Opinión

La ruin sospecha que rodea a la Sputnik V

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El pasado 2 de febrero, la COFEPRIS autorizó el uso en emergencia de la vacuna “Sputnik V” contra el coronavirus, diseñada a partir de una plataforma probada y basada en vectores adenovirales humanos. Ocurrió el mismo día en que la prestigiosa revista británica The Lancet publicó los hallazgos de la fase 3 de ensayos clínicos, que eran tan demandados por la comunidad científica, dadas las circunstancias. Dicen quienes tienen el conocimiento técnico para interpretarlos que posee casi un 92% de efectividad contra el SARS-CoV-2, y prácticamente un 100% en la prevención de casos graves de la enfermedad.

 La Organización Mundial de la Salud, por su parte, recibirá los expedientes respectivos para conocer sobre esta vacuna a partir del 12 de febrero, según lo anunció el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, el Dr. Hugo López-Gatell. Esto ocurre tras muchos meses de reticencias y declaraciones escépticas por parte de la Dirección General de la OMS, que el año pasado le pedía cautela a quienes auguraban el fin de la pandemia cuando Rusia anunció, apenas el 11 de agosto, que había logrado completar con éxito la primera vacuna en el mundo para combatir esta pandemia. Esto, como consecuencia de las conclusiones presentadas por el Centro Nacional “Gamaleya” de Epidemiología y Microbiología, que fue el laboratorio encargado del proyecto y que ahora se encuentra en proceso de obtención de una patente.

Como ocurre con toda innovación a nivel mundial, existe un trasfondo geopolítico.

En este caso es incidental, pues estamos frente a una situación extraordinaria, pero es innegable que hace varios meses presenciamos una «carrera» entre la comunidad científica internacional por desarrollar primero la vacuna. No en vano la rusa lleva el nombre de «Sputnik», en alusión al primer satélite artificial lanzado al espacio por la Unión Soviética (el “Sputnik-1”, en 1957). Si bien ocurrió bajo circunstancias completamente distintas a las de los años cincuenta, el rápido desarrollo de proyectos de vacunas durante todo 2020, dejó ver un paralelismo con la carrera espacial y los esfuerzos de las dos superpotencias de aquel momento por conseguir adelantarse al bloque rival.

Es justo por ello que, a menos de que ocurra una sorpresa –lo cual tampoco es algo descabellado, en estos tiempos convulsos–, la FDA de Estados Unidos difícilmente tendrá contemplada su aprobación. Sería ingenuo esperar lo contrario, y si le echamos un vistazo al siglo XX entenderemos las razones, en lugar de inventarnos teorías ociosas sobre los componentes de la vacuna.

Pero más allá de nacionalismos y ecos de la Guerra Fría, lo que realmente debe importarnos es que tenemos una alternativa adicional que se suma a un catálogo de vacunas, las cuales, con algo de suerte, nos permitirán reducir lo antes posible el número de muertes y las posibilidades de contagio. Particularmente en un contexto donde los laboratorios europeos están cerrando filas para regular la exportación de sus respectivos proyectos de vacuna, y donde los países ricos son los únicos con la capacidad suficiente para comprar esquemas de vacunación completos que inmunicen al grueso de su población. Al menos los suficientes para alcanzar la tan anhelada inmunidad de rebaño.   

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Está muy bien sospechar y demandar que aquello que nos inyecten sea seguro y eficaz (es lo menos que podemos hacer).

Pero si ese aspecto ya queda evidenciado, entonces sería muy ruin de nuestra parte el sumarnos a las voces que la acusan de ineficiencia por el mero hecho de no haber salido de un laboratorio suizo. Es evidente que las retóricas nacionalistas siguen imponiéndose a toda lógica científica. Quizá como cabría esperar, la banderita que aparezca en el empaque de la vacuna seguirá siendo objeto de tergiversaciones políticas.

Porque, ¿acaso estamos presenciando cómo se priorizan dichas posturas políticas por encima de la salud?… ¡por supuesto! Faltaba más. Y en plena pandemia.

Lo bueno es que de esta situación íbamos a salir transformados…

 

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Sobre el autor: Cristian J. Vargas Díaz  es licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad de Guadalajara e “intrigoso” como consecuencia. Les debe a Ray Bradbury, Juan Rulfo y Thomas Mann su gusto por la literatura y su vejez prematura. Cinéfilo y “seriéfago” enfermizo, sigue aprendiendo a escribir.

Foto: AFP.

 

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