Ciudad Erótica
Tres
Ciudad Erótica…
Por Titánica
Las relaciones de pareja son únicas. Cada pareja decide cómo vivir el mundo, bajo qué condiciones y qué rumbo tomarán sus vidas. Mi esposo siempre supo mi deseo de no ser exclusiva de su cuerpo. Lo hablamos antes de casarnos y decidimos que nuestra relación sería así, sin celos, libre, pero basada en el enorme amor que nos tenemos. Es mi compañero, mi mejor amigo, la persona en la que más confío, pero mis apetitos sexuales a veces lo superan y no lo puedo evitar.
El día que conocí a E su belleza me abrumó. Era tan hermoso que me perturbaba, me confundía, no sabía qué hacer con él. Las primeras veces que lo vi lo desprecié, como quien desprecia a un cachorro porque en el fondo sabe que lo que más desea es tenerlo consigo.
Pasaron un par de veces antes de poder cruzar palabras con el Adonis sin que mis defensas estuvieran altas. Era un tipo interesante, con una vida bien vivida, con sentido del humor y una risa que estallaba en sonidos tintineantes. Sus hermosos ojos grandes y claros me miraban coquetos, me sonreían desde el fondo de su alma. Ese día me di cuenta que podía estar a su merced, que estaba a su merced.
Deleite absoluto
El destino había jugado conmigo: ahí estaba, sola, con el hombre más hermoso del mundo mirándome los ojos y la boca con deseo, como hace mucho nadie lo hacía. Ahí estaba yo, con él y una botella de vino a la mitad del camino.
Esa noche terminamos en su cama y me deleité con él como gato que se lame los bigotes, me deleité con su cuerpo, con su boca, con su belleza. Me deleité con su alma buena y su corazón gigante.
Está de más decir que me derritió por dentro y por fuera, me seguía costando trabajo creer que la belleza pudiera ser tan completa.
Quiero aclarar que mi esposo y yo nos contamos todo, absolutamente todo. La verdad acerca de nuestros acuerdos, es importante para mantener sana nuestra relación, así que le conté de E con lujo de detalles.
Un día cualquiera, mi esposo y yo bebimos por horas. Nos estábamos queriendo mucho, lo había extrañado con vehemencia después de varias semanas de ausencia. Esa noche E llamó y se apareció rayando la madrugada. Cualquier fantasía que se hubiera cruzado por mi cabeza fue superada con creces aquella noche.
Mi esposo y E platicaron y rieron, se entendieron y compartieron intereses. Yo los observaba extasiada. Me encantaba su masculinidad, sus cuerpos, sus voces. Me imaginaba a los dos conmigo, con la tibieza de sus pieles tocando la mía.
Ya muy tarde, muy cansados y muy borrachos, subimos al cuarto con la pura intención de dormir, en la cama cabíamos los tres y yo opté por quedar en medio de los dos. El olor de los dos hombres comenzó a volverme loca, solo quería tocarlos y quitarme la ropa. Supongo que esas sensaciones se transmiten, porque cuando me di cuenta ya estábamos en una revoltura de piernas, bocas y brazos. Así lo había imaginado, así lo había deseado.
Los dos me hicieron feliz
Nos comimos, me comieron, me los comí. Los hombres más hermosos del mundo estaban ahí conmigo, en mi cama, entregados a mi cuerpo y a mi placer. Mientras uno me penetraba me comía al otro y viceversa. Los dos me penetraron, los dos me tocaron, me besaron, me comieron, los dos me hicieron feliz.
Perdí la cuenta de los orgasmos, solo podía sentir un éxtasis tal que pensé que podía morir en paz. Esa madrugada fui la mujer más afortunada del mundo.
Por la mañana despertamos todos juntos, con las piernas y los brazos enlazados, desnudos y complacidos. Esa fue la única ocasión que E pasó por nuestra cama y ha sido la única ocasión que he experimentado tal placer.
E, mi marido y yo compartimos una amistad y complicidad que con pocas personas podremos tener. A mí me queda la belleza del momento grabada con hierro en mi memoria, jamás voy a olvidar esa noche, la más placentera de todas.