Cultura

Los lugares que te hacen llorar

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Por Diego Alejandro Reos

Como si se tratara de ponerle pie de foto a una imagen, en el camino hacia el pueblo nunca dejé de buscar la frase que mejor adornara mi regreso. Pensé, por principio de cuentas, en acompañar aquel día con un Cerati afirmativo y nostálgico: “No hay nada mejor que casa”.

Después, víctima del vaivén de recuerdos que provoca una carretera conocida, llegó a mí el pensamiento lapidario de que el tiempo ha pasado sin darnos tregua desde la última vez que estuvimos ahí.

Comencé a sentirme viejo y reflexivo, entonces retumbaron en mi cabeza las palabras de Martín Caparrós: “Envejecer es descubrir que ya no serás otro”.

Foto: Salvatore Ventura.

Ya por las calles del pueblo mi mente no dejó de insistir con la música y el lamento por los años transcurridos: “Pero Dios sí perdona, el tiempo no, y los años se pasan”. Y así continuamos, porque al igual que en la canción, en aquel lugar ya no están mis amigos, ya no hay nadie en mi casa.

Pasé, casi de manera masoquista, por cada uno de los rincones donde caminé o estuve. En esa aventura pude ver que el óxido ha cubierto las ventanas y puertas de las casas que conocí nuevas. Los pastos verdes lucen menos vivos y al estadio municipal ya le hace falta pintura.

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Hace tiempo que dejé de vivir en el pueblo y hoy pocos me conocen o recuerdan. Al amor que había entre ese lugar y yo, le pasó factura la cruel realidad de ya no necesitarnos para nada. Ante todo eso no se puede más que llorar, muy a pesar de que se añore el regreso.

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