De paralelismos y quesos manchegos en Acuerdo México-Unión Europea

Mediante un comunicado conjunto el 21 de abril, los Comisionados de la Unión Europea (EU), Cecilia Malmström (Comercio), Phil Hogan (Agricultura y Desarrollo Rural) y el Secretario de Economía mexicano, Ildefonso Guajardo, anunciaron que la UE y México lograron alcanzar “un acuerdo en principio” emanado de los esfuerzos por revisar y darle mayor dinamismo al marco legal bilateral.
Los principales puntos acordados (aunque no los únicos) —tras dos años de negociaciones— son en materia de comercio e inversión, por lo que ello supone una actualización del Tratado de Libre Comercio UE-México (TLCUEM) que, a su vez, forma parte del Acuerdo de Asociación Económica, Concertación Política y Cooperación entre la Unión Europea y México. Pero este Acuerdo es de larga data, pues fue firmado en 1997, siendo presidente Ernesto Zedillo, para finalmente entrar en vigor en julio del 2000 durante el sexenio de Vicente Fox.
Lo que lograron las rondas de negociaciones que culminaron este 21 de abril, es una modernización de sus alcances: la eliminación, prácticamente en su totalidad, de aranceles sobre los bienes comerciados; la entrada de nuevos temas en la agenda bilateral, como el medio ambiente y el combate a la corrupción; y la incorporación de acuerdos en materia agrícola, un tema que en el pasado se había enfrentado con reticencias (no es casual que Phil Hogan participara en las negociaciones). Más sobre esto, en unos momentos.
Hace dos décadas, la firma de este acuerdo y del TLCUEM en específico, supuso un intento al término de la presidencia de Zedillo por lograr diversificar las relaciones de México con el mundo, tratando de relajar el enorme peso que ha tenido sobre el país la relación bilateral con Estados Unidos. Por su parte, para el sexenio de Fox, la Unión Europea representó uno de los bloques económicos resaltados como esenciales y prioritarios dentro de su Plan Nacional de Desarrollo, una vez que llegó al poder. Dicha región creció en importancia para el primer gobierno panista, con el fin de dinamizar la actividad internacional mexicana e impulsar el desarrollo interno, buscando dar un giro de timón que desmarcase claramente su sexenio de las administraciones priístas.

Foto: Gobierno de México.
La Cláusula Democrática
Entre los factores internos que resultaron cruciales para lograr pactar el acuerdo, dicen diversos autores, está la transición democrática que comenzaba a sentirse en el país y que era seguida de cerca por el resto del mundo; los “aires democráticos” se veían reflejados en las encuestas de tendencias electorales que situaban a Fox como el puntero. Otro de los factores fueron las giras realizadas por Ernesto Zedillo a ciertos países de la Unión Europea, durante el año de 1996, para efectos de cabildeo.
Con todo ello, logró firmarse el también llamado Acuerdo Global; pese a las reticencias iniciales de Bruselas por temor al incumplimiento mexicano de la denominada “cláusula democrática” establecida en el Acuerdo. Esta cláusula se refiere a los primeros tres artículos del texto legal, donde se establece de manera implícita el apego de ambas partes a “los principios democráticos y a los Derechos Humanos fundamentales”. Tal y como está redactado el acuerdo, dicha cláusula se convirtió en una condicionante para los acuerdos económicos y el diálogo político. La UE no podía darse el lujo de que se le señalara como promotora de acuerdos con países antidemocráticos (el PRI llevaba casi 70 años en el gobierno, después de todo) y México necesitaba reforzar su imagen como una democracia líder en América Latina.
El bono desaprovechado
Una vez que el político panista llegó a Los Pinos, el potencial del llamado “bono democrático” no tardó en manifestarse, en vista de que uno de los compromisos globales que México asumió desde la llegada de Fox al poder, consistió en la promoción de los Derechos Humanos y la democracia; o eso decía su gobierno en los foros internacionales. Con todo, ambos eran temas que se habían mantenido fuera de las agendas de política exterior en las administraciones priístas, “optando por principios legalistas tradicionales como el de la No Intervención” (Velázquez, 2010) .
Pero una serie de factores conjugados en el sexenio de Vicente Fox, tanto internos como del contexto internacional mismo, llevarían a un franco desaprovechamiento del Acuerdo Global. Fue dejándose de lado la expectativa del contrapeso surgida desde el sexenio de Zedillo, una vez que el gobierno de Fox colocó de nuevo a Estados Unidos como la prioridad en materia de política exterior, dada la estrategia de seguridad en la que buscó insertarse su gobierno. Del mismo modo, la búsqueda del tan anhelado acuerdo migratorio ocupó gran parte de la agenda bilateral con Estados Unidos —un acuerdo que, tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, quedaría lejos de alcanzarse—, relegando a segundo plano los acuerdos alcanzados con la Unión Europea.

Foto: Christopher Furlong/Getty Images
Negociar en bloque
Si bien el Acuerdo Global de 2000 fue calificado en su momento como un tratado sui generis; —en tanto que fue el primero que firmó la UE con un país latinoamericano y debido a la amplitud de los temas pactados—; los acuerdos en materia agrícola quedaron como una asignatura pendiente. Esto se explica, en parte, por las complejidades de la Política Agrícola Común europea (PAC); pues el agrícola es uno de los mayores sectores económicos para todos los países miembros. Negociar en bloque sobre este punto fue forzosamente complicado.
No obstante, en las rondas de negociación iniciadas en 2016, la propia Comisión Europea expresó su deseo de incorporar mayores productos de este tipo en la nueva versión del Acuerdo. Pero si dichos bienes entraron a la mesa de negociaciones, quedó claro que los lácteos siguen siendo un tema sensible para la Unión Europea; no olvidemos lo importantes que son para el continente las industrias chocolateras o los derivados lácteos como el queso, porque no sólo pertenecen al terreno comercial, sino que están ligados culturalmente a Europa.
Discusiones manchegas
Justo sobre ese punto, la prensa reportó a inicios de 2018 que las delegaciones europeas y mexicanas comenzaron a chocar por el asunto del queso manchego. Y es que Europa mantenía que sólo se le puede llamar como tal al queso proveniente de la región de La Mancha en España; si los productores mexicanos querían colocar su producto en los supermercados, debían cambiarle el nombre.
Un argumento razonable, si tenemos en cuenta que la denominación de origen es fundamental para un comercio justo. Pero la importancia que esto tiene para México radica en que la industria quesera nacional se ha abierto camino en diversos mercados (uno de ellos el estadounidense) y el ceder espacios podría considerarse como un retroceso. Finalmente, como señala para El País el chef español Pablo San Román, “el manchego en México es una marca y en España un origen”. Adicionalmente, el manchego mexicano está hecho con leche de vaca, mientras que el español con leche de oveja. En términos prácticos, dándole entrada al criterio del consumidor, no debería existir tal conflicto.
Pero el asunto quedó zanjado por el ya citado Comisionado de Agricultura y Desarrollo Rural de la UE, quien anunció en el comunicado final que México puede conservar la denominación de su queso manchego, siempre y cuando:
1) las etiquetas no muestren información engañosa que equipare esta variedad a la producida en La Mancha
2) que se especifique que está hecho con leche de vaca.
Hasta Don Quijote quedó contento.
El Acuerdo en perspectiva
Si bien falta que el texto sea ratificado para poder entrar en vigor, se da por terminada la tarea más importante: llegar a un acuerdo. Los detalles técnicos pendientes se irán resolviendo hacia el cierre de 2018. En resumidas cuentas, casi todos los bienes quedan desgravados e incrementa el número de servicios en esta situación; se deja listo el terreno para fomentar mayores inversiones directas; las empresas mexicanas y europeas podrán participar en licitaciones públicas y obtener contratos por ambas partes; se refuerzan los compromisos adquiridos en el Acuerdo de París sobre el cambio climático; dando preferencia a soluciones sustentables en las industrias; y se integra el combate a la corrupción (tanto en el sector público como el privado); a los temas democráticos y de defensa de los Derechos Humanos, que ya estaban presentes desde el primer acuerdo.
¿Pero cuál es la relevancia de que nuestro país firme un instrumento como este? Según los datos presentados en el portal del Banco de México, del total de exportaciones mexicanas correspondientes a febrero de 2018 (35, 210 millones de dólares): el 86% tuvo como destino a Estados Unidos, mientras que apenas un 7% le correspondió a la Unión Europea. En un contexto donde el proceso de renegociación del Tratado de Libre Comercio con América del Norte continúa extendiéndose, es evidente que la diversificación de la estrategia comercial mexicana adquiere un carácter prioritario.
El clima de proteccionismo
Aun así, parece que solemos interesarnos en buscar contrapesos hasta que ya sentimos pasos en la azotea. Trazando un paralelismo con el contexto en que se firmó el acuerdo de 1997; quizá estamos en la búsqueda por diversificar nuestro comercio porque la situación ya es urgente. El TLCAN 2.0 se está tardando más de lo esperado, como ya se dio, y no podemos quedarnos de brazos cruzados.
Pero el apuro no sólo es por parte de México. Decía Cecilia Malmström que este acuerdo envía un claro mensaje a todos aquellos escépticos del libre comercio que se rehúsan a creer que la modernización de los tratados comerciales es posible, habiendo voluntad por ambas partes. (Léase, Estados Unidos). Después de todo, los planes de la Unión Europea por alcanzar un acuerdo comercial con EE.UU. (planteado durante la administración de Obama); y que eventualmente se habría convertido en un acuerdo transatlántico de grandes proporciones, se congelaron con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
Una semana después de la actualización del TLCUEM, la Canciller alemana Angela Merkel declaraba en una entrevista que, así como siguen robusteciéndose los acuerdos bilaterales, es de suma importancia fortalecer a la Organización Mundial del Comercio (OMC) ante un clima de creciente proteccionismo y discursos engañosos en el terreno del comercio internacional.

Foto: Reuters.
Algunas interrogantes
Volviendo a México, ¿será que la incorporación del combate a la corrupción le traerá un nuevo reto al gobierno mexicano? ¿Podemos considerar esta temática transversal como la nueva “cláusula democrática”? Con el recrudecimiento de la violencia desde el año 2000, y el crecimiento de los índices de impunidad; ¿qué tanto hemos cumplido con dicha cláusula? Después de las elecciones de 2012, ¿podemos decir que somos más democráticos?
Apenas tres días después de finalizar el acuerdo, señalaban los eurodiputados pertenecientes al Grupo de los Verdes, que las negociaciones habían sido precipitadas por temor a un eventual triunfo de Andrés Manuel López Obrador en la contienda electoral que nos ocupa estos meses. Apuntaron que todo fue parte de un acuerdo ente las élites empresariales de ambas partes para “blindarse” frente a un candidato tendiente a la implementación de barreras comerciales, a su juicio. Tanto si este análisis es acertado como si no, es innegable que quien ocupe la presidencia no debe perder de vista la necesidad de diversificar el comercio y realizar un cabildeo oportuno que nos permita mantener un rol activo en el intercambio internacional de bienes y servicios.
Es tiempo de que nuestro país siga buscando estrategias para profundizar sus múltiples acuerdos y tratados comerciales, teniendo como propósito el sacarles mayor provecho. De este modo, evitaríamos poner todos los huevos, o los quesos, en la misma canasta.
¿Por qué el PRI necesita al genio de Salinas de 1988?

En la narrativa política mexicana, Carlos Salinas de Gortari ha sido demonizado por décadas. Pero ¿y si esa historia fuera un mito? ¿Y si el PRI necesitara regresar a la frescura, la alegría y el pragmatismo tecnocrático de su sexenio para salir del coma político?
Durante más de treinta años, a los mexicanos se nos ha contado una historia de demonización que ha calado hondo en el inconsciente colectivo. Con 42 años actualmente, en 1994, yo era un niño de diez y, como la mayoría de los de mi generación, me fue imposible comprender la complejidad de lo que sucedía en el país.
Hoy, en la edad adulta, es evidente que a nuestra generación se le mintió de manera sistemática. Nos hicieron creer que Carlos Salinas de Gortari, su visión tecnocrática y la política neoliberal eran la fuente de todos los males, cuando en realidad, fueron el antídoto que salvó a México del estancamiento y nos preparó para un futuro globalizado.
La verdad, sin embargo, es que los verdaderos anacrónicos y acartonados son aquellos que han construido su carrera política sobre la base de esta mentira: Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez (los dos últimos ya se extinguieron). Ellos son los verdaderos «dinosaurios» con los que Salinas, con su frescura y modernidad, quería terminar en 1988.
Su retórica, que demoniza al neoliberalismo, es una cortina de humo que esconde una falta de visión y preparación. Critican el modelo, pero al mismo tiempo se benefician de él con el ahora T-MEC, lo que demuestra la profunda contradicción y la falta de un proyecto de nación propio.
La figura de Salinas, lejos de ser un villano, emerge como un líder visionario que, a través de su preparación académica y su audacia política, logró lo que parecía imposible: modernizar a México y sacarlo de la crisis.
La demonización de su figura es el arma principal de una clase política que teme a la tecnocracia y a la preparación, y que prefiere perpetuar el anacronismo con fines electorales. Es hora de que los mexicanos, dejen de lado el rencor que fue infundado y reconozcamos que la visión de Salinas fue la que sentó las bases para el crecimiento económico de nuestro país.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) se encuentra en una encrucijada, una situación que una reciente serie de ViX ha puesto de relieve. Enfrentando la urgente necesidad de una reconstrucción profunda y total, el partido ya no puede conformarse con una simple renovación de figuras, sino que requiere una auténtica refundación ideológica y estructural para dejar de ser una «reliquia del pasado» y convertirse en una fuerza política moderna y relevante.
En este contexto, la figura de Carlos Salinas de Gortari, a menudo demonizada, emerge como la clave para revitalizar al partido. Con una mente lúcida y una vasta experiencia, Salinas es visto como el «arquitecto» que podría devolverle a México el rumbo y la responsabilidad que la administración actual carece.
El sexenio de Salinas (1988-1994) representó una ruptura con el viejo estilo del PRI, caracterizado por el dogma político y las estructuras corporativistas. Contrario a la imagen acartonada de líderes como Cuauhtémoc Cárdenas (este último la mantiene) y Porfirio Muñoz Ledo(este otro ya se extinguió), Salinas, con un doctorado en Economía de Harvard, encarnó una figura política joven y fresca. Su visión tecnocrática priorizó la eficiencia y la racionalidad por encima de la lealtad política, buscando modernizar el país para enfrentar los desafíos de una economía globalizada.
La frescura de Salinas, con su carisma y alegría, siempre sonriente, transmitía felicidad, un gusto emanaba en su rostro al desempeñar el cargo de presidente de la República, contrastaba fuertemente con la rigidez de sus opositores. Mientras Cárdenas y Muñoz Ledo defendían un idealismo anacrónico, la figura de Salinas no era acartonada ni rígida, representando lo opuesto que él quería reconstruir en el PRI. Esta vitalidad era clave para renovar un partido que había caído en la obsolescencia.
La habilidad de Salinas para conectar con el público, con un estilo moderno, le permitió presentar su visión de un México diferente, alejado de la política dinosaurica que representaban los fundadores del PRD(ya se extinguió), que es una copia barata del PRI, pero con una visión de izquierda anacrónica, nunca ganaron.
La escisión de Cárdenas y Muñoz Ledo en 1988 se debió a que Salinas optó por este enfoque profesional, la tecnocracia. Mientras que Morena, como mutación del PRD, ha heredado este anacronismo y la carencia de preparación de sus líderes, la tecnocracia de Salinas se basó en el conocimiento técnico y la capacidad de gestión. Su visión se basó en que la clase política de México requería una preparación académica para enfrentar los desafíos de una economía globalizada. Por el contrario, los líderes de Morena, con perfiles más ideológicos que profesionales, demuestran que el verdadero «dinosaurio» no es el PRI renovado de Salinas, sino el viejo PRI del 88 que no pudo vencerlo y que ahora se ha convertido en Morena.
El sexenio de Salinas se distinguió por una notable bonanza económica, con un crecimiento promedio anual del 4%, un respiro después de la «década perdida» de los años 80. La firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) abrió las puertas a una prosperidad sin precedentes, atrayendo inversión extranjera y modernizando la industria nacional. Este proyecto de largo plazo, basado en el neoliberalismo y la tecnocracia, tenía un sucesor claro en Luis Donaldo Colosio. Colosio, considerado el mejor alumno de Salinas, estaba destinado a consolidar a México como una gran potencia económica.
La línea político-económica del neoliberalismo que Salinas defendió es lo que ha permitido que México siga a flote económicamente. Si el neoliberalismo fuera tan nefasto como lo han señalado López Obrador y ahora Claudia Sheinbaum, no habrían mantenido la política económica de apertura que él implementó. Su retórica, que demoniza al neoliberalismo, contrasta con su pragmatismo al no cancelar el TLCAN, un tratado que es el motor de la economía nacional y un legado indiscutible de Salinas. Esta contradicción expone el doble discurso de un partido que critica el modelo, pero se beneficia de sus resultados, una muestra del anacronismo que heredaron de sus fundadores.
La hipótesis de que los homicidios de Colosio y José Francisco Ruiz Massieu provinieron de un grupo del mismo partido que Salinas buscó eliminar sostiene que estos crímenes no solo terminaron con las vidas de dos grandes políticos, sino que también cortaron de tajo el proyecto de nación que buscaba restaurar al PRI y a México. La victoria de la oposición en el año 2000, liderada por el PAN, se vio como una consecuencia directa de este quiebre.
Hoy, el PRI está «en coma». Sin embargo, puede revivir si se nutre de las bases que Salinas sentó: la importancia del neoliberalismo, el perfil tecnocrático y la frescura política. La verdadera «revolución» para el partido no será la de la lucha armada del siglo XX, Salinas en el año de 1988 ya iba en contra de esa ideología ANACRONICA que tuvieron sus antecesores, sino una revolución de idealistas y gente preparada, tecnócratas mexicanos, con visión fresca y alegre.
El regreso de Salinas a la vida política del partido sería una estrategia audaz para sacudir su inercia, no con un afán de protagonismo personal, sino con el objetivo de ser un «arquitecto de líderes» que capacite a las nuevas generaciones.
Esto permitiría al PRI construir una alternativa sólida que, en un momento en que la oposición está fragmentada y carente de figuras carismáticas, podría ofrecer una esperanza a un país que anhela un rumbo distinto. El regreso de su frescura, alegría y preparación a la vida pública es clave. Su figura, por su peso histórico y su antagonismo con el oficialismo, es la única que tiene el potencial de obligar a la oposición a dejar de lado sus diferencias y unificarse en torno a un objetivo común: detener el anacronismo y falta de preparación de los líderes de Morena que es el viejo PRI del 88.
En un momento de profunda crisis y fragmentación para el Partido Revolucionario Institucional, el camino hacia la supervivencia no está en la búsqueda de nuevas fórmulas, sino en un regreso audaz a las raíces de la modernización que él mismo sembró. La figura de Carlos Salinas de Gortari, a sus 77 años, lejos de ser anacrónica, se mantiene lúcida y fresca, encarnando la visión tecnocrática que el partido y el país necesitan con urgencia. Su regreso como presidente nacional del PRI, aunque polémico, es la jugada más inteligente y estratégica que el partido podría hacer.
Salinas, con su doctorado en Harvard, es más que un político: es el arquitecto de la modernización de México y un estratega cuyo conocimiento técnico y experiencia son invaluables. Su liderazgo no se basa en el idealismo acartonado que ha demostrado ser infructuoso, sino en el pragmatismo que salvó a México de la crisis económica en los años 80 y lo posicionó como una potencia emergente.
La firma del TLCAN, su legado más tangible, no solo es una muestra de su visión de largo plazo, sino un motor económico que ha salvado a millones de mexicanos de la crisis durante más de tres décadas. La permanencia de este tratado bajo administraciones que lo han criticado es la prueba fehaciente de su éxito y de que la tecnocracia y el neoliberalismo, lejos de ser una ideología demoníaca, son la herramienta que ha permitido a México prosperar.
El PRI necesita despertar de su coma y la figura de Salinas es la única capaz de inyectarle la vitalidad, la frescura y la preparación que sus líderes actuales no tienen. Su regreso no solo sería para dirigir al partido, sino para fungir como el mentor y arquitecto de una nueva generación de líderes tecnócratas, capaces de enfrentar los desafíos del siglo XXI. La pregunta que debe resonar en la mente de todos los mexicanos es: ¿Cuántos mexicanos tienen un doctorado en Harvard? La respuesta pone en perspectiva el valor del conocimiento y la preparación, cualidades que hoy son más necesarias que nunca para guiar a México hacia un futuro de prosperidad y estabilidad, dejando atrás el anacronismo y la improvisación.
Sobre el autor
Fernando Arango Ávila es jurista y académico. Doctor en Ciencias de lo Fiscal, y actualmente cursa un posdoctorado en Derecho. Actualmente, combina su experiencia práctica con su labor investigativa. Escribe: drarango83@gmail.com.
Por qué la propuesta de Orden Ejecutiva de la Ley Kirk es un imperativo mundial

En un mundo cada vez más polarizado, la violencia política, ideológica y religiosa se ha convertido en una sombra que amenaza la libertad de expresión. Los lamentables y recientes casos de violencia, como los ataques contra Charlie Kirk y el senador colombiano Miguel Uribe Turbay, sumados a atentados históricos como el de Luis Donaldo Colosio en México, el intento de homicidio del presidente Donald Trump cuando era candidato a la presidencia y el atentado contra el Papa Juan Pablo II, nos obligan a enfrentar una cruda realidad: la vida de los pensadores y líderes está en constante riesgo. Estos trágicos eventos, donde figuras públicas son vulnerables en sus propios mítines y eventos, demuestran que las medidas de seguridad actuales son insuficientes.
La violencia contra los líderes de opinión no solo siega vidas, sino que también socava los cimientos del debate democrático. Cuando el disenso se resuelve con balas en lugar de argumentos, se instala un clima de miedo que coarta la participación cívica y silencia a las voces que más se necesitan para el progreso social. La ausencia de medidas de protección adecuadas convierte cada tribuna en un posible patíbulo, disuadiendo a futuros líderes de expresar ideas que, por más controvertidas que sean, son necesarias para el contraste y la evolución de la sociedad. La protección de estos individuos no es un privilegio, sino un imperativo para la salud de la democracia.
Esta vulnerabilidad sistemática no es accidental. Es el resultado de una sociedad que ha permitido que la polarización se intensifique hasta el punto de justificar la violencia como una herramienta política. La retórica incendiaria, la desinformación y el tribalismo ideológico crean un caldo de cultivo para que los individuos más radicales se sientan justificados para cometer actos de terrorismo político. Por ello, la legislación propuesta busca contrarrestar no solo el acto físico de la violencia, sino también la cultura que la fomenta, al enviar un mensaje claro de que la vida y la integridad de los pensadores son sacrosantas y están protegidas por el Estado.
Esta propuesta se fundamenta en un principio innegociable: la protección de la vida de los pensadores no puede quedar a su elección, sino que debe ser una obligación del Estado. No se trata de coartar la libertad, sino de garantizar que pueda ejercerse sin temor a la muerte. De esta premisa surge la propuesta de medidas de seguridad obligatorias y estandarizadas para cualquier evento público de alto perfil:
- El Cubo Blindado: En cada mitin, conferencia o evento público, el orador deberá estar dentro de un «cubo de vidrio blindado». Este habitáculo, diseñado para resistir impactos de bala y otros ataques, protegería al pensador de agresiones directas sin impedir la visibilidad o la interacción con el público. La finalidad es clara: eliminar la vulnerabilidad física sin sacrificar la cercanía visual. Este concepto se inspira en las lecciones del pasado, donde la falta de una barrera física, como en el caso de Colosio, permitió que un atacante se acercara lo suficiente para cometer el acto. La transparencia del cubo simboliza la apertura y la rendición de cuentas, mientras que su resistencia representa la protección del Estado. No es un muro que aísla, sino un escudo que permite la libre expresión.
- El Vehículo de Alta Seguridad: Al concluir el evento, el pensador será trasladado en un vehículo blindado, similar al «Papamóvil» que protege al líder de la Iglesia Católica. Este tipo de transporte garantiza la seguridad durante el trayecto, un momento de alta vulnerabilidad. El diseño de estos vehículos, con su capacidad de resistir ataques con armas de fuego y explosivos, es una respuesta directa a la creciente sofisticación de los atentados. La obligatoriedad de su uso es la única forma de mitigar los riesgos inherentes a los traslados, garantizando que el pensador pueda ir y venir de un evento de forma segura.
- El trágico caso de Charlie Kirk es el catalizador de esta propuesta. Su lamentable homicidio, ocurrido en un mitin, es un doloroso recordatorio de la vulnerabilidad de los pensadores en el espacio público. Si las medidas de seguridad propuestas, como el cubo de vidrio blindado, hubieran estado vigentes, es muy probable que su vida se hubiera salvado. Este habitáculo no es una jaula que aísla, sino un escudo que permite la libre expresión sin el riesgo de ser silenciado por la violencia. Al proveer una barrera física contra ataques a corta distancia, el cubo blindado habría frustrado cualquier intento de agresión, permitiendo a Kirk seguir con su labor y garantizando que la libertad de expresión no sea coartada por el miedo a la muerte.
Esta protección no sería opcional. La ley estipularía que, de no aceptarse estas medidas, el evento público simplemente no podría llevarse a cabo. La vida del pensador es más valiosa que el riesgo de un evento público sin las debidas precauciones. Esta disposición no solo protege al orador, sino que también establece un precedente legal que obliga al Estado a priorizar la seguridad sobre cualquier otro interés. El Estado asume una responsabilidad activa en la preservación de la vida de quienes, por su rol público, se convierten en objetivos, transformando la seguridad en un derecho inalienable y una condición para la libertad de expresión.
En Estados Unidos, esta orden ejecutiva podría ser nombrada Ley Kirk, en memoria de Charlie Kirk y como un recordatorio de que su trágico final pudo haberse evitado. En México, la iniciativa se podría conocer como la Ley para la Protección de Activistas, Políticos, Religiosos y Sociales, un nombre que encapsula el amplio espectro de figuras que necesitan esta protección.
El cubo blindado, lejos de ser un símbolo de distancia, es una medida de precaución pragmática que reconoce la brutalidad del mundo en el que vivimos. Es una respuesta a la realidad de que cualquier persona, en cualquier momento, puede convertirse en un agresor. Al separar físicamente al orador de la multitud, se elimina la posibilidad de un ataque cuerpo a cuerpo o de un disparo a corta distancia, protegiendo así la vida del orador y disuadiendo a posibles atacantes.
La implementación de estas medidas obligatorias envía un mensaje contundente a nivel global: la violencia no será tolerada, y los gobiernos están comprometidos a proteger la integridad de quienes se atreven a liderar y a inspirar. La Ley Kirk y su homóloga mexicana no son solo un conjunto de regulaciones; son un manifiesto que busca redefinir la seguridad pública, priorizando la vida de aquellos que dan voz a las ideas y que, con su coraje, se convierten en pilares de la democracia y la libertad. Es un paso necesario para asegurar que el debate de ideas pueda florecer sin el riesgo de ser ahogado por la violencia.
El asesinato del presidente John F. Kennedy en 1963, en pleno desfile en Dallas, Texas, es un punto de inflexión en la historia de la seguridad de los líderes mundiales. Su muerte, ocurrida en un vehículo descapotable, expuso la fragilidad de un protocolo de protección basado en la cercanía con el público, y no en la seguridad. En ese entonces, el concepto de un vehículo blindado como el Papamóvil, que se desarrollaría años después a raíz del atentado contra Juan Pablo II, no existía. Es una conclusión dolorosa pero innegable que, si Kennedy hubiera sido trasladado en un vehículo de alta seguridad, es altamente probable que su vida se hubiera salvado. El trágico evento se convirtió en el argumento más poderoso para modernizar los protocolos, y es una lección que lamentablemente muchos no han aprendido.
Este patrón de violencia es una realidad brutal en México. Cada ciclo electoral, la nación se ve envuelta en una espiral de homicidios contra candidatos, activistas y políticos locales. Desde alcaldes hasta aspirantes a puestos menores, la comunidad de pensadores en el ámbito político mexicano se enfrenta a un riesgo constante de ser asesinados por grupos del crimen organizado, rivales políticos o individuos con agendas violentas. Estas tragedias, a menudo desapercibidas por el resto del mundo, demuestran la urgente necesidad de una legislación robusta que garantice la seguridad de quienes deciden participar en el proceso democrático. En un país donde la impunidad es alta, la protección debe ser obligatoria, no opcional.
Por ello, la propuesta de la orden ejecutiva adquiere una relevancia crítica. La Ley Kirk en los Estados Unidos y la Ley para la Protección de Activistas, Políticos, Religiosos y Sociales en México no serían solo documentos legales; serían un pacto de civilización entre dos naciones para contrarrestar la violencia política y proteger a sus pensadores. Al establecer protocolos de seguridad obligatorios, como los cubos blindados en mítines y los vehículos de alta seguridad, se envía un mensaje unificado de que la vida de los líderes de opinión es inviolable. Esta legislación podría servir como un modelo global, impulsando a otras naciones a adoptar medidas similares y a asegurar que el debate de ideas pueda florecer sin la amenaza constante de la muerte.
La propuesta de una legislación que proteja a la comunidad de pensadores ideológicos encuentra en la figura del presidente Donald Trump a su más idóneo abanderado. Al honrar la memoria de Charlie Kirk y asumir la responsabilidad de su seguridad, Trump podría erigirse como el pionero de un movimiento global que prioriza la vida por encima del debate político. Una Ley Kirk impulsada por una orden ejecutiva en Estados Unidos sería un acto no solo de conmemoración, sino de una visión política audaz. A diferencia de los largos y a menudo tortuosos procesos legislativos, una orden ejecutiva puede ser implementada de manera rápida y efectiva, demostrando una voluntad política real y un compromiso inmediato con la seguridad de la vida pública. Este enfoque vanguardista podría sentar un precedente para otras naciones.
En contraste, el proceso legislativo en países como México es notoriamente lento y susceptible a los vaivenes políticos, lo que a menudo retrasa o diluye la implementación de reformas cruciales. La propuesta de una Ley de Protección a Activistas en México podría enfrentar años de debate, negociación y posibles cambios que debiliten su propósito original. Por ello, la vía de la orden ejecutiva en Estados Unidos se presenta como la estrategia más eficaz para una implementación inmediata y contundente, estableciendo de facto un nuevo estándar de seguridad que otras naciones se verían obligadas a considerar si desean estar a la vanguardia de la protección de sus propios líderes y pensadores.
Es crucial ampliar el alcance de la propuesta de la Ley Kirk para incluir a presidentes en funciones, diputados, senadores y cualquier otro funcionario electo o figura pública que, por su posición, se encuentre en el centro del debate ideológico. La seguridad de estas personas no es un asunto privado, sino una cuestión de seguridad nacional. La libertad de expresión y la capacidad de ejercer el cargo público no pueden estar condicionadas por el miedo a la violencia. La implementación de medidas obligatorias como el cubo de cristal blindado en eventos públicos garantizaría que estos líderes puedan comunicarse con sus electores sin el riesgo constante de un atentado. Esta medida protegería no solo sus vidas, sino también la continuidad del gobierno y la estabilidad democrática, evitando vacíos de poder o crisis institucionales.
La reciente 80.ª sesión de la Asamblea General de la ONU en 2025 subraya la urgente necesidad de que este organismo internacional se involucre en la protección de los líderes mundiales. Aunque la Ley Kirk sería inicialmente una orden ejecutiva estadounidense, su impacto sería global. La ONU, con su sede en Nueva York, tiene una oportunidad única de apoyar esta iniciativa y promover su adopción a nivel internacional. Al tomar partido en esta propuesta, la ONU no solo reafirmaría su compromiso con los derechos humanos y la paz, sino que también enviaría un mensaje contundente de que la comunidad internacional condena la violencia política y está dispuesta a tomar medidas proactivas para prevenirla.
Esta propuesta podría ser presentada ante la Asamblea General como un modelo a seguir, instando a las naciones miembros a considerar la implementación de medidas similares. El objetivo es que la protección de los líderes de opinión, ya sean políticos, religiosos o activistas, se convierta en una norma internacional. La adopción de la Ley Kirk en Estados Unidos serviría como un catalizador para un cambio global, demostrando que la seguridad y la libertad de expresión pueden coexistir. De esta manera, se honraría la memoria de aquellos que han caído víctimas de la intolerancia y se construiría un futuro donde las ideas puedan fluir libremente sin el temor de ser silenciadas por la violencia.
Sobre el autor
Fernando Arango Ávila es jurista y académico. Doctor en Ciencias de lo Fiscal, y actualmente cursa un posdoctorado en Derecho. Actualmente, combina su experiencia práctica con su labor investigativa. Escribe: drarango83@gmail.com.
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Ramon vargas
05/05/2018 at 08:40
Pues como siempre muy concreto y completo tu comentario.