Ciudad Erótica

Motel de carretera

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Los tragos iban y venían. Había pasado casi un año desde que lo vi por última vez y en esa ocasión accedió a tomar unas cervezas conmigo. Yo le había comprado uno de sus libros favoritos como regalo de cumpleaños.

Era mi pretexto para verlo, llevaba años enamorada de él pese a su negativa reiterada de iniciar una relación conmigo, porque, según decía, no quería echar por la borda nuestra amistad de más de quince años.

En ese momento, mientras lo observaba hablar de ese libro que por fin volvía a tener en sus manos gracias a una compra acelerada que hice por Amazon, me di cuenta que tal vez lo indicado no había sido hablarle de amor. Tal vez debí decirle que muchas veces lo imaginé desnudo sobre mí, penetrándome sin piedad y que ese sólo pensamiento me mojaba la ropa interior.

No. Definitivamente lo más correcto no fue hablarle de amor. Debí cambiar de estrategia desde hace muchos años, aunque creo que siempre le tuve un poco de miedo a estar realmente a solas con él, de cerca, haciendo todo eso que yo me imaginaba y luego todo eso que él pudiera imaginarse.

El timbre de su teléfono me sacó de mi letargo.
— ¿Y dónde andan? Sí, ahorita le digo que me acompañe, yo creo que sí quiere, aunque ya andamos borrachos—, dijo.

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Rumbo a lo desconocido

Es verdad, estábamos ebrios y mucho. Bajamos la escalera de aquel bar a sólo unas cuadras de la Minerva. Nos dirigíamos al sur y aún hoy no puedo decir exactamente a dónde fuimos. Al llegar me incliné sobre mi asiento para volver a ponerme los zapatos que me había quitado; mi blusa se vino abajo un poco por el movimiento dejando casi afuera uno de mis senos. Me tocó la espalda y me preguntó si estaba lista.

— Lo estoy, aunque realmente no sé dónde estamos—.
Era un motel a pie de carretera.
— ¿Qué hacemos aquí?— dije.
Respondió que un amigo suyo tenía una fiesta, que la pasaríamos bien y que no me preocupara por nada porque él me llevaría a mi casa. Para ese entonces no estaba pensando en eso, creo que porque en principio no sabría siquiera cómo regresar sola. En la recepción nos registramos como una parejita más. Llegamos a la habitación y sin pensarlo me tiré en la cama y él me secundó.
— Bueno, ¿Y dónde están tus amigos?—.

La sorpresa


La ingenuidad pareció disfrazarse de estupidez, y me di cuenta de todo cuando comenzó a besarme.
¿Sabría cuánto tiempo estuve esperando que eso ocurriera y lo extraño que resultaba que después de quince años por fin pudiera tenerlo así, encima de mí? No quise preguntarle nada, no podía, no quería. Sus ojos me lo decían todo. Se quitó la camisa y comencé a besarle el pecho y a acariciarle la espalda. Se estiró para apagar la luz y para entonces ya había metido sus manos debajo de la faldita que quise llevarme para que se le antojara. Me hizo a un lado la pantaleta y metió sus dedos.

— Qué mojadita estás, así me gusta—, dijo con la voz entrecortada.
Se había quitado el pantalón y su pene levantaba el bóxer de la forma en la que siempre pensé. Le metí la mano y lo miré a los ojos como pidiéndole permiso. Estaba duro, muy húmedo y listo para meterlo en mi boca. Por la ventana se colaba apenas una leve luz que se reflejaba en su abdomen mientras —supongo— le hice el mejor oral que haya tenido. Me tragué todo su semen, lo exprimí hasta no dejar ni una gota.

Me recostó a su lado, abrió mis piernas y su lengua comenzó a jugar con mi clítoris, al tiempo que me introdujo dos de sus dedos acompasando el movimiento. Me vine en dos o tres veces y en muy poco tiempo. Cuando comenzó a penetrarme me acordé de aquellos sueños repetidos, aunque esa realidad no tenía comparación.

Lo repetimos

Sentirlo dentro, respirando tan cerca, mirándome así, metiendo su lengua, sudando, jadeando. Nos hicimos de todo y varias veces, por la mañana él todavía chupaba mis pezones y yo acariciaba su miembro aún erecto.

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¿Dónde estaba él y qué hacía yo antes cuando tenía tanto miedo de perder? Esa noche ganamos los dos. El sol nos dio de filo en la sonrisa al salir. Nos preguntamos luego dónde habíamos dejado su libro, el regalo que le di por su cumpleaños. Tal vez se quedó tirado en la habitación de aquel motel y habría que regresar para constatarlo.

 

 

Etiquetas:      Sexo      Ciudad Erótica      Carmen Larracilla 

 

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