Opinión
Cerocahui: el asesinato de dos jesuitas nos recuerda lo que hace mucho se rompió
El pasado lunes 20 de junio, Pedro Eliodoro Palma, un guía de turistas de la región norte, era perseguido por personas armadas que querían acribillarlo. Pedro buscó refugio en la iglesia del pueblo de Cerocahui, donde ingresó y fue asesinado presuntamente por José Noriel Portillo “El Chueco”, quien dirige una célula del grupo delictivo “Gente Nueva”, considerado como el brazo armado y operativo del Cártel de Sinaloa en Chihuahua.
Además de asesinar a Palma, Noriel Portillo le disparó a dos sacerdotes, Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, quienes acudieron en auxilio del guía turístico al escuchar los disparos en la iglesia; posteriormente un tercer sacerdote que se encontraba en el lugar, presenció cómo hombres armados subieron los tres cadáveres a una camioneta, por lo que le pidió dejar los cuerpos para darles sepultura, “El Chueco” se negó a esta petición y emprendió la huida.
La noticia del asesinato de dos jesuitas en la Sierra Tarahumara, durante las primeras horas de la noche del lunes, se esparció como pólvora, y rápidamente fue noticia a nivel internacional: Dos sacerdotes asesinados por un sicario, debido a que habían ofrecido ayuda a una persona a la que acababan de disparar.
Un hecho que no es la primera vez que se ve en la historia, como ejemplo tenemos la matanza de seis sacerdotes jesuitas el 16 de noviembre de 1989, en la Universidad Centroamericana (UCA) durante la Guerra Civil Salvadoreña; justo ese es el hecho que conmociona, el asesinato de sacerdotes por un grupo armado, por el simple hecho de ayudar a los más vulnerables, se dio en regímenes dictatoriales, pero en este siglo XXI, en esta democracia “de abrazos no balazos” en la que vivimos, no podemos dejar pasar por alto este crimen.
Históricamente, los jesuitas han sido conocidos como la “izquierda” de la Iglesia Católica, aquellos que en aras de construir el reino de Dios han ido a los rincones del mundo a los que otros no han querido ir, como ellos mismos se definen son: “hombres de frontera”.
Esos lugares a los que nadie quiere ir porque significa estar donde duele, donde las injusticias y el sufrimiento son parte de una violencia estructural añeja, sistémica e histórica; es estar con “los nadie”, como los describe Eduardo Galeano en su poema que lleva dicho título.
Tras un día de desaparición y búsqueda por parte de los tres órdenes de gobierno, dada la magnitud de la noticia, el 22 de junio, la gobernadora de Chihuahua, Maru Campos, dio a conocer que se habían encontrado los cuerpos de los dos sacerdotes y el guía de turistas asesinados.
Esos sacerdotes eran conocidos como “El Gallo” y “Morita”, los jesuitas que hasta el último de sus días, siguieron el ejemplo de Jesús, siempre al servicio de los demás y con una profunda promoción por la justicia y la reconciliación, en esos lugares olvidados por el Estado, donde solo hay abandono y marginación, ahí donde la opción por los pobres se vuelve un modo de vida hasta el último de sus días…
Los nombres de Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar se suman a las más de 100 mil vidas que la violencia del crimen organizado ha arrebatado en nuestro País. El crecimiento de los carteles, la impunidad y los discursos llenos de palabras sin acciones, nos tienen hoy sumidos en una realidad donde esas fronteras de las que hablamos, están cada vez más cerca; el espiral de violencia se cierra día con día entre homicidios, desapariciones, feminicidios y otros tantos delitos, que si bien, llevan décadas y tienen un trasfondo más allá de esta administración, aumentan día con día y la búsqueda por justicia parece que nunca llegará.
Por eso hoy más que nunca, ante este escenario de muerte y dolor, el ejemplo de vida del padre “Gallo” y el padre “Morita” es una brújula que nos ayudan a seguir creyendo en un mundo más humano y justo, denunciando las injusticias con valentía y sobre todo que nos vuelva empáticos ante el dolor de quienes más sufre.
Nos leemos la siguiente semana con mejores noticias y recuerda luchar, luchar siempre, pero siempre luchar, desde espacios más informados, que construyen realidades menos desiguales y pacíficas.