Cine
El cine distópico, las mejores películas del género
Las calles están perpetuamente sucias. Los anuncios de neón resplandecen, haciendo que la publicidad sea lo único que ilumine los oscuros callejones. Los estilos de vida están predeterminados, sea por el gobierno sobrepasado de corrupción, las corporaciones ambiciosas, o una perversa combinación de ambos. Así es el cine distópico, un estilo fílmico que se ha convertido en toda una tradición en la gran pantalla.
Las películas de este tipo son usualmente futuristas, aunque no es así en todos los casos. Sus principios filosóficos y estéticos parten de un pesimismo antropológico, el cual hace que estas cintas retraten un porvenir oscuro tanto en términos de instituciones como de individuos. Es decir, una realidad eventual donde las instituciones políticas, militares y culturales están en decadencia, a la par de un incremento de comportamientos individuales particularmente antisociales.
En el cine distópico, el existencialismo y el nihilismo se dan la mano, y lo hacen en contextos de lo más variados.
Mecanización
Por ejemplo, una época de creciente mecanización, como el caso de la gloriosa Metrópolis de Fritz Lang (una de las precursoras indiscutibles del género), que tiene un interesante componente sobre la lucha de clases y los totalitarismos. Contextos donde las relaciones sociales están fracturadas por la codicia o la criminalidad salida de los márgenes, como la saga de Mad Max, de George Miller; ambientes donde la valía del ser humano y su futuro están marcados por su código genético, como en Gattaca de 1997, o centrados en una excesiva dependencia tecnológica, como en la magnífica y deliciosamente satírica Brazil de Terry Gilliam.
Los deseos
Estas películas también experimentan con la forma en que proyectamos nuestros deseos, como en Stalker, una de las mejores de Tarkovsky; a la par que juegan con nuestra memoria y las pulsiones más básicas del ser humano, como en la emblemática La Jetée de Chris Marker. En muchas de ellas, el Estado falló en su tarea principal, lo vemos en Alphaville de Godard (que también incorpora elementos indisociables de cine negro), y son una respuesta a las ansiedades colectivas, como el caso de la amenaza nuclear que se retrata en Akira, la cual comparte espacio en el panteón del cyberpunk junto a Blade Runner de Ridley Scott (y su secuela de 2017 a cargo de Denis Villeneuve); estas tres últimas, obras maestras en la historia del celuloide.
La situación poblacional
La variedad de temas es tal que, por ejemplo, en los casos de Los Niños del Hombre de Alfonso Cuarón y Soylent Green (basada en la novela de Henry Maxwell Dempsey), vemos dos formas de abordar la situación poblacional de la tierra. En una, la ausencia de nacimientos y en la otra, una crisis demográfica de enormes proporciones. Ambas con argumentos redondos. Ahí están la celebrada Matrix de las hermanas Wachowski, o la injustamente olvidada Dark City, de Alex Proyas. Dos películas con ideas contrapuestas de la realidad y la enajenación con lo inmediato.
Y es que, en este tipo de cine, el individualismo más deshumanizado muchas veces triunfa sobre cualquier pretensión colectiva. Comparte la idea de un futuro que no necesariamente es brillante ni prístino (rompiendo así con la ciencia ficción más idealista, que se vería duramente cuestionada tras la gran depresión de los treinta, ambas guerras mundiales y el avance de la guerra fría).
Los años 80
Después de todo, los setenta y ochenta, con sus índices crecientes de criminalidad en muchas partes del mundo, dieron un impulso importante al cine de este género.
No sorprende, entonces, que su propuesta narrativa y visual continúe siendo vigente. En la actualidad, además de los temas clásicos, este cine bien podría añadir los discursos de odio que parecen propagarse con suma rapidez, el terrorismo, los asaltos a la privacidad digital, o el hecho de que nos encontramos a las puertas de la catástrofe ambiental.
Y no sólo desde la perspectiva estadounidense (donde este cine surgió especialmente), sino en muchas otras latitudes, como en Latinoamérica, África y el Noreste de Asia; en muchas ciudades de estas regiones, la industrialización desmedida, las marcadas desigualdades y el fenómeno de la gentrificación, hacen que nuestra realidad siga siendo tierra fértil para la anti-utopía.
Finalmente, es cierto que hemos avanzado mucho como sociedad, y que múltiples derechos que antes eran un sueño, ahora son la realidad. Pero el que existan leyes no significa que estén garantizadas para la posteridad. Este cine nos enseña que a pesar de contar con instituciones e inventos designados para el progreso humano, si las actitudes no evolucionan, realmente nunca nos movimos del punto de partida. Si el futuro está más allá, la distopía ya nos alcanzó.