Opinión
El robo de identidad, ¡ojo con lo que compartes!
En la mañana del día en que escribí estas líneas, veía en el noticiero el enésimo reportaje acerca de personas que, de alguna manera, son estafadas en transacciones que realizan en medios digitales o bien, sufren la pérdida de su identidad en el mundo digital, las estadísticas tanto nacionales como por entidad federativa acerca del robo de identidad señalan que las transacciones y plataformas digitales son utilizadas sin la menor cautela y con absoluta confianza acerca de que, aquellos con quienes interactuamos, no tienen malas intenciones.
Este asunto me llama poderosamente la atención, pues en los casos que he conocido de primera mano, subyace un elemento común como causa de que las personas sean víctimas de estos delitos y es la confianza, tal vez excesiva, en la honorabilidad de las personas y las instituciones, pero también, en que sus datos no serán compartidos o robados, por ejemplo. Es decir, que dan por hecho contar con expectativa de privacidad y que el responsable o sujeto obligado cuenta con las medidas de seguridad pertinentes para llevar a cabo el tratamiento de sus datos personales. Y hacia este punto quiero llevar la reflexión de estas líneas, es decir, que no deberíamos ser víctimas de robo de identidad, pues no tendrían que existir incidentes relacionados con el incumplimiento del deber de seguridad por parte de los sujetos obligados.
¿Qué pasa si, además, añadimos el otorgamiento de un consentimiento por mera fórmula, que de ninguna manera sea informado? Aunado a lo anterior, ¿cuál es la razón, entonces, de que la gente no valore correctamente sus datos personales o esté dispuesta a ceder parte de su privacidad a cambio de bienes y servicios que difícilmente son equivalentes al valor de lo entregado y sin asegurarse de que existen garantías de su tratamiento correcto?
El teórico estadounidense Daniel Solove, lo explora desde el punto de vista en que los responsables, sobre todo entes gubernamentales, justifican el tratamiento excesivo de los datos personales, con pretexto incluso de salvaguardar la seguridad de los usuarios del servicio (como en el caso del Fan ID en la Liga MX o el Aeropuerto Felipe Ángeles), pero que desde mi perspectiva, son argumentos que ayudan a perpetuar las malas prácticas que los titulares tenemos para con nuestros datos personales, lo que consecuentemente nos lleva a enfrentar efectos indeseados como el robo de identidad.
Así, nos pregunta Solove: “Si no tienes nada que esconder, ¿qué temes?”; “si no haces nada malo, ¿qué escondes?”. Y coincidimos con el autor que la privacidad ha sido mal estimada e incluso despreciada, principalmente por los titulares de los datos personales que, al no reconocer su valor y los efectos nocivos de su custodia negligente, no pueden defender su privacidad y por lo mismo, difícilmente serán conscientes de la importancia de respetar la legislación en materia de protección de datos si asumen el papel de responsable del tratamiento o de sujeto obligado.
Cualquier persona cuenta con asuntos que no quisiera fueran revelados, que no necesariamente son conductas o hechos ilegales, pero que desea preservar fuera del ojo público por pertenecer a su esfera privada o incluso, íntima. Muy difícilmente, además, podrían preverse las consecuencias en un futuro a mediano o largo plazo del consentimiento para tratar esos datos personales que, llegados a ese punto, probablemente no desearíamos que se conocieran.
Por ello, considero que el respeto a la privacidad y la debida protección a los datos personales debe valorarse, en principio, desde nuestro ámbito particular como personas, despojándonos de los roles en los que nos desempeñemos, para reflexionar a fondo acerca de qué tanto estamos dispuestos a compartir con el resto de las personas, pero también, cuáles son las consecuencias que esto nos traerá, sobre todo a largo plazo. ¿Realmente deseamos volver de dominio público nuestra esfera más íntima? Y, quienes estamos en el servicio público, ¿qué estamos realizando para dar tratamiento en apego estricto a la ley, y así evitar incidentes como los mencionados al principio de este texto?
Sobre la autora
Ana Olvera es hidalguense, con intereses en protección de datos, privacidad y bioética.