Ciudad Erótica
El intercambio
Hace un frío inusual en la Ciudad. La gente camina con prisas en las calles del Centro. Regalos, bolsas, gente y abrigos se confunden en el gélido atardecer del año de los temblores. El Chino camina aprisa, chocando varios veces con los traseuntes. “Pendejo”, le dice una señora. “Fíjate por dónde pisas”. El hombre pálido y con cuerpo de gimnasio no escucha porque lleva audífonos donde suena Maluma. “Y si no quieres, sólo dame un rato, baby”, canturrea el joven chófer. La canción lo prende un poco y si la gente no tuviera tanta prisa, vería la protuberancia en su pantalón. Erección que disfruta. Viste una chamarra negra y trae una bolsa con cervezas. Se dirige a la posada de su trabajo en la bodega donde traslada computadoras y piezas de embalaje, muy cerca de la Catedral. Su ilusión, esa noche, es besar a Israel. Si se presta, hasta beberse su tibio semen. A pesar de que sabe que es casado.
Llega temprano. Apenas son las siete. Otros compañeros lo saludan, mientras las secretarias de la oficina, acomodan la mesa con refrescos, platos, vasos y la olla de tamales. Otros se afanan en abrir sillas con logos de refresco. Junto a la mesa, hay una enorme hielera donde todos dejan su dotación de bebidas y, al lado, parado con mirada seria, está Israel.
Es el nuevo. Lleva apenas dos semanas en la oficina. Es bajito. No más de 25 años. Mide 1.70. Blanco con tendencia a estar sonrojado, casi siempre, de ojos verdes y un obvio sobrepeso. Sus anchas manos blancas lucen su anillo de casado, con el que siempre juguetea, de nervios. Su voz es ronca y sólo habla lo necesario. Es el encargado del inventario de la empresa. El Chino siente una irresistible atracción por “los gorditos”. Dice que ya se ha “echado” a más de cien a sus “escasos» 35 años. De todos los colores de piel, tipos de panza, piernas gordas y estratos sociales. Lo prende más saber que son “bugas”.
El Chino abre una cerveza y grita un fuerte: “Salud, mugrosas y señoritas”. Todos ríen porque saben que las “mugrosas” son los hombres y prenden el estéreo. Suena Maluma y el joven mueve la cadera, con verdadera maestría y con aplausos. Empieza, oficialmente, la fiesta navideña.
El Chino es el gay de la chamba y todos se divierten con sus ocurrencias. Siempre hablando en femenino. “Yo, siempre, en diva camionera”, les dice a los otros chóferes que han aprendido a respetarlo. Incluso estimarlo, por las buenas o las malas, cuando ha habido golpes y El Chino acaba tumbándolos, porque, como dice, “soy muy mujertz, pero me los chingo, cabronas”. Ellos han aprendido a ser llamados en femenino. A lo largo de los años, El Chino ha cambiado la percepción del respeto y se ha ganado el cariño desde los dueños hasta Juanito, el velador. Sólo Israel parece que es indiferente a su encanto. No es desprecio. No es disgusto. Sólo no parece conectar y, cuando han hablado, Israel evita mirarlo a los ojos o llamarlo “Chino”. Lo llaman Antonio y le pide, con mucha seriedad, su informe semanal. “Gracias, Antonio. Que tenga buen fin de semana”. Y se da la vuelta, caminando despacio. El Chino eso lo ha derretido por días, pero hoy, jura, se lo agarra a los besos, le dijo a Lupita, la contadora. “Ay, Chino, déjalo. No lo vayas a incomodar”. Y dicen “salud». La velada avanza.
Ya son las 11 de la noche y ya han cenado, brindado, bailado en círculos y se han dado abrazos hasta el cansancio. Israel ha estado todo el tiempo parado, junto al a hielera. Ha hablado poco y sonreído, a quienes pasan a su lado, con timidez. A cada rato, voltea a la puerta. Cualquiera diría que quisiera escapar. El Chino, a la mitad de una canción de Banda El Mexicano, dice que es hora de abrir regalos y ordena poner las sillas en circulo. Apaga la música.
Empieza el intercambio. Se escuchan bromas cuando dos hombres se dan sus regalos malenvueltos. Las mujeres muestran chales o monederos. Carcajadas con bromas de “beso, beso”.
El Chino logró cambiar papelitos hasta llegar al del Israel. Le costó invitar un par de comidas corridas y un six de cervezas para conseguirlo, entre la treintena de empleados. Está emocionado.
Al pasar a darle su regalo al nuevo, saca de su chamarra una cajita. “Gracias”, dice el hombre casado. “Espero te guste, guapo”. Un “iuuuuuuu” general se escucha e Israel se sienta, rojo de la cara, hasta hacerlo parecer recién quemado por el sol. “¿No me das un abrazo, licenciado?” Todas y todos gritan “que lo abrace, que lo abrace” y El Chino se acerca a la silla donde Israel tiene la mirada baja. Le estira la mano y el joven se levanta y lo abraza. El Chino lo sintió estremecerse. Quiso imaginar que era que le gustaba. “Abre tu intercambio”, le dijo al oído y se separaron. Israel empieza a abrir la cajita y descubre que es un reloj. Mucho más caro de lo que era el precio de los regalos. El tope eran 200 pesos. El Chino gastó casi todo su aguinaldo en ese reloj. Israel no supo que decir. Hubo un silencio porque se notaba a leguas lo caro del obsequio. “Gracias, Arturo”. El Chino sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, pero se sacudió la cabeza. Estaba un poco bebido y escuchar su nombre en la voz ronca y varonil del Israel lo emocionó.
“Venga, pongan a Maluma, que les voy a bailar, niñas”. Todos aplaudieron y no notaron que Israel se dirigía a la salida de la bodega, caminado deprisa. Sólo El Chino. Siguió bailando y no dejó que nadie notara que sollozaba. Pensaban que ya estaba muy pedo. Él hubiera querido bailar con su gordito.
…
Son las tres de la mañana. En la bodega fría sólo queda El Chino y don Juanito, ya muy alcoholizados. Los demás se fueron yendo hasta dejarlos solos. El Chino no deja de decir, “se fue mi gordo, Juanito”. El velador no entiende y le da un largo trago a su enésima cerveza. Las últimas que quedan. Sentados en el piso, canturrean una canción de Toni Aguilar. “Adiós, adiós, lucero de mis noches / dijo un soldado, al pie de una ventana”. No se fijan que, despacio, desde la puerta, camina Israel. Se para frente a ellos y Juanito casi no lo reconoce. “Licenciado, perdone que no me pare, ando muy pedo”. Pero El Chino ya está de pie. Tambaleante. “Volviste”. Israel no dice nada. Lo toma del brazo y le dice: “Ya estás muy pasado, Antonio. Te llevo a tu casa. Traigo carro”. El velador ya no escucha nada. Se queda dormitando, mientras Israel y El Chino caminan. “Ya traes puesto mi reloj”, le dice el homosexual. “Me gustó mucho”, le contesta el heterosexual. Y lo abraza por los hombros. Le acaricia con sus manos blancas y regordetas una mejilla.
Salen a la noche y se pierden en la neblina congelante de las calles.
El Chino quiere pensar que si existen los milagros de Navidad.
Israel sólo se deja llevar.
Ya guardó el anillo de casado en alguna bolsa del pantalón.
Pablo
14/03/2021 at 15:02
Me encanto!! ojalá escribas más, eres el mejor.
Saludos!!
Pablo.