— Sólo una pregunta, ¿puedo preguntarte Billy, qué sientes cuándo bailas?
— No lo sé… se siente bien. Al principio estoy un poco entumido, pero una vez que comienzo a moverme me olvido de todo y… es desaparecer, siento un cambio en todo mi cuerpo, como un fuego adentro de mi, sólo ahí, volando, como pájaro, como electricidad. Sí, como electricidad.
«Billy Elliot», escena de la audición al Royal Ballet.
La primera vez, ténganlo por seguro, ocurre como le ocurre a casi todo el mundo. Desarticulado, sin gracia, como una respuesta casi impulsiva, un deseo de moverse, probablemente inconsciente, casi siempre pasa cuando somos pequeños.
Después va cobrando relevancia en la vida. Es rito de aceptación social, método de seducción, pretexto para la cercanía sin tener que romper la norma social de la distancia —o subirte al tren en horas pico—, es también conexión emocional, gesto de camaradería, de desfogue y desahogo, de habilidad, de convivencia e interacción.
En Hollywood, el amor por el canto y el baile es una de sus piedras angulares. Los musicales, ese tipo de filmes en los que unos tipos a la menor provocación mueven el esqueleto, pululan por doquier. El último ejemplo fue La La Land, —estrenado en México con el innecesario título de La La Land: Una Historia de Amor—, que se llevó varios blásones, aunque no el principal, que fue para Moonlight, en la edición de este año de los Premios Oscar.
Another Day of Sun / Reparto de La La Land
El género suscita filias y fobias en igual medida. Para muchos, puede resultar monótono y absurdo el bailar frente a la cámara y sonreír con gesto de enamoramiento; para otros, justo y necesario pues cantar y bailar nos hace más felices, aún cuando lo tengamos que hacer a escondidas, frente al espejo, bajo la regadera o lavando los platos.
Dancing with myself / Nouvelle Vague (cover Billy Idol)
Películas musicales las hay al por mayor: Baile Caliente, Bailando Bajo La Lluvia, Bailando en la Oscuridad, Flashdance, The Rocky Horror Picture Show, Grease, West Side Story, Chicago, Moulin Rouge, la lista sigue y sigue, pasa por toda la filmografía de Disney, por los zapatos de Gene Kelly, Debbie Reynolds, Julie Andrews y Fred Astaire y por las caderas de Tin Tan, Tongolele y Cantinflas, y llega hasta la misma India, donde es poco concebible que una película no tenga un número musical, gracias a la influencia de Bollywood.
No obstante, antes que Hollywood lo convirtiera en una manía, bailar era ya una actividad presente en la mayoría de las culturas del mundo, orientales y occidentales.
Bailar en la cueva / Jorge Drexler
La ciencia considera al baile como esa conexión entre percepción sonora y control motor, actividad que induce a la interconectividad neuronal, la liberación de endorfinas, dopamina y neurotransmisores relacionados con el afecto, que estimula el hipocampo (zona cerebral que regula la memoria), aumenta la oxigenación, evita la depresión, mejora el estado de ánimo e incluso favorece la generación de nuevas rutas de pensamiento. Ah claro, y también quemas calorías y fortaleces el sistema cardiovascular.
En el terreno de las relaciones humanas, el ritmo es ese espacio en el cual las caderas y los pies son los que hablan y vencen la timidez. El ruido, que hace preferir bailar que hablar con alguien, puede transformarse en la comunicación más efectiva de todas, cuantas charlas insalvables se han salvado gracias al poder del baile.
I’d Rather Dance With You / Kings of Convenience
Quizá es por ello que el baile es defendible, aún pese a la cantidad de pies izquierdos juntos que hay en el mundo siempre existirá esa mueca de melancolía cuando recordamos ese primer baile pegados, ese slam memorable de juventud o ese intento de cumbia para impresionar. Aún sin ser profesionales y ser unos esperpentos de la coordinación, como humanos, no somos ajenos a esa sensación de fuego interior y desvanecimiento que trae consigo la musa Terpsícore. Bailemos pues.
Let’s Dance / David Bowie