Opinión

La cultura para el desarrollo en México

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Apreciable lector, lectora, este texto sirve como preámbulo para la examinación de una interesante política cultural (y económica) recientemente lanzada por el gobierno de Jalisco: Filma Jalisco, la cual abordaré en el siguiente artículo. Me permito, en primera instancia, describirle la relación entre economía y cultura, de modo que contemos con un marco referencial que nos denote la importancia de una política de ese carácter y el impacto que tiene en las industrias culturales y creativas.

La cultura y la economía son dos campos sociales que interactúan dinámicamente dentro de un espacio social, se vinculan para instaurar las formas en que las sociedades satisfacen sus necesidades, tanto básicas como culturales, considerando el funcionamiento del sistema de producción cultural y así encaminar el desarrollo de los individuos particular y colectivamente, siempre y cuando tomemos en cuenta la capacidad de crear riqueza económica, intelectual y espiritual, que mantiene un bienestar para quienes somos habitantes de un país o región.

Ya no es novedad el análisis del Sector Económico de la Cultura, debido a la medición de su contribución y generación de valor en términos del Producto Interno Bruto (PIB), inversión, empleo, comercio, entre otros. Lleva un tramo recorrido la exploración de algunas de sus implicaciones, desde el sector económico, como el establecimiento de indicadores cuantitativos, el diseño y la implementación de una política económica-cultural, y todos aquellos aspectos que conllevan el reconocimiento de la cultura como un motor de crecimiento y desarrollo de un país.

El análisis se extiende al sector cultural porque se ha determinado que el crecimiento de las industrias culturales y creativas depende, en gran medida, de las políticas públicas que se emplean para incentivar este sector. Para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), estas industrias representan los sectores de las artes, la cultura, la tecnología y los negocios que usan el capital intelectual como recurso primario, por ejemplo, cine o audiovisuales, música, diseño, arquitectura, artes visuales, artes escénicas, investigación, desarrollo e innovación tecnológica, entre otros. Es decir, involucran, por un lado, sectores cuyo modus operandi consiste en la reproducción industrial o semi-industrial con la posibilidad de producir y distribuir a gran escala sus productos. Por otro lado, incluyen sectores en los que los bienes, servicios y actividades no son reproducibles de manera industrial, o sea, operan a pequeña y media escala, y de forma artesanal.

En México, los avances en cuanto a la cuantificación de la aportación de la cultura y sus industrias al PIB son relevantes. En el 2019, representaron el 75%, es decir, 588,016 millones de pesos aproximadamente con base en información del INEGI empleando la metodología desarrollada por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), la cual subdivide en cuatro categorías a dichas industrias culturales según su grado de contribución económica: Industrias Base, Interdependientes, Parcialmente Relacionadas y No Dedicadas. También se contempla la contribución de la Economía Sombraa saber, los sectores informales no registrados dentro del marco fiscal y jurídico. Gracias a los resultados, es posible ver cómo las industrias culturales y creativas constituyen un sector de actividad económica importante para México. Con este análisis, estas industrias se ubican como uno de los sectores más importantes de la economía, junto a la industria maquiladora, del petróleo y del turismo, así como los sectores de las telecomunicaciones y el agropecuario.

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Aunado a lo anterior, nos llevan a establecer que, efectivamente, las industrias culturales y creativas son un sector de suma importancia para nuestra economía, por su contribución al PIB, al empleo y que conjuntamente debería traducirse en bienestar para las familias, en recursos para el gobierno, y no solo eso, sino que también generan la entrada de divisas del extranjero fortaleciendo las finanzas del país.   

A pesar de la importancia de las industrias culturales y creativas en la economía, es común ver que en México, las instituciones débiles y políticas públicas ineficientes han limitado el crecimiento del sector cultural cabalmente, debido a que estas  permean únicamente a las grandes empresas, las cuales son minoría,  y no a toda la comunidad cultural en general, condiciona el acceso a aquellos creadores de expresiones no comerciales y a los artesanos, pertenecientes a los estratos socioeconómicos vulnerabilizados, al desarrollo de la cultura y, en muchos casos, a lo que puede ser su única forma de sustento. Hay que tener presente que la mayoría de las industrias culturales se centran en las micro, pequeñas y medianas empresas (MiPyMes) y que son, casi en su totalidad, unidades económicas de subsistencia que crean altos volúmenes de empleo y autoempleo. En los países de la OCDE, estas representan el 95% del total de las empresas generando entre el 60% y el 70% del empleo.

La operación de las MiPyMes culturales podrá optimizar su aprovechamiento económico al contar, como lo hacen los demás sectores de la economía, con reglas de operación que sean para las personas y empresas que en él participan, claras, estables en el tiempo y conducentes para el desarrollo del sector. Esto muestra que un sector económico que cuenta con estas reglas tiene, en consecuencia, una política económica sectorial, una atención y tratamiento específico en lo relativo a sus relaciones comerciales con el resto del mundo, y de manera desatacada, una política fiscal en general y de incentivos fiscales para su promoción en lo particular. Por lo tanto, se deben elaborar políticas de incentivos fiscales para los agentes económicos y empresas dedicadas a las actividades económico-culturales, con especial énfasis en las MiPyMes culturales.

La cultura debe ser el centro de la sociedad y que todas las personas tengamos acceso a ella como derecho, esto solo se puede lograr mediante la democratización de la cultura, es decir, haciendo que los bienes culturales permeen en toda la nación desde su producción, distribución y consumo. Debemos atender la cultura como una fuente de desarrollo, entendida no solamente en términos de crecimiento económico, sino también como medio de acceso a una existencia intelectual, afectiva, moral y espiritual satisfactoria. La cultura constituye en sí misma, además de su valor intrínseco en términos sociales, simbólicos y estéticos, un motor de crecimiento y de desarrollo económico, como lo refleja su participación en el PIB.

 

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Sobre el autor
Eduardo Daniel Ramírez Silva es licenciado en Gestión Cultural por la Universidad de Guadalajara y maestro en Ciencias Humanas por la Universidad Antropológica de Guadalajara. Su labor profesional está dedicada a la educación, la investigación y divulgación de la cultura, así como a la promoción de la lectura.

 

 

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