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Ciudad Erótica25 septiembre 2022

Orgasmo para tres

Desde mi habitación se percibía un fuerte olor a marihuana. Hacía rato que me había puesto la pijama y había comenzado una de mis películas favoritas....

Recuerdo el impacto que me generaba la figura de A. A era el galán del colegio, caminaba graciosamente por los pasillos de la escuela mientras su cabello castaño caía de lado sobre uno de sus hermosos ojos azules. Era un espectáculo que yo vivía de manera gozosa. Sí, como esos misterios de Jesucristo en los que las personas tienen elevaciones místicas por obra de Dios. Yo también tenía elevaciones místicas que recorrían todo mi cuerpo y culminaban en mi entrepierna. No era la única, todas las chicas del colegio íbamos y veníamos de este trance cada vez que A nos recordaba que el suyo era el rostro lúbrico del amor. Mi mejor amiga, B, y yo pasábamos horas hablando de la belleza de A. Era una fantasía recurrente imaginar que aquel Adonis, de 17, llegara a posar su mirada y otras cosas en alguna de nosotras. B y yo compartíamos aula con la hermana menor de A, N, quien era la antítesis de tan celestial figura. N era muy masculina y poco bonita. Resultaba un poco chocante verla con la falda del uniforme y las calcetas hasta la rodilla. B y yo nunca tuvimos grandes prejuicios, así que compartíamos con facilidad tareas y platicas de pasillo con la chica. Al poco tiempo de entablar amistad con ella, N, comenzó a desarrollar una atención particular por B. Las cartas a B comenzaron un día cualquiera y a ellas le siguieron los detalles en extremo cursis. La habilidad de N para decorar cartas y notitas me dejaban perpleja; N llenaba los textos con tantas flores y corazones que parecían un papel tapiz. Los regalos incluían horrendos muñecos de peluche, paletas de corazón y, en alguna ocasión, hasta una rosa roja “porque era el Día de San Valentín y a las amigas hay que demostrarles el cariño”, dijo muy segura N cuando entregó el presente. Corín Tellado se habría sentido humillada con tanta melcocha, nunca he vuelto a ser testigo de tal esperpento. Debo aclarar, queridos lectores, que en ningún momento B o yo imaginábamos lo que ustedes ya están intuyendo, las delicias de la inocencia tienen caminos misteriosos. N, al sentirse aceptada, dio un paso gigantesco hacía el futuro: invitó a comer a B a su casa. Al recibir la noticia yo comencé a gritar de manera histérica: —¡Vas a ir a casa de A! B también estaba visiblemente emocionada: A era lo único que nos importaba. Nuestros tímidos rezos adolescentes habían sido escuchados, la felicidad nos embriagaba, al fin habíamos comprendido cómo se sentía el amor verdadero. El día después de la dichosa comida, A saludo a B con un beso en la mejilla. Después del beso, el rostro de B se puso todo colorado y yo sentí un calorcito subiendo por todo mi cuerpo hasta llegar a mi cara. B era toda emoción de la bonita. Habían estado hablando toda la comida y por la tarde él le había mostrado sus discos mientras N permanecía aburrida junto a ellos. Yo tuve sueños impuros con A durante varias semanas. Eventualmente, N, presentó formalmente una nueva invitación para comer. B y yo planificamos con detalle el maquillaje y la ropa que B llevaría después de quitarse el uniforme escolar. También hicimos esquemas mentales sobre todos los posibles escenarios en los que B podría estar involucrada con A: tomarla de la mano, tratar de besarla, invitarla a salir, pedirle que le presentara a sus padres. Todo estaba previsto, pronto mi amiga tendría un nuevo, popular y hermoso novio. La mañana subsecuente del evento, B y yo no pudimos hablar hasta después de la primera hora de clase. Al salir del salón, B, me arrastró al lugar más apartado del colegio, tenía que darme la reseña del día anterior en absoluto secreto. Qué emoción sentí, qué emoción. B me dijo que A había estado ausente toda la tarde, o sea que nunca lo vio. Después de comer, N y ella estuvieron en su habitación leyendo y hablando estupideces. B solo pensaba en su desilusión. Tanto esfuerzo por la ropa y el maquillaje, incluso se había tenido que levantar media hora antes para planchar su ropa. N solo pensaba en B y en sus bonitas piernas que asomaban debajo de su falda arremangada por la cintura. Un paso después del otro y despacito se llega a donde uno quiere. N logró acercarse lo suficiente a B para poner la mano sobre su muslo. B percibió algo extraño en el movimiento de N, pero ya era demasiado tarde para evadir la acción. N se lanzó de golpe y directamente sobre la boca de B. La emboscada fue tan rápida que B no tuvo manera de librarse de los labios de N. N, que era bastante más grande que B, avasalló su menuda figura y básicamente le hizo comprender que quería hacerla suya. Qué tristeza sentíamos las dos, en lugar de A, la que sentía una pasión sin parangón por B era N. B le dejó claro a N que no sentía lo mismo por ella y ahí se dio el punto final de la incipiente relación. No volvimos a hablarle a N de la misma manera, aunque A siguió saludando de beso en la mejilla a B hasta que dejó el colegio. N se cambió de escuela al terminar la secundaria y nunca más supimos de ella. La última vez que B supo de N fue, cuando a modo de disculpa, le llevó un regalo a su casa. N sabía que B era amante de los perros, así que hizo que su hermano mayor la llevara a Tonalá a comprar un regalo especial: un horrible perro de cerámica -raza bóxer- de casi un metro de altura. Un regalo tan kitsch como la misma N. La mamá de B, horrorizada por las cartas, la insistencia de N con su hija y el espantoso perro, hizo lo que toda madre preocupada haría: deshacerse del canino. La mujer ofreció la escultura al señor de la basura mientras B estaba en la escuela. El señor de la basura lo aceptó con franco deleite —lo voy a poner en la sala—, le confesó años después su madre a B.

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