Ciudad Erótica

La fotogenia

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Día 1.

Lo vi y me gustó de inmediato. Le dirigí la palabra y ni siquiera me miró al contestarme. Esa noche pasó sin novedad, sus dedos ágiles sobre el teclado, la música elegante que tocaba y sus rizos cayendo sobre la frente me provocaron una leve obsesión.

Día 2.

Ni siquiera sabía que estaba ahí. A mitad de la noche se acercó sigiloso a hablarme. Su aliento expelía todo el alcohol que había bebido. Hablamos de música, se sorprendió que conociera tan bien la discografía de Jimmy Hendrix. Me pidió mi teléfono para “ponernos en contacto”.

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Día 3.

Me escribió a eso de las 4 de la mañana.

“¿Qué haces? Por favor hay que hablar un rato”.

De la música pasamos al sexo y en menos de media hora ya me estaba pidiendo que le dijera cosas sucias y fuertes por el teléfono, cosas que le ayudaran a excitarse. Quería jalársela y necesitaba estar excitado. Me pidió que fuera explícita, que le dijera exactamente qué haría con su pene si lo tuviera en mi boca. Quería saber si me tragaría su semen. Sí, le dije, sí lo haría.

Día 4.

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Repitió la llamada muchas noches más. Cada madrugada me pedía cosas más explícitas. Podía escuchar cómo se masturbaba mientras me pedía descripciones más gráficas. Quería saber si lo dejaría meter su pene hasta el fondo de mi garganta, si me dejaría coger por detrás, si lo dejaría que se viniera en mi cara, si lo dejaría que me golpeara suavecito.

Día 5.

Comenzó a mandarme fotografías de su pene. Podía ver cómo su mano lo sostenía mientras se practicaba una nueva chaqueta. Las proporciones de su pene eran perfectas, el largo, el grosor y la firmeza que observaba en las fotografías me invitaban a ser más sucia con mis palabras. Mi razón quedaba nulificada frente a una imagen así.

Día 6.

Me llamó para decirme que había llegado a su casa temprano, que podíamos beber algo si yo quería. Y sí quería. Cuando llegué ya estaba un poco borracho. Me ofreció ron, lo preparó con agua y hielo y de fondo escuchábamos a War. Yo no podía dejar de pensar en su pene.

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Día 7.

La fotogenia es una cosa extraña, hay gente a la que le va muy bien con la cámara y hay otra a la que no. Dentro de la categoría de los favorecidos, hay un grupo que suele tener proporciones físicas que pueden resultar muy peculiares en persona. Aun así, cuando la cámara se posa frente a ellos el resultado es bellísimo, cautivador y elegante. Así la cosa con la gente, pero ¿y los penes? ¿Cómo podía prevenir yo algo como la fotogenia de un pene? Nadie me dijo que uno debe contar con esa horrible variable en los tiempos modernos. ¿Cómo podía yo imaginar que los penes también pueden llevar la fotogenia al límite?

Día 8.

Apenas lo roce y sentí que algo no estaba bien. La cosa que encontré debajo de su pantalón era flácida, muy pequeña y gris. Era como una pesadilla en forma de pene, un gusano atolondrado que vive en medio de las piernas de alguien tratando de alimentarse de fluidos vaginales que no alcanza a beber.

Su boca tenía un sabor pastoso muy desagradable y me besaba como un perro que lame a su dueño. Me estrujaba los pechos como quien aplasta una pelota anti-estrés y tocaba mi sexo como si estuviera raspando con una lija una capa de pintura.

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No le devolví los besos porque sentí asco, no se la chupe porque casi no había que chupar y para evitar tener sexo le dije que me estaba bajando y que no tenía tampones de repuesto. Salí corriendo en cuanto pude.

Día 9.

Mucho tiempo después me buscó y me preguntó ¿por qué no me la chupaste aquel día?

 

Ilustración: Lorena Machuca. @deermargot

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