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Éxodo: de la esquizofrenia distópica al thriller mediano

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La ciencia ficción distópica es uno de los temas favoritos de la cinematografía. Así, la historia del séptimo arte nos ha entregado franquicias comerciales entrañables –pero irregulares- como Mad Max, Terminator, Matrix o Blade Runner; bodrios como Mundo Acuático, El Cartero o La Isla, y películas de alta factura filosófica como Metrópolis, Akira, El Último Camino, Brazil, 12 Monos, La Ciudad de los Niños Perdidos o Niños del Hombre, sólo por mencionar algunas.

Usualmente este tipo de proyectos van de la mano de altos presupuestos, sin embargo, hay propuestas independientes que logran con pocos recursos crear historias sólidas. Éxodo: La Última Marea, co-producción Alemania-Suiza dirigida por Tim Fehlbaum y que tiene entre su reparto a Iain Glen –sí, Jorah Mormont, el eterno enamorado no correspondido de Daenerys Targaryen en Games of Thrones–, se queda un poco a medio camino, y de un arranque prometedor que puede rozar lo terrorífico decae en una resolución de thriller un tanto floja.

La historia sigue los pasos de un equipo de astronautas que a bordo de una expedición, Ulises II, regresa a una Tierra ya deshabitada y en decadencia buscando señales de vida para tratar de recuperar un hogar para los restos de la humanidad que ahora viven en la colonia espacial Kepler-209, donde se ha instaurado una suerte de credo en el que se apela al “bien común” como principio rector de la sobrevivencia de la especie.

Louise Blake (Nora Arnezeder) pertenece a esta tripulación, pero ella además tiene una motivación ulterior, busca a su padre, el creador del proyecto de regresar al Planeta Azul hoy devastado, quien viajó en el Ulises I, y del cual se ha perdido el rastro.

Las primeras escenas de Éxodo, transitan en una densa niebla y en largas planicies inundadas, con imágenes que invitan a la esquizofrenia y la incertidumbre. El misterio sobre lo que encontrarán en esta nueva tierra hace pensar en infinitas posibilidades irreales e incluso escalofriantes, sin embargo, todo conduce poco a poco a una suerte de post-sociedad primitiva, que alimenta la esperanza de Blake de que la humanidad pueda retornar a casa. Blake se encontrará con un mundo que es mucho menos inocente y básico de lo que ella pretende creer, y en el cual la hostilidad y la lucha por la supervivencia son crueles y no exentas de las relaciones disímiles de poder que llevaron al mundo a su primera destrucción.

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Es justo aquí cuando de la ciencia ficción pasamos al thriller de acción, y cuando la historia comienza a adolecer de huecos, resoluciones fáciles y algunos arcos narrativos un tanto inverosímiles, como la evolución de la propia Blake, y su extraña vinculación con nuevos personajes que va encontrando en su camino.

Visualmente, la película sale avante a su medianía presupuestal, gracias a tomas saturadas de luz y movimientos abruptos de cámara, que abonan al ambiente de ansiedad necesario en este tipo de cintas, así como a una elección de locaciones oscuras y decadentes –del lodo y el exceso de agua se pasa a un antiguo deshuesadero de barcos que se convierte en el escenario del clímax de la historia-. Sin embargo, de donde adolece es en el desarrollo de su guion, pues de ser una historia con un potencial reflexivo sobre la condición humana y el dilema ético sobre el dominio de las élites, al final solo arroja tímidas pinceladas sobre este respecto, lo cual la hace suficiente para ser disfrutable, pero no inolvidable.

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