Ciudad Erótica

El pacto

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El pacto…

Todo sucedió como suceden las cosas buenas de la vida, las que más se recuerdan, sin proponérselo ni esperarlo. Javier y Marla se conocían de la escuela, no eran íntimos amigos, pero tenían cierta química.

​A Javier siempre le gustaron sus ojos grandes, su figura esbelta y a la vez torneada, su cabello en extremo rizado que le caía sobre los hombros, sus gruesos labios, su risa ruidosa, y esa capacidad sociable hasta al cansancio, algo de lo que él carecía.

​La fiesta era en un bar conocido de la ciudad, sobre la calle Pedro Moreno, ambos se vieron en medio de cervezas y rolas que entremezclaban ritmos tropicales con rock, era la época del reggae, el worldbeat y el ska, mismos que años después Javier, como un San Pedro hipster, negaría más de tres veces.

Foto: Tumblr.

Cosas sin importancia

Javier tenía problemas con su novia —ambos se habían mandado al carajo temporalmente, en un ir y venir de esos que cansan—; Marla recién terminaba con su novio de la universidad, por el que todavía sentía cierto cariño.

​Conversaron un poco y salieron juntos del bar.

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​—¿Quieres que te lleve? —, le preguntó Marla, al percatarse de que Javier no traía coche.

​La charla en el camino se paseó por un sinfín de cosas sin importancia.

​Ella se estacionó afuera de su depa; él se acercó para despedirse con un beso en la mejilla; el contacto dio paso a lo inevitable, sus labios se encontraron y colisionaron; Javier descubrió que debajo de ese sostén rojo con encajes, dos pechos perfectos surgían orgullosos; ella desabotonó su pantalón para presumir unas bragas que combinaban, abrió sus piernas y dejó que los dos dedos de Javier la profanaran; mientras un suspiro mutaba en gemido.

​Javier pudo sentir su humedad hasta la médula.

Otra fiesta

​Una patrulla a lo lejos interrumpió el deleite, cuando Marla ya sostenía con firmeza el miembro levantado de Javier. Todo quedó allí, ella no quiso subir.

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Foto: Shutterstock.

Pasó el tiempo, algo más de seis meses. No se volvieron a ver hasta que se encontraron de nuevo en otra fiesta. Ella de nuevo lo llevó, ahora sí quiso subir, pero en el departamento, sus roomies apenas iniciaban la fiesta. Subieron a la azotea y allí, Javier conoció otra faceta de los labios de Marla, labios cuya firmeza aparente evolucionaba a una carnosa y mojada suavidad que subía y bajaba aprisionando la virilidad de Javier.

Una llamada de sus padres y el frío nocturno cancelaron la sesión.

​La vida cambió, Javier y Marla terminaron la escuela, comenzaron a trabajar, cada uno por su lado. Fue hasta un año después que se volvieron a ver. A él se le ocurrió ir a un café para ponerse al día y luego invitarla al cine a las salas del Centro Magno.

​Se veía venir, el encuentro no terminó tras los créditos de la película, sino sobre una tersa sábana blanca.

Su cuerpo desnudo

​Los años fueron pasando, tanto uno como el otro tuvieron parejas, noviazgos, aventuras fortuitas, y en los espacios intermedios se volvían a ver. Parecía como un pacto tácito, en el que no se necesitaban palabras, como un acuerdo no verbal que cada uno cumplía al pie de la letra. Jamás hablaron de cuál era su situación, simplemente se dejaban llevar.

​A veces pasaba un año o dos, Javier volvía de un viaje por el extranjero y el pretexto era mostrarle las fotos; Marla obtenía un nuevo trabajo o festejaba su cumpleaños y Javier acudía. El desenlace siempre era el mismo.

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​Pocas veces alguno se animaba a proponer un paso siguiente, o tan sólo a pasar más tiempo juntos.

​A Javier le encantaba ver su cuerpo desnudo encima de una cama, o cuando Marla se volteaba boca abajo, la tocaba y ella arqueaba un poco la espalda mientras su voz se quebraba y luego se desenvolvía con soltura inundando la habitación con un sonido tan de ella; cuando con su lengua sentía la dureza de sus pezones, oscuros y marcados; que sus rizos se le enredaran en las intersecciones de los dedos; pero también disfrutaba cuando simplemente se acostaba junto a él y apretaba sus generosos senos contra su pecho.

​Pero todo pacto tiene fecha de vencimiento.

Foto: Shutterstock.

La última vez que se vieron en esos términos, Javier no sabía que sería la última. Viajaron juntos una noche hacia un escondido balneario de aguas termales. Ahí, a la luz de la luna, pudo ver un juego luminoso seductor y fascinante: la figura de Marla entre sombras, vapores y restos de agua que chorreaba y se deslizaba sobre su piel. Ella traía un bikini negro y ceñido, que pronto fue cediendo a las manos nerviosas de Javier quien, por la espalda, se le aproximó para abrazarla y reconocerla.

​Ese recuerdo quedó grabado en la mente de Javier con tinta indeleble.

​Tiempo después hubo otro encuentro, que se mantuvo dentro del terreno de lo cordial. Javier pensó que quizá, tras tantos años por qué no, esa empatía que sentía con Marla en los placeres carnales podía ser llevado a lo cotidiano. Pero no hubo más. En la comida, ella le comunicó cómo iba su nueva relación viento en popa, la buena nueva era que venía un bebé en camino.

​Javier sonrío para sus adentros, le daba gusto que Marla encontrara el amor, que fuera madre, esa buena chica se lo merecía, pero no pudo evitar sentir nostalgia, era el punto final de la historia de ambos, el ocaso de un relato, irregular sí, pero cautivante y especial.

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