Ciudad Erótica

Sabor a sal

Publicada

Por Carmen Larracilla

Su mano entre mis piernas, Su dedos como dagas clavándose dentro y destrozando mi calma. El jugo desde dentro y escurriendo, mis manos apretadas en el asiento de su coche y mi cabeza hacia atrás, tocando el infinito.

Cada roce, cada movimiento circular sobre mi clítoris provocaba los espasmos cada vez más intensos. Mis piernas estaban fuera de control, el temblor en los muslos, el sudor, el sabor a sal, el sabor del deseo.

El líquido escurrió entre mis piernas mientras su lengua urgaba todos mis rincones para después lamer ese líquido y volver a besarme. De nuevo un sabor a sal. Tenía que conocer mi sabor, mezclado con el suyo.

Había que corresponder y era mi turno. Le abrí la bragueta que apretaba fuerte su miembro erguido para liberarlo. Me incliné y comencé a chupar la punta de su miembro, lamí las perlas de su excitación que se asomaban ya. Sabor a sal, su sal. Jalaba de mi cabello despacio y luego más fuerte, el dolor y el placer son una mezcla que siempre lleva al descontrol. Seguí lamiendo mientras con mi mano acariciaba sus testículos desde la base.

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La sangre corría fuerte por sus venas y las hizo evidentes. Me suplicó y yo no me negué. Subí sobre él e introduje su miembro urgido en mi vagina sedienta. Me sostuve fuerte de su espalda. La sensación llegaba al límite y no tardó mucho en volver a llenarme al ritmo de sus agitados movimientos.

Regresé a mi asiento y encendió el coche. Había un largo camino que recorrer aún y estaba por amanecer. Con la carretera al frente, el alba nos halló satisfechos. La sed volvió más tarde. Freno de mano y asiento atrás. El mejor viaje. Acompañado de otra sal, la del mar.

 

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