados

Se acaba el primer tiempo y camina al baño. Está cerrado. Espera y busca con la mirada. No ve al Gatusso tapatío que le sirve las cervezas. Se siente mareado y excitado. “Le voy a pedir su Wassap”, se dice. Y otra voz en su cabeza le espeta. “¿Y si no le gusta soplar la gorda?, te va a soltar un putazo”. Chin. Piensa El Gus, que siente que se orina.

Toca la puerta del inodoro. “Ya mero”, dice una voz grave. “¿Cómo saber si es como yo?”, piensa de nuevo y se abre la puerta. Sus ojos se encuentran. El mesero no se mueve. El Gus tampoco. “Tenías mucha pinche prisa, wey”, le dicen, divertidos, los ojos negros del mesero con cara de italiano. “Pus.. pus”. “Ya, cáele”, dice el mesero y pasa a su lado. Su mano le roza, con descaro, al reportero el frente del pantalón. El Gus entra al baño y no sabe si orinar o jalársela. Su erección le hace hacer malabares para atinarle a la taza. Siente que se abre la puerta.

Cuarta cerveza

“Estás rico, cabrón”, le dice el mesero, mientras coloca el seguro. “¿La sabes meter en el área, cabrón?”, le dice y El Gus siente que está soñando. Con la cabeza afirma y el mesero se le acerca. “Pus, sacúdela primero y date prisa que ya va a empezar el segundo tiempo”. El mesero se desabrocha el pantalón y salta un pene ancho y pequeño, rosa y sin circuncidar. “Date”, ordena. Como si fuera un entrenador que pide resultados.

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Al final del partido, El Gus toma a tragos su cuarta cerveza. Su mano le recuerda el olor acre del sexo que tuvo, en minutos, en el baño. No sabe qué esperar. El mesero sólo pasa y no lo mira. Son días del Mundial y sabe que las pasiones se desbordan. Saca su teléfono y le toma, con descaro, una foto de perfil al Gatusso, para llevársela de recuerdo y dedicarle una chaqueta, en la noche, recordando la que tuvieron en el mingitorio.

Comienza la noche

«La cuenta, por favor”, dice en voz alta y, casi al instante le traen la charola. Tiene un mensaje, escrito con letra de niño de secundaria. “Espérame y nos vamos juntos a ver las repeticiones”. El Gus sonríe. “Traeme otra, pues”. El falso Genaro Gatusso le sonríe y le dice: “Te voy a marcar penaltis hasta que llores, cabroncito”. Y se aleja, contoneándose.

El Gus sabe que mañana le va a costar sentarse.

 

 

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Juan S. Álvarez     Ciudad Erótica

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