Ciudad Erótica

Domingo en Grindr

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Los domingos por la tarde se conecta con su smartphone. La red social para ligues homosexuales es un escaparate que bulle de hormonas, de fotos de torsos desnudos. Algunas caras cubiertas con lentes de imitación Ray-Ban. Algunos prostitutos que cobran mil 200 la hora. “Depositas en el OXXO la mitad”, dicen en el chat. “La otra mitad al acabar el trabajo: todo en una hora, máximo”. Pero Toño busca algo más auténtico. Quizás de aquí saque un novio. Un conocido le dijo que un amigo de su primo así le hizo: todos gay y habían encontrado buenos ligues. Sabe que mienten. Él se conforma con ver a alguien para ponerse a ver pornografía, desnudos. Y claro, un buen faje, incluida una mamadita.

Pero han pasado semanas y nada: saluda en diversos perfiles. Algunos le regresan el “hola”, platican un poco, pero luego ya nada. Unos le preguntan si tiene lugar: él les dice que sí. Vive con un roomate, pero nunca está. Otros ni si quiera contestan. Él piensa que, quizás, no es demasiado guapo: tiene 32 años, trabaja en Oracle y sí, está pasado de peso. Le dicen en la chamba “El Panda”. Mide 1.90 y pesa casi 130 kilos. Pero para el amor no hay peso, se le ocurre. Él tiene mucho corazón para dar.

Esta tarde, casi a las siete, le manda un mensaje un chichifo.

— ¿Quieres pasarte un buen rato?—, no salgo caro. Toño piensa que tiene un dinero guardado.

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— ¿Qué ofreces?—, le pregunta el Toño

— Lo que aguantes, papaíto—. Toño le dice que no es pasivo.

— A ver, manda foto—.

Toño busca en su archivo del teléfono la imagen donde menos ancho se vea. No encuentra. Así que se quita la ropa, se queda en calzones y se toma una desde arriba. La manda.

— Ay, rey, estás muy gordo: te sale en 800 pesos una hora. Me trepo en ti y me la metes—.

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La oferta del chichifo le parece tentadora.

— ¿Cómo te llamas?—, pregunta Toño.

— Sin nombres, papá—. Toño duda, pero las ganas son las ganas.

— Tengo lugar: vivo en Pedro Moreno—, finalmente le escribe.

— Manda la ubicación exacta y te caigo en media hora—. Toño empieza a sentirse excitado: apenas le daría tiempo de bañarse. Manda la ubicación.

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— OK, ahí te caigo. Ten listo el condón y lubricante—.

— No tengo—, dice Toño.

— Te salen 100 pesos extra sin condón y sin lubricante—. Toño dice sí. Se mete a bañar y se empieza a tocar en la regadera: acepta que su pene es chico, para la media nacional. Trata de excitarlo, jaloneándolo, para que se vea más grande. Decide rasurarse y así se ve más. Todo el proceso tarda 25 minutos. Justo está empezando a estrenar ropa interior, cuando suena el timbre. Contesta el interfón.

 

— Soy yo, abre—. El tono imperativo le chirría un poco, pero abre la puerta. Escucha subir las escaleras y tocar su puerta.

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Es blanco. 1.75. Delgado y trae una mochila.

— Hola, papá, ¿estás listo?—.

Apenas cierra la puerta y el joven se baja los pantalones: no trae ropa interior y le muestra un miembro adormecido enorme. Toño no le despega la vista hasta que escucha:

— El dinero, papá, y empezamos—.

Toño va y busca al cuarto. El joven lo sigue y Toño se siente invadido. Amenazado. Abre un cajón, sintiendo la mirada del joven y saca varios billetes. El joven se los arrebata. Toño se asusta. Hay como dos mil pesos ahí. El joven cuenta 8 billetes de cien y le regresa lo demás.

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— Seré muy puto, pero soy honrado. Por cierto, soy Mario—.

Toño está desconcertado ante ese gesto. Por un segundo, pensó que lo asaltarían. Pasa mucho en Grindr. Pero deja de pensar, al ver a Mario quitarse la playera y mostrar un cuerpo trabajado. Músculos bien formados y un pecho rasurado, plagado de pecas.

Toño sigue en ropa interior cuando Mario lo abraza y lo empieza a besar en las orejas, mientras su mano se cuela en sus bóxers. Su pene despierta ante los delgados dedos de Mario que tiene una pericia asombrosa, pues mientras lo está masturbando le baja los calzones.

— Quítate la playera, le dice Mario y, al hacerlo, Toño siente en su tetilla izquierda una mordida. —Eres un pastelote, papá—, le dice Mario y cuando piensa que es una frase hecha para cobrar su labor, Toño siente que Mario está excitado, en verdad. Su pene se alza como una lanza enorme y empieza a enrojecer mientras se besan, los dos, parados, junto a la cama.

Mario lo lanza al colchón y, desnudos ya los dos, fajan sin parar. Las manos y las bocas encuentran diferentes densidades. Mario suda mucho y Toño siente un olor animal que lo hace lanzar un suspiro.

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— Todo bien, ¿verdad, papá?—.

— Llámame Panda—, le dice Toño.

— Mi panda—, dice Mario y se avoca al sexo oral. Toño siente que está en el cielo, mientras agarra el pelo crespo de Mario para hacerlo subir y bajar. Con lo que ha pasado, siente que ya desquitó los 800 pesos. La boca de Mario es la cueva de Ali Babá y el Panda siente que todo su miembro es un monumento de sensaciones.

— No te vayas a venir, Panda: quiero que me la metas—, le dice Mario mientras se acomoda encima del joven obeso. Toño siente las nalgas apretadas de Mario. La apertura caliente por donde tiene que entrar lo excita tanto que siente que se corre. Mario le echa saliva y se deja embestir y lanza un gemido. Toño empuja y siente el cielo que se escurre, entre saliva, en sus piernas. Es su líquido lubricante. Mario lo monta con los ojos cerrados y le toma la mano.

— Jálamela, papá—.

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Panda necesita las dos manos porque la lanza de Toño es ancha y está bañada en líquido preseminal como él. Todo es como en las películas que ve, a solas, en sus masturbaciones solitarias. Una lágrima discreta de emoción le resbala. Empuja con más fuerza.

De manera asombrosa, el semen de los dos hombres sale, a chorros interminables, casi al mismo tiempo, entre los gemidos ahogados de Toño y los agudos de Mario. Han pasado 25 minutos.

Mario se echa a un lado en la cama y Toño siente que sus piernas tiemblan sin parar. No se ha cumplido la hora, pero con eso tiene suficiente. No pide más. No podría. Se atreve a frotar sus anchos pies con los largos de Mario.

— Wey, prende la tele y la vemos un rato, mientras nos recuperamos—, sugiere Mario.

— Te vas a tardar más y yo no tengo…—.

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— Cálmate, Panda, apenas son las ocho de la noche. Los dos nos la vamos a pasar muy bien. Y ya no te voy a cobra más—.

Quizás Mario se quede y regrese otro día, sin que le tenga que pagar, piensa El Panda.

Son milagros raros de la red social de putos.

Son imposibles. Pero pueden suceder.

Prende la tele y está empezando “Juego de Tronos”.

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— No mames, me prende esa serie: la veo pirata—, dice Mario.

Panda siente que ya tiene con qué tentarlo para el siguiente domingo.

Comprará botana. Y lubricante.

 

 

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Ciudad Erótica    Juan S. Álvarez

 

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