Opinión
La educación en México: ¿Desde dónde partir?
En días pasados, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) compartió los resultados de la última prueba PISA con resultados poco alentadores para el país, ubicándolo en la antepenúltima posición de todos los miembros de la OCDE que fueron evaluados, únicamente por delante de Perú y Colombia, y 126 puntos alejado de Japón, el país mejor evaluado. ¿Qué sucedió?
Es complicado establecer una afirmación sobre cuál es la causa por la que el país haya retrocedido a niveles que se acercan al año 2003, con resultados que evidencian que dos de cada tres estudiantes no son capaces de resolver situaciones simples en matemáticas, o que tienen dificultades para comprender un texto sencillo. Sin embargo, podríamos intuir algunos de los principales motivos y causas detrás.
En primera instancia, resalta la desigualdad en el acceso a una educación de calidad, aunque este por sí mismo no sea el motivo central. De acuerdo al Instituto Mexicano para la Competitividad, mientras que los estudiantes en una situación de desventaja obtuvieron en promedio 369 puntos, quienes se encuentran en una posición privilegiada respecto a la calidad educativa, obtuvieron en promedio un puntaje de 428 lo cuál evidencia que el nivel socioeconómico sí es un factor en menor o mayor medida.
Hay otros dos factores que cabe destacar: el primero es la falta de seguimiento a través de evaluaciones al sistema educativo en el país, pues, si se realizan reformas, éstas deben estar seguidas de análisis para su continuo mejoramiento, algo que ha dejado de hacer el actual gobierno. El segundo es la dificultad que conllevó atravesar la pandemia por el Covid en años recientes lo cuál queda evidenciado a nivel mundial, pues hubo una caída sin precedentes en comparación con 2018, en matemáticas, de 15 puntos, y en Comprensión Lectora, de 10.
Aún así, es evidente la necesidad de ajustar tuercas en el sistema pues los resultados son prueba de que algo no está funcionando. Prioricemos las matemáticas, sobre todo en un mundo tecnologizado que requiere cada vez más de especialistas en el área; evaluemos, pues solo así tendremos una perspectiva más clara sobre la realidad nacional y, finalmente; exijamos que los recursos educativos sean distribuidos de manera más justa, dando prioridad a aquellos que se encuentran en una posición desfavorecida.
Reducir la desigualdad educativa es una de las tantas rutas que habría que tomar con el fin de reducir la desigualdad social. Nunca es tarde para corregir el rumbo. Nos leemos la siguiente semana, y recuerda luchar, luchar siempre, pero siempre luchar desde espacios más informados, que construyen realidades menos desiguales y pacíficas.
Sobre el autor
Luis Sánchez Pérez es doctorante y maestro en Políticas y Seguridad Públicas en IEXE Universidad, abogado por la Universidad de Guadalajara. Profesor de asignatura en la Universidad de Guadalajara y en la Universidad Enrique Díaz de León. Investigador de medios de comunicación y participación ciudadana en el Laboratorio de Innovación Democrática. Colaborador semanal en Milenio, El Occidental y El Semanario.