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Olga Nayeli: feminicidio sin justicia en Puebla

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Sexta entrega de nueve.

Samantha Páez

PUEBLA.- Olga Nayeli Sosa Romero tenía una sonrisa amplia y una cara redonda enmarcada por su cabello largo, negro y lacio. Su familia la recuerda como una mujer leal e inteligente, que siempre les impulsaba a conseguir sus metas.

La vida de Olga Nayeli terminó el 9 de junio de 2014. Su esposo Moisés la mató a golpes en su casa; luego cercenó el cuerpo en pedazos, subió los restos de Olga al coche y manejó una hora y media de la ciudad de Puebla hasta el municipio de Huaquechula, donde finalmente los roció con gasolina y les prendió fuego.

Los 35 años de logros e ilusiones acumulados en el cuerpo de Olga quedaron reducidos a huesos calcinados, imposibles de identificar sin una prueba de ADN.

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En el estado de Puebla de 2012 a 2015 fue asesinada una mujer cada semana, de acuerdo con datos del Sistema Nacional de Información de Salud (Sinais), elaborados con los certificados de defunción que emite la Secretaría de Salud, actas de defunción del registro civil y el cuaderno de defunciones del Ministerio Público.

Durante 2013 los homicidios de mujeres subieron 66% en comparación con el año anterior. Fue en ese año que la entidad dejó los últimos lugares en asesinatos de mujeres para ubicarse entre los diez estados con más casos a nivel nacional.

En Puebla la mayoría de las mujeres –cuatro de cada diez- fueron asesinadas en sus propios hogares, como ocurrió con Olga Nayeli. De las que mataron en sus casas, la mitad estaba casada o en unión libre, como Olga, y una de cada cuatro tenía de 26 a 40 años al momento de su homicidio.

Olga Nayeli no trabajaba en el momento en que su esposo la mató. Tampoco lo hacían cuatro de cada diez de las mujeres víctimas de homicidio en Puebla. Olga estaba estudiando su segunda licenciatura, mucho tiempo atrás había terminado Estomatología con un excelente promedio. Hasta pocos días antes de su muerte estudiaba Enseñanza de francés en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), porque quería dar clases a niños y niñas de la edad de su hija Sara.

Para Olga Nayeli Sosa su hija era su principal motivación para seguir aprendiendo. Desde que supo que estaba embarazada escuchaba música especial y leía mucho sobre cuestiones relacionadas al parto o la crianza. Cuando nació Sara se dedicó a buscar libros, música y programas de televisión que la formaran y resolvieran sus inquietudes.

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Olga siempre acompañaba a su hija de 4 años a todas sus actividades, por eso a su familia se le hizo muy extraño que ese lunes 9 de junio no llevara a Sara a la clase de ballet. Todo ese día sus padres y sus hermanos intentaron localizarla, pero su teléfono estaba apagado. Moisés, con mucha tranquilidad, les dijo que seguro estaba haciendo cosas. Fue hasta la madrugada del martes que les confirmó su desaparición.

A partir de ese momento los padres, hermanos, primos y amigos la empezaron a buscar en hospitales, agencias del Ministerio Público y en las calles cercanas a su casa. Mientras Miosés se mantenía en calma y trataba de hacer su vida con normalidad.

Cuando la familia de Olga lo acompañó a interponer la denuncia por la desaparición, Moisés les dijo a los agentes ministeriales que seguro era un berrinche y que quizás se habría ido con algún amante. Pero quienes conocieron a Olga saben que eso era imposible: ella siempre fue muy leal y no soportaba las mentiras, el día que descubrió a Moisés en una mentira le pidió el divorcio.

Después de varios días de búsqueda, los agentes del Ministerio Público llegaron a revisar la casa de Olga. Había un olor fuertísimo a cloro, los peritos descubrieron restos de sangre en la casa y, sobre todo, en el baño. El esposo de Olga iba perdiendo el color de la cara en tanto las autoridades encontraban más pruebas.

Le pidieron que metiera al coche a la casa y allí encontraron más rastros de sangre, así como varios de los objetos con que se deshizo del cuerpo.

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Al día siguiente del cateo Moisés acudió a rendir su declaración y fue en ese momento que confesó el asesinato, aunque dijo que fue de forma imprudencial porque al calor de una discusión la empujó y ella se desnucó. Los huesos que quedaron de Olga lo desmienten: su cráneo seguía pegado a su columna, murió por los golpes que él le dio con un mazo.

Olga Nayeli habría sufrido también violencia familiar previa, pues 15 días antes de su homicidio llegó a casa de su madre con moretones en los brazos. Las marcas tenían la forma de unos dedos, como si alguien la hubiera sujetado muy fuerte. Años antes Olga llegó una noche con la mano lastimada y llorando; le dijo a su familia que sin querer se machucó con la puerta del coche y no quiso hablar más del incidente.

Moisés, médico de profesión, la obligaba a tomar medicamento porque supuestamente sufría hipotiroidismo. A partir de entonces Olga Nayeli tenía crisis de ausencia, no se acordaba de muchas cosas que hacía o decía.

Según el Sinais en Puebla ocho de cada diez mujeres que fueron asesinadas y sufrieron violencia familiar previa murieron en sus hogares.

El Código Penal del Estado de Puebla señala que una de las hipótesis para que se acredite el delito de feminicidio es la violencia previa. De tal forma que los 20 casos donde sí hubo violencia se podrían considerar no como homicidios, sino como feminicidios.

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Aunque para la abogada Karla Micheel Salas Ramírez, del Grupo de Acción por los Derechos Humanos y la Justicia Social, quien participó en el litigio del caso de las muertas de Juárez o Campo algodonero, la mayoría de homicidios de mujeres en el país serían feminicidios.

En el caso de Olga Nayeli cumple con cuatro de las nueve causales de feminicidio vigentes en el estado de Puebla: la violencia previa antes del homicidio, las lesiones crueles y degradantes que sufrió su cuerpo, la relación sentimental que tenía con su homicida y que éste la mantuvo incomunicada antes de muerte.

Sin embargo, la justicia está lejos de llegar para Olga: el asesino no tiene sentencia porque interpuso varios amparos, porque pide que los restos de quien era su esposa se sometan a pruebas, porque ni siquiera muerta la deja descansar.

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