Ciudad Erótica
Fiesta de orgías
Fiesta de orgías…
No cabe duda; nadie puede comprender lo que oculta el árido corazón del hombre. Las razones escapan a nuestro entendimiento. A quién amamos, odiamos o deseamos sin medida se vuelve un misterio. Unos lo adjudican a la naturaleza, otros a la locura y algunos al destino ingrato. Baratas explicaciones con poco fundamento en la mayoría de los casos.
Palacio de excesos
Una oscura noche, por la carretera a Nogales-Tepic, fuera de la ciudad de Zapopan, en la mansión del famoso Ramiro. Ubicada en un cerro donde se ocultan otras mansiones por un boscoso monte—en el se esconden estos palacios posmodernistas para proteger a los mojigatos aristócratas tapatíos del mundo real—se realizó una fiesta, una de tantas.
Eran legendarias y sucedían una vez al año por el cumpleaños de Ramiro; invitaba a sus amigos, enemigos, desconocidos, arrimados y aduladores. Los bacanales romanos, famosos por sus orgías, drogas, comilonas, excentricidades y fastuosidad quedarían avergonzados ante la locura de los festivales que organizaba nuestro anfitrión. Duraban sólo una noche, sin embargo, pasaban los hechos más peculiares y eran recordados con vergüenza, asombro y alegría. Cada ciclo, vuelta del sol a la tierra, traía una llamémosle “temática”.
Vivencias y especulaciones
Estas se dedicaban a las perversiones más deliciosas que puedan imaginar. En una ocasión organizó un Nyotaimori, una cena con sushi sobre el cuerpo desnudo de mujeres jóvenes de todo color, tamaño y sabor. Después de la cena, al calor del licor y la diversión prohibida, las chicas se levantaron de sus lechos y desaparecieron en grupos formados por hombres y mujeres.
Llegué a escuchar (nunca me invitó, pero igual me aparecía o colaba) que se llegaron a celebrar ceremonias druidas, no con sacrificios humanos, me refiero a baños de sangre, aún tibia, de animales. Después la orgía de alcohol y sangre, si alguien quería encerrarse en un cuarto de la mansión, adelante. Ese era un mero rumor, más no me inclino a llamarlo pamplinas.
Le gustaba experimentar y era un adorador de las culturas paganas, para él, máximas muestras del espíritu real, natural del hombre. La adoración desmedida a la carne, la posesión, pasión, hedonismo y conocimiento eran de lo más normal y sano, explicaba.
Maestro en la materia
Nuestro anfitrión fue reconocido (fue porque se metió, se presume le metieron, una bala en la cabeza hace tiempo) por ser un mecenas, un bienhechor de la perdición moral de quien entraba en su círculo más íntimo. Creía firmemente (como pasa con los que lo tienen todo y nada) que la naturaleza del ser debía pervertirse porque así se alcanzaba cierto grado de iluminación y grandeza sobre los serviles, neófitos y temerosos de Dios. Odiaba el fanatismo y creía en las energías y espíritus. Se le tenía por altruista, ocultista, libertino y talentoso contador de historias, aunque también se le conocía como un hijo de puta de primera. Charlamos pocas veces en aquellas fiestas.
En esa época él tenía, si bien recuerdo, 24 años y pidió a sus padres abandonar el palacio. Sus viejos se fueron de viaje a quién sabe qué lugar. Aceptaron gustosos, sin poner objeciones.
Los espectáculos variaban cada cumpleaños; un año hizo una quema de libros y otros objetos preciosos en su patio, por ejemplo; en este habría una sorpresa. Un tipo me dijo que se esperaba verlo entrar en su salón principal (sí, la mansión tenía dos salones) montado en un oso amaestrado, alguien (no recuerdo su nombre) contradijo y aseguró habría un show estilo concierto a la Ozzy Osbourne. Rumores.
Clímax
La fiesta había alcanzado su punto alto—celebrada en la sala, cuartos, cocina y baños—, el momento en que la música sube a niveles ridículos; la gente levanta su bebida y la derrama, salta sobre un pie, baila sin sentido, pero sigue un ritmo hipnótico. El olor de la mota, menta, licor, sudor y secreciones tibias se licua y las luces estroboscópicas de tonos neón rentadas parpadean frenéticas. Lo que se conoce como el cenit orgiástico del rave. El “tema” de ese año era lo que unos creen conocer como el heavy metal, pero la banda se había cansado de tocar y los asistentes (un grupo variopinto) habían pedido música más a su gusto, bailable y que conocieran.
Un híbrido insano de electrónica, reguetón, y otros géneros improvisados, les permitió dejar salir lo más bajo de sus instintos en un lugar sin reglas, en el que se alcanzaba lo llamado “el extremo”, donde el tacto frío del sudor en la piel de otro sabía a jugo del universo; donde comprendías que la vida no valía nada y era hermoso vivirla. El cuerpo te abandonaba, el corazón palpita y el tiempo corre veloz y quieres, exiges a tu cuerpo, más, más, más. Ruegas a tus dioses que la fiesta nunca termine. Varias parejas se dejaban llevar por el ritmo y pegaban sus cuerpos con caricias provocadoras; las chicas y chicos acariciaban erecciones con el culo y dedos; pechos alegres y saltarines, con pezones duros, pellizcados, fueron apretados con salvajismo. Labios, a largas mordidas pronunciadas, disfrutaban de una miel invisible.
Una pareja
Esa noche, sin estrellas, Alfred y yo salimos—con vasos llenos de cerveza y tequila en mano—al “patio trasero” de la casa sumido en una semioscuridad colorida. Cansados y sordos huíamos del escándalo de la fiesta. Los cristales y la puerta, hasta nosotros, vibraban por la potencia de la música.
Observamos el lugar y respiramos el aire fresco del monte. Al patio trasero de la mansión se llegaba por un tramo de escaleras y se dirigía a la piscina rodeada de cemento y pasto verde. Una gran alberca de azulejos coloridos con luces acuáticas en el fondo iluminaba de azul los alrededores y un foco chicharronero teñía de amarillo una palmera; proyectaba una luz difusa y dejaba ver a una pareja que se prodigaba arrumacos; a su lado un pequeño chalet servía de comedor al aire libre, permanecía cerrado, con sus luces apagadas.
—No sé si pueda aguantar esta noche; ¿viste a esas morras? No mames. Tengo que ir por una de ellas; hay mucha carne aquí—me confió Alfred con su voz siniestra de pervertido juvenil.
Ignoré a mí amigo y contesté.
—Mira esta casa, qué lugar. ¿Cuánto dinero tendrá este cabrón? —pregunté; apoyé el cuerpo en el barandal y miré a la pareja que se manoseaba bajo la bombilla barata. Dejé que un suspiro saliera.
Alfred rio por lo bajo.
—No lo sé. Suficiente, supongo. Dicen que tiene una casa en Chicago. Bueno sus padres tienen; él no tiene nada en realidad, todo es de sus padres—explicó perdido en la borrachera joven.
Le interrumpí; indiqué con los labios un “cállate”, luego, con el dedo índice señalé a la cercanía. La pareja frente a nosotros se quitaba la ropa. Ambos contuvimos el aliento y nos recargamos en el pasamanos.
Detalle a detalle
La chica se bajó con premura los pantalones ajustados hasta las rodillas, ayudada por el tipo, y dejó ver unas nalgas deliciosas, amarillentas, temblorosas y redondas; se quitó la blusa y el brasier, sus pechos pequeños y redondos cayeron bamboleándose; una barriguita cervecera y apretable se formó al doblarse; se abrazó a la palmera con cuidado de no tocar con su rostro el tronco; miró sobre su hombro para cerciorarse de que su amante le seguía.
Él se bajó los pantalones, su erección era enorme y saltó como un juguete de cuerda; parecía una serpiente a punto de atacar, se movía hipnótica; se agachó, besó una nalga y luego mordió la otra. Ella gritó y ahogó una risita, luego gimió; el tipo le nalgueó una, dos, tres veces; lamió la oscuridad entre sus piernas; la chica volvió a reír con cierto jubilo y traviesa sinceridad; se incorporó y le abrazaron, tomaron los senos, los apretaron manos codiciosas; después le besaron el cuello, la oreja, el hombre hundió el rostro en su cabello largo y ondulado.
Ella gimió otra vez y empezó a ronronear, gemidos cortos y alegres respiraciones entrecortadas mientras le apretaban; él la atrajo y bajó su mano que pasó sus pechos, la barriga y llegó a la entrepierna y desapareció; ella lanzó un gritito. Se besaron con desesperación.
Inconcebible
“Qué rico”, escuchamos. Soltamos un largo suspiro y bebimos un sorbo de licor. No podíamos ver todo lo qué pasaba, no obstante, lo imaginamos y fue glorioso.
“¿Quieres que te la meta?”, preguntó una voz masculina. “Ajá, sí”, respondió la chica con premura. “¿Sí quieres? ¿La quieres toda-toda?”, insistió él.
Cuando ella iba a contestar, le jalaron el cabello, la chica se deshizo de la mano que la agarraba y se bajó la espalda, se dobló y se la metieron con ferocidad; entró limpia, sin problema en un principio; la chica lanzó un gemido prolongado en la semioscuridad.
“¿Te dolió?”, inquirió su amante resoplando con esfuerzo mientras la sacudía adelante y atrás como un pistón; la arremetida era feroz, las nalgas de la chica palmeaban con singular contento en la pelvis de él.
“¡No, no, para nada!”, masculló con el pelo sobre el rostro la chica; interrumpió sus palabras al lanzar una maldición. Aseguró una y otra y otra y otra y otra vez que aquello era una delicia. Los “no mames” y “sigue, así, así” aletearon, llegaron en el aire, traídos por el viento, por una dulce y lasciva voz.
“¡Puta madre; qué rica la tienes!”, aulló é al cielo, jadeó afanoso y la nalgueó otra vez con salvajismo, la castigaba y ella lo disfrutaba; gritó un “¡Ay, ay, sí!” y él arremetió con mayor vigor, resopló, gimió, ahogó otra maldición en saliva y aire que se le escapó.
El aplauso de las nalgas se detuvo abruptamente. El tipo, en su afán de parecer semental, había sacado el chisme y no lograba encajarlo de nuevo; la cosa le colgaba entre las piernas y la chica se giró sorprendida con la respiración entrecortada.
“¿Qué? ¿Ya acabaste? ¿Te corriste?”, preguntó la chica desconcertada.
“No, se me salió”, respondió el otro sin aliento. Apoyó su cabeza en el hombro de la chica y respiró hondamente.
Lo inesperado
Entonces escuchamos un chasqueo detrás de nosotros. Nos giramos asustados—como si nosotros hubiéramos estado retozando en el patio trasero—y nos encontramos cara a cara con el famoso Ramiro; apenas pudimos distinguirlo a la contraluz que generaban los focos neón del salón; llevaba una botella de cerveza en la mano izquierda—la adornaban dos anillos en los dedos índice y medio—tenía panza en forma de barril, una barba apenas crecida, la cabeza rapada y los ojos a medio cerrar, le confería una apariencia triste y amenazadora a la vez. Vestía una playera de colores y unos pantalones de mezclilla.
Nuestro anfitrión sonrió, la música atronaba, los cristales de las ventanas vibraban con mayor intensidad.
—Esperen —prometió en voz alta, embriagada y conciliadora.
La pareja lanzó un respingo al darse cuenta de la presencia de extraños; quedaron congelados junto a la palma. Ramiro pasó entre nosotros, bajó las escaleras y llegó a la piscina del patio.
Buen anfitrión
Se acercó a los amantes. Lo observaron acercarse y esperaron en reverente silencio. Los grillos, la música escandalosa y una bomba de agua era todo lo que se escuchaba. Alfred y yo nos inclinamos sobre el pasamanos, expectantes, con la boca seca, sin saber qué esperar.
Ramiro alcanzó a la pareja; sin ceremonia tomó el chisme del tipo y dijo “deja te ayudo”, jaló el miembro aún erecto y lo acomodó.
“Ahí está”, farfulló; se giró y regresó a donde estábamos. Los chicos, se tambaleaban, medio borrachos todavía, plantados, mecidos por un viento inexistente, contemplaron cómo se alejó.
—¡Ya está! —afirmó al pararse junto a nosotros el dueño de la mansión. Le dio un sorbo a su cerveza y se dio la vuelta para contemplar la función.
Por desgracia no pudo apreciar la vista por mucho tiempo. Tres bobos (una chica acompañada por dos tipos que usaban gorras) aparecieron en la puerta y lo llamaron con un: “Ramiro, wey, ven wey; mira lo que hizo el Mike”; sus voces eran pastosas, adormecidas. El anfitrión sin esfuerzo alguno perdió interés en la pareja y entró en la casa riendo sin motivo alguno. Pareció que el escándalo de la música se lo tragó.
—¿Qué carajo fue eso? —inquirió Alfred sorprendido y divertido a la vez.
Inicio de la noche
Yo volví a pedirle silencio; le indiqué con el dedo índice que pusiera atención. La pareja había vuelto a lo suyo; con gemidos, “¡Ah’s!” y jadeos la violenta acometida subió al cielo sin estrellas. Unos cuantos invitados empezaron a salir también al patio y se nos unieron. Todos observamos en reverente silencio, dando tragos ocasionales a nuestras bebidas. El primer espectáculo de la noche.
Aaron Derrick Ciudad Erótica
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10 libros eróticos que cambiarán tu perspectiva sobre el sexo
Si crees que 50 Sombras de Gray es un buen libro, échale ojo a esta lista de libros eróticos que hemos preparado para ti. Se trata, ni más ni menos, de 10 obras indispensables para adentrarnos en este apasionante género literario. ¡Qué los disfrutes!
Cartas de amor a Nora Bernacle
James Joyce (1882-1941)
La pasión fue el principal motor de la relación entre James Joyce y Nora Bernacle se conocieron desde los 19 y 20 años, desde entonces comenzaron una relación basada en el deseo, el escritor y su esposa mantuvieron correspondencia muy cachonda, y este libro es el resultado.
»Quitándose la ropa de espaldas, y revelando sus dulces calzoncitos blancos de muchacha para excitar al descarado camarada del que ella está orgullosa; y entonces lo deja clavarle su obsceno pito gordo a través de la abertura de sus bragas y para adentro, adentro, adentro, en el querido agujerito, entre las frescas y regordetas nalgas».
Delta de Venus (1977)
Anaïs Nin (1903-1977)
Este libro fue producto de la insistencia de los lectores, uno en particular, que deseaba leer más que poesía, querían leer encuentros sexuales y ahí tienen 15 cuentos. Así fue cómo surgió la idea de Delta de Venus en la década de 1940, pero se publicó en 1977.
«Echado boca arriba en la cama, con las piernas separadas y el miembro erecto, hizo que ella se sentara sobre él y se lo introdujo hasta la raíz, hasta que sus vellos se confundieron. Sosteniéndola, le hizo describir círculos en torno al pene. Ella cayó sobre él, apretó los senos contra su pecho y buscó su boca; luego se enderezó de nuevo y reanudó sus movimientos».
Diario de una ninfómana (2003)
Valérie Tasso (1969)
Este libro narra los encuentros sexuales de una mujer con empresarios excéntricos y muy acaudalados con algunas ideas raras sobre la excitación y el sexo.
«La excitación me aprieta el vientre y mis muslos se contraen inevitablemente. Ya no tengo control sobre mi cuerpo. Me siento de repente perturbada, mi cuerpo pide a gritos que le arranquen la piel para poder fundirse con este desconocido. Se agacha un poco, y empieza a buscar debajo de mi falda, hasta encontrar el elástico de mis bragas. Pienso enseguida que su intención es quitármelas, obviamente. Pero no es así».
Historia del ojo (1928)
George Bataille (1897-1962)
Simplemente es considerada la obra maestra de la literatura erótica. La Historia del ojo y Simona transgredieron a la sociedad francesa en la década de 1920 y más allá, con su comportamiento sexual, su alta carga de contenido erótico, una joya de principio a fin.
«En el rincón de un corredor había un plato con leche para el gato: “Los platos están hechos para sentarse”, me dijo Simona. “¿Apuestas a que me siento en el plato?” —”Apuesto a que no te atreves”, le respondí, casi sin aliento.
Hacia muchísimo calor. Simona colocó el plato sobre un pequeño banco, se instaló delante de mí y, sin separar sus ojos de los míos, se sentó sobre él sin que yo pudiera ver cómo empapaba sus nalgas ardientes en la leche fresca. Me quedé delante de ella, inmóvil; la sangre subía a mi cabeza y mientras ella fijaba la vista en mi verga que, erecta, distendía mis pantalones, yo temblaba».
Historia de O (1954)
Pauline Réage (Dominique Aury 1907-1998)
O es una chica que su amante la introduce a un mundo de sadomasoquismo, vouyerismo, roles de esclavitud sexual, entre otras depravaciones, ella es fotógrafa de día.
«Acerca la mano al cuello de la blusa, deshace el lazo y desabrocha los botones. Ella se inclina ligeramente hacia delante, pensando que él desea acariciarle los senos. No. Él sólo palpa el tirante, lo corta con una navajita y le saca el sostén. Ahora, debajo de la blusa, que él vuelve a abrochar, ella tiene los senos libres y desnudos, como libres y desnudas tiene las caderas y el vientre, desde la cintura hasta las rodillas».
Las edades de Lulú (1989)
Almudena Grandes (1960)
Lulú es una joven de 15 años que siente atracción por un amigo de la familia, Pablo, con quien en sus distintas etapas de la vida, sus edades, está presente este hombre que juntos sus más bajas pasiones se apoderan de ellos.
«Apenas un instante después, todas las cosas comenzaron a vacilar a mi alrededor. Pablo se apoderaba de mí, su sexo se convertía en una parte de mi cuerpo, la parte más importante, la única que era capaz de apreciar, entrando en mí, cada vez un poco más adentro, abriéndome y cerrándome en torno suyo al mismo tiempo, taladrándome, notaba su presión contra la nuca, como si mis vísceras se deshicieran a su paso».
Trópico de cáncer (1934)
Henry Miller (1891-1980)
Este libro es un monólogo en el que el autor hace un repaso de su estancia en París en los primeros años de la década de 1930, centrada tanto en sus experiencias sexuales como en sus juicios sobre el comportamiento humano.
«Nos metemos en el retrete retorciéndonos y allí la sujeto de pie, la arrojo contra la pared, e intento metérsela, pero no hay manera, así que nos sentamos en la taza y lo intentamos pero tampoco hay nada que hacer. Y, durante todo el tiempo, ella me ha cogido la verga y la está agarrando como un salvavidas, pero es inútil, estamos demasiado calientes, demasiado ansiosos. La música sigue sonando, así que salimos del retrete al vestíbulo de nuevo, y mientras estamos bailando ahí en el cagadero, me vengo encima de su bonito vestido y ella se pone más a punto. Vuelvo tambaleándome a la mesa y allí está Borowski con su rostro rojizo y Mona con su mirada de desaprobación. Y Borowski dice: «Vámonos todos mañana a Bruselas», y asentimos, y cuando regresamos al hotel, vomito por todas partes».
Lolita (1955)
Vladimir Nabokov (1899-1977)
Lolita es una niña de 12 años. Humbert Humbert es un hombre que secretamente se enamora de ella y para estar más cerca se casa con su madre. Es considerada una obra maestra de la literatura.
«Ella tembló y se crispó cuando le besé el ángulo de los labios abiertos y el lóbulo caliente de la oreja. Un racimo de estrellas brillaba plácidamente sobre nosotros, entre siluetas de largas hojas delgadas; ese cielo vibrante parecía tan desnudo como ella bajo su vestido liviano. Vi su rostro contra el cielo, extrañamente nítido, como si emitiera una tenue irradiación. Sus piernas, sus adorables piernas vivientes, no estaban muy juntas y cuando localicé lo que buscaba, sus rasgos infantiles adquirieron una expresión soñadora y atemorizada».
El amante de Lady Chatterley (1928)
D. H. Lawrence (1885-1930)
Una mujer casada con un hombre de clase alta, parapléjico y que no es nada romántico. Constanza quiere algo más que vida provincial y encuentra consuelo a sus deseos carnales con un trabajador de clase baja, un obrero llamado Oliver Mellors. Este libro fue censurado en su época por describir sexo explícitamente.
«Aquella noche fue un amante más intranquilo con su frágil desnudez de niño. Connie no pudo llegar a su éxtasis antes de que él hubiera realmente alcanzado el suyo. Y logró despertar en ella una cierta pasión llena de deseo con su suavidad y desnudez infantil; después que él hubo terminado tuvo que persistir ella en el salvaje tumulto y palpitación de sus lomos, mientras él se mantenía heroicamente erecto y presente en ella con toda su voluntad y desprendimiento hasta que Connie llegó a su éxtasis entre inconscientes grititos».
Teleny (1893)
Oscar Wilde
Se le atribuye a Oscar Wilde este libro. Narra la fuerte atracción y la apasionada relación con desenlace trágico entre un joven francés llamado Camille de Grieux y un pianista húngaro, René Teleny. Erotismo homosexual de alta calidad.
«Con esto mi deseo aumentó de intensidad, y la necesidad de satisfacerlo se convirtió para mí en verdadero sufrimiento, mientras el fuego encendido en mí pasaba a ser una llama devoradora que me abrasaba; mi cuerpo entero quedó arrasado por una llamarada erótica. Sentía los labios secos, la respiración jadeante, los miembros rígidos, las venas hinchadas y, sin embargo, me mantenía tan impasible como todos los que me rodeaban. De pronto, me pareció sentir que una mano invisible se deslizaba por mis rodillas; algo en mi cuerpo fue tocado, cogido, estrechado, y una voluptuosidad indescriptible embargó de pronto todo mi ser. La mano subía y bajaba, lentamente al principio, luego cada vez más deprisa, siguiendo el ritmo del canto. El vértigo se apoderó de mi cerebro, una lava ardiente corrió de pronto por mis venas, y sentí saltar algunas gotas… mientras todo yo temblaba».
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Korang, soft porn mexicano… sólo para extranjeros
En 1969 los mexicanos adultos eran considerados poco menos que infantes para el gobierno mexicano, según sus políticas de censura.
La audiencia nacional no debía ser expuesta a contenidos cinematográficos en «extremo sangrientos» o con un «alto contenido sexual»; entiendase, mujeres semidesnudas.
La fórmula era básica: había que rodar filmes costumbristas, heroicos, cómicos, dramáticos, de lucha libre o de monstruos, siempre con límpida mesura.
Más allá de lo permitido
Con toda una vida como director, actor y guionista en México, René Cardona (1905) pudo ir más allá de lo permitido. De la mano de Cardona debutaron estrellas de la talla de Blanca Estela Pavón, Pedro Infante y Germán Valdés «Tin Tan». Entre 1937 y 1982 filmó más de cien películas.
Tratándose de uno de los creadores más importantes de la época de oro del cine mexicano, Cardona aprovechó sus contactos en el extranjero, y se abrió paso en el mercado internacional con dos versiones de una misma película: una para adultos estadounidenses y europeos, y otra para el pueril público mexicano.
Ese es el caso de la conocida cinta Santo en el Tesoro de Drácula (1968), de René Cardona, cuya versión para las audiencias en el extranjero fue titulada como El Vampiro y el Sexo.
Otra menos conocida del mismo director pero igual interesante, intitulada en México como La Horripilante Bestia Humana (1969).
Soft porn y lucha libre
Conocida en Italia como Korang, la Terrificante Bestia Humana y en Estados Unidos como Night of the Bloody Apes, esta cinta mexicana de lucha libre resulta una verdadera rareza del cine mexicano de los años 60’s, no solo por sus sangrientas escenas, sino por sus tintes de «soft porn».
La trama de la cinta gira en torno a los esfuerzos de un médico que mediante una complicada operación de trasplante de corazón busca salvar la vida de su hijo que padece leucemia.
La cirugía resulta exitosa en todo sentido, excepto que el órgano utilizado proviene de un gorila.
Pronto el joven convaleciente sufre una violenta transmutación y ávido de sangre recorre las calles de la ciudad dejando un reguero de víctimas mortales a su paso.
Una película de culto
Mientras que en el País se estrenaba la «versión decente» de La Horripilante Bestia Humana —junto a Hasta el Viento Tiene Miedo, de Carlos Enrique Taboada; y Santo el Enmascarado de Plata y Blue Demon Contra los Monstruos, de Gilberto Martínez Solares—, en el extranjero disfrutaban de uno de los más atrevidos filmes mexicanos de horror jamás filmados.
De esta forma, Cardona abrió el camino a las míticas cintas mexicanas filmadas por Juan López Moctezuma: La mansión de la Locura (1973) y Alucarda, la Hija de las Tinieblas (1977); o Satánico pandemonium (1975), de Gilberto Martínez Solares.
Hoy por hoy, la versión sin censura de la Horripilante Bestia Humana ya no asusta ni escandaliza a nadie.
Se trata, sin embargo, de una película de culto y una muestra de los estrechos márgenes de libertad dentro de los que podían moverse los cineastas y las audiencias del México de los años 60’s.
Aquí puedes ver el film completo sin censura:
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Orgasmo para tres
Desde mi habitación se percibía un fuerte olor a marihuana. Hacía rato que me había puesto la pijama y había comenzado una de mis películas favoritas. Siempre me han gustado los hoteles. Esa sensación de llegar cada vez a un lugar desconocido, que te ofrece camas y sábanas distintas, un techo que mirar y una ventana (quizá).
Al principio le resté importancia a los ruidos que se escuchaban en la habitación contigua. Seguramente se trataba una de esas jóvenes parejitas, se estarían estrenando en las artes amatorias, dado que alcancé a escuchar con claridad en varias ocasiones a una voz femenina que se quejaba, aunque un rato después pareció disfrutarlo, porque los gemidos iban de menor a mayor y justo en mi cabecera parecía que golpeaban rítmicamente con un mazo.
Lo disfrutaba
No puedo negar que aunque en gran medida mis estancias en los hoteles son por cuestiones laborales, en algunas ocasiones he pasado fines de semana completos en cuartuchos de mala muerte sólo para escuchar a las parejas teniendo sexo.
Es tan lindo imaginar, pensar en cómo serán, cuál será la posición que están adoptando y hasta ponerse en el lugar del uno o del otro e incluir diálogos que hagan más interesante esa historia ajena…
No pude ignorarlo
Me levanté al baño en un par de ocasiones, y luego regresaba para darme gusto con unos tragos improvisados que preparé en el mismo cuarto. Estaba un poco mareada, así que decidí dejar sólo la luz tenue de la mesita de noche y reacomodar las almohadas.
Subí el volumen al televisor dispuesta a ignorar lo que estaba ocurriendo unos pasos más allá de mi habitación, pero me fue imposible. Esa manía de prestar atención regresó, y también las imágenes producto sólo de mi imaginación.
»Seguramente era virgen», pensé. Recordé entonces cuando mi virginidad me fue arrebatada en un cuarto de vecindad, así que en adelante, las historias que inventaba de acuerdo a los sonidos que escuchaba, serían mucho mejores que mi propia experiencia.
Noté después que mi ropa interior se empezó a humedecer. Era imposible omitir las imágenes que venían una tras otra y que en principio me obligaron a acariciar un poco mis senos. Los pezones habían encendido una señal de alarma y mi cuerpo me obligaba a lo que debía hacer esa noche, aunque sea desde mi trinchera.
Decidí participar
Apagué la luz y el televisor. Acomodé de nueva cuenta las almohadas y las sábanas y de a poco me deshice de mi bata y luego de mis pantaletas en un acto que rayaba en lo automático, en lo debido.
Al rozar mi vulva, confirmé que estaba tan excitada que no podía esperar más para sentir un poco de lo que aquella joven estaba sintiendo con su pareja en el cuarto contiguo.
Acompasaba los movimientos de mis dedos con los sonidos de fondo, reaccionaba de acuerdo a sus reacciones y mis sonidos guturales que de a poco se convirtieron en gemidos ahogados, se fueron intensificando.
Un hombre invisible
Busqué incluso algún objeto extra que pudiera ayudarme a tener un orgasmo acelerado, quería terminar al mismo tiempo que ella y hacer de cuenta que era yo aquella que estaba disfrutando con un hombre para mí invisible. Nada encontré.
Utilicé mis dedos, introduje uno, y luego dos dentro de mí, mientras que ayudada por el pulgar podía acariciar mi clítoris. En la pared, los golpeteos iban en aumento, pero para entonces ya estaban acompañados por los míos, los que provocaba al retorcerme en la cama. Me aferré a las sábanas, me detenía poco antes de llegar para volver a comenzar y experimentar una sensación aún más intensa cuando llegara al clímax.
Mojé las sábanas de manera inevitable cuando logré vaciarme. Me quedé descansando, y escuchaba apenas los susurros de los vecinos de cuarto. A mi silencio, se sumó luego el de ellos. Había logrado mi objetivo, había llegado a un orgasmo tal vez más intenso que el de aquel par de desconocidos.
La experiencia me hizo refrendar mi gusto por esa extraña manía de contar una historia y prestarle mi cuerpo. Llamé a la recepción para que me cambiaran las sábanas.
Foto de portada: Valeria Boltneva.
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