Opinión
La diplomacia volátil del G7, en la era Trump
Del 8 al 9 de junio, en Quebec, tuvo lugar la cumbre de líderes mundiales del Grupo de los 7 (G7). Con Canadá asumiendo la presidencia, siete de las economías más avanzadas del mundo se reunieron en la reserva natural de Charlevoix, para discutir los asuntos globales más urgentes. Pero los apacibles escenarios de esta reserva de la biosfera (declarada por la UNESCO), contrastaron con el carácter incendiario de las discusiones.
Discusiones que involucran a Francia, Alemania, Estados Unidos, Italia, Reino Unido, Canadá y Japón (además del asiento que le reservan a la Unión Europea, como invitada). Siete actores globales que, en su conjunto, representan un tercio de la economía global. Un tercio de la producción e intercambio de bienes y servicios, a escala internacional. Y de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, también contribuyen con el 11% de la población mundial. Siete economías cuya injerencia sobre lo que sucede en el mundo, no puede pasarse por alto.
Como cada año, los mandatarios de cada país miembro le recuerdan a la prensa que la cumbre es informal en su carácter, pero sustanciosa en sus alcances. Es decir, si bien el mundo y sus desafíos se ponen sobre la mesa de discusión, lo que los motiva a reunirse son los valores compartidos y sus coincidencias en la agenda global. Allá en 2011, por ejemplo, lo mismo se discutía sobre la crisis de la zona euro o la guerra en Siria, que se difundían fotos de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy compartiendo una sombrilla. Más recientemente, un día se analiza la seguridad en el ciberespacio y al siguiente, los coloridos calcetines de Justin Trudeau.
De acero y aluminio
Y es que estas cumbres tienen como uno de sus propósitos, el envío de un mensaje. Sin las restricciones de una visita de estado formal o un proceso de negociación ex profeso, las reuniones anuales del G7 dan cuenta de la postura del grupo. Los temas son tan diversos como el cambio climático o la no proliferación de armas nucleares. Cada compromiso alcanzado depende del contexto en que se lleva a cabo la cumbre, mientras que la agenda está infaltablemente determinada por los ánimos del momento.
Lo que ocurrió hace dos semanas en Quebec, refleja la fractura en el grupo que supuso la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Si bien este último ya participó en la cumbre de Sicilia, que tuvo lugar el año pasado, el encuentro en Canadá reavivó las tensiones que se viven estos meses en la región de Norteamérica. Apenas una semana antes de la reunión, el gobierno de Estados Unidos anunció la imposición de tarifas de importación para México, Canadá y la Unión Europea: 25% al acero y 10% al aluminio.
En los días posteriores al anuncio, los afectados comunicaron sus contramedidas e hicieron saber su descontento. Como era de esperarse, la cumbre estuvo rodeada de un halo de tensión que finalmente estalló cuando Trump abandonó Canadá, antes de que terminaran las discusiones, para encontrarse con Kim Jong-un en Singapur. Al concluir la última rueda de prensa en Charlevoix, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, señaló que se había logrado un acuerdo conjunto, pero se dijo insultado por las medidas de Estados Unidos. Apenas unas horas después, arriba del Air Force One, Trump recurrió a Twitter para llamar al mandatario canadiense “deshonesto” y “débil”.
La cumbre en perspectiva
Finalmente, Estados Unidos resolvió no firmar la declaración conjunta de la cumbre, mostrando su desacuerdo con la porción de texto que hace referencia a lo económico. Una revisión del comunicado permite encontrar los motivos. A grandes rasgos, los compromisos adquiridos versan sobre el crecimiento económico incluyente, la participación de grupos tradicionalmente marginados y el comercio basado en reglas. Esto en un marco que privilegia la equidad de género y la búsqueda de alternativas sustentables (el Acuerdo de París aparece como punto de partida).
Todos, temas que pertenecen a la agenda de Trudeau para continuar elevando el perfil de Canadá (después de todo, dicho país asumió la presidencia). Todos, temas “sensibles” para Trump.
Adicionalmente, en la declaración se insta a la OCDE (a través de su Foro Mundial sobre la Capacidad Excedente del Acero) para que implemente sus recomendaciones contra las medias proteccionistas, vinculadas a la industria del acero. De manera muy sutil, se hace referencia también al aluminio. A lo largo del comunicado, se reitera la necesidad de un orden mundial basado en reglas precisas. Pero en la doctrina trumpiana de política exterior, las reglas suelen no tener cabida.
La cuestión rusa
En la misma línea, el G7 apunta como otro de sus compromisos, la defensa de la democracia contra agentes externos. Mediante protocolos de acción conjunta y mecanismos de respuesta rápida, se señala la pauta que debe seguirse contra “actores extranjeros que buscan debilitar las sociedades e instituciones democráticas, los procesos electorales, la soberanía y la seguridad”. Todo ello, en medio de las perennes acusaciones contra Trump sobre una supuesta intervención rusa en la contienda electoral de 2016. Y a poco más de un año del despido de James Comey, ex-director del FBI.
Pero lo verdaderamente sorpresivo fue que, tirando el tacto por la borda, Trump mismo señalara la necesidad de que Rusia vuelva a las cumbres del G7. Recordemos que, tras la anexión de la península de Crimea en 2014, Rusia quedó excluida. Las reacciones de quienes vinculan la llegada del magnate a la Casa Blanca, con la injerencia directa del Kremlin, no se hicieron esperar.
Daño colateral
Tras lo ocurrido, el asesor económico de Donald Trump, Larry Kudlow, apareció en CNN justificando las declaraciones del presidente y responsabilizando a Trudeau por haberlo traicionado. Según dijo, todo es parte del mensaje que se envió al líder norcoreano, previo al encuentro de ambos mandatarios: Estados Unidos también puede decir que no, y es capaz de marcharse ante las provocaciones.
En su retórica, romper filas con el G7 no fue más que daño colateral. No obstante, ese despliegue demostrativo de aparente fortaleza, no explica lo que Trump propuso al primer ministro japonés, Shinzo Abe, al respecto de enviarle 25 millones de mexicanos. Declaraciones a las que se suma la reciente salida de Estados Unidos, apenas el martes pasado, del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en plena crisis migratoria. Las justificaciones a la socarronería, según parece, son limitadas.
La diplomacia de lo impredecible
Ante un escenario como éste, surgen interrogantes sobre el clima en que se desenvolverá la siguiente cumbre, donde Francia será la sede. Más aún, en 2020 (último año de la administración Trump, si no logra la reelección) será el propio Estados Unidos quien asuma la presidencia del grupo. Dada la guerra comercial que parece desatarse, ¿Será que Charlevoix representó apenas una escalada, de muchas por venir? Este juego de proteccionismo comienza a interpretarse, por parte de quienes participan en él, como uno de suma cero. A cada medida estadounidense le sigue una contramedida, con sus respectivas dosis de indignación.
Pero una cosa es clara: lo que Trump busca es replicar aquello que tanto argumentó en su campaña por la presidencia. Él no es como otros líderes mundiales, pues no está dispuesto a seguir reglas que, a su juicio, perjudican a su país. Él es el outsider. Su intransigencia es elevada por él mismo y su gabinete, al rango de virtud. Si en el proceso se lleva a los aliados de Estados Unidos “entre las patas”, tanto peor para ellos.
Y para muestra, una de las versiones de aquella foto viral que sintetizó la cumbre, cortesía del equipo de comunicaciones de Angela Merkel:
Cristian J. Vargas Díaz es Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad de Guadalajara, e “intrigoso” como consecuencia. Les debe a Ray Bradbury, Juan Rulfo y Thomas Mann su gusto por la literatura y su vejez prematura. Cinéfilo y “seriéfago” enfermizo, sigue aprendiendo a escribir.