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Jalisco desconoce y olvida a sus hijos petrificados
Hijos petrificados…
Tecún Umán tiene el ceño fruncido. El líder de la resistencia Quiché, quien murió a manos de Pedro de Alvarado durante la conquista de Guatemala, no se mueve de su sitio. Está visiblemente enojado y las comisuras de sus labios lucen desgastadas, casi al punto de desaparecer. El último mandatario de ese pueblo prehispánico ya no lucha, pues ahora es de piedra.
El monumento a Tecún Umán se encuentra en la Plaza Ciudad de Guatemala, un parque de la colonia Jardines del Bosque en Guadalajara. Está allí como un símbolo del hermanamiento entre Guatemala y nuestra ciudad; constituye un esfuerzo de la paradiplomacia por continuar reforzando el perfil internacional de esta metrópoli. Sin embargo, y pese a sus ambiciones cosmopolitas, dicho parque no es de los más concurridos en nuestra ciudad y el descuido de sus áreas verdes comienza a ser notable. En estos días, el guerrero quiché tiene dos grandes enemigos contra los que está incapacitado: el grafiti y la basura.
Conservación y memoria
Pero la situación de los monumentos históricos en nuestra ciudad va más allá de la limpieza de sus espacios. Quizá lo verdaderamente preocupante es la franca desconexión que tenemos con el legado histórico que cada pieza representa. Las intenciones que pudo tener la administración gubernamental que las puso en su sitio, seguramente son tan diversas, como los estilos escultóricos con que cada una está compuesta.
Por otro lado, la socialización de dichas intenciones con sus destinatarios (con quienes las observamos cotidianamente) brilla por su ausencia. En la mayoría de los casos, transitamos junto a monumentos que reconocemos gracias a la fuerza de la costumbre, pero cuyo significado ignoramos.
La historia que nos llegó a través de la Secretaría de Educación Pública, nos permite identificar a Carranza, Juárez o Madero, pero ir más lejos supone, en muchos casos, entrar en tierra incógnita. Aun así, lejos del reproche a nuestra educación básica, esa desconexión con el busto o la estatua que vemos cada domingo en el parque está relacionada con la ausencia de reconocimiento en nuestra propia historia nacional.
El ídolo que adorna la avenida está compuesto de aspiraciones en la misma proporción que la piedra, el bronce o el mármol. Pese a ello, son contadas las ocasiones donde a esas mismas aspiraciones las identificamos como propias.
Quizá ello explica por qué la mayoría de los monumentos que tenemos en nuestro estado no está catalogada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. De acuerdo con el Atlas de Infraestructura y Patrimonio Cultural de México –cuya edición más reciente data de 2010–, el entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) reconoció 684 monumentos históricos catalogados. El problema es que, según el propio INAH, en Jalisco tenemos 1,500 monumentos históricos.
Identidad urbana
Conviene entender que el entorno en que habitamos no se limita al espacio físico, sino que es construido a partir de las relaciones que ocurren entre quienes habitamos en él.
Recuperando a Stokols y Jacobi (1984), la relación simbólica que tenemos con el espacio implica diversas modalidades; estas van desde “[…] inversiones hacia el futuro, preservación de la historia o la coordinación presente-pasado-futuro de la identidad social de un grupo, en relación al entorno donde se sitúa”.
De este modo, la memoria es el catalizador que conjuga nuestro pasado y presente para reforzar nuestra identidad y trabajar por el futuro que más se acomode a las aspiraciones colectivas. El no perder de vista las figuras y los procesos históricos que dieron forma al espacio que habitamos, permite apropiarnos del sendero por el que vamos transitando y ajustar la ruta a tiempo. Hay muchas lecciones que aún no hemos aprendido del todo y es fundamental no perderlas de vista.
Los testigos silenciosos
Y haríamos bien en conocer la figura que está representada detrás del mármol o el metal. Después de todo, ellas y ellos conocen sobre nosotros mucho más de lo que nos imaginamos.
Mariano Otero, por ejemplo, es un testigo silencioso de la dualidad de la avenida que lleva su nombre. Siendo una de las arterias principales de Zapopan y Guadalajara. En esta conviven el progreso y la conexión (atraviesa dos municipios, finalmente) al igual que la falta de cultura vial y la mala planeación urbana (cada vez son mayores los fraccionamientos que se construyen en los últimos tramos de la avenida).
Con una eterna apariencia juiciosa, el otrora diputado constituyente observa las transformaciones de la zona metropolitana que suceden bajo sus pies. Aunque claro, si alguien sabe de dualidades es él, pues en este protagonista del México de la Reforma, convivieron el cristianismo y el liberalismo sin colisionar catastróficamente. Quizá su nombre está apropiadamente asignado a esa vía de comunicación, teniendo en cuenta todo lo que confluye en ella.
Pero bien podríamos preguntarnos, ¿qué pensaría el jurista precursor del juicio de amparo sobre las foto-infracciones que ocurren a diario en su avenida? Más aún, ¿qué pensarán, por ejemplo, los Niños Héroes al ver tantas veladoras y carteles con mensajes desgarradores a sus pies?
Seguramente la expresión de sus rostros ha ido mutando a una de desconcierto, no sólo por saber que su nombre ha sido desplazado de la glorieta donde están instalados, sino porque esos desaparecidos que los rodean piden justicia con la misma vehemencia que con la que ellos defendieron el Castillo de Chapultepec, según se nos ha dicho.
Así las cosas, ¿serán los feminicidios los que enfurecen a Beatriz Hernández en la Plaza Fundadores? ¿Qué saben Enrique Díaz de León, José Guadalupe Zuno, Irene Robledo y Fray Antonio Alcalde sobre la educación en nuestro estado? Desde su glorieta en Paseos del Sol en Zapopan, ¿pensará Manuel Clouthier que la oposición política sigue siendo posible en el clima político de hoy?
¿Cómo son recibidas las transformaciones en el olimpo de la cultura y el humanismo que constituye la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres? ¿Qué saben sus ocupantes sobre la separación y el cambio de poderes, que nosotros ni siquiera intuimos?
Además de su estado físico, conviene resignificar la manera en que nos relacionamos con los hijos petrificados de Jalisco. Quizá al hacerlo descubramos algo más sobre nosotros mismos.
Cristian J. Vargas Díaz es Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad de Guadalajara, e “intrigoso” como consecuencia. Les debe a Ray Bradbury, Juan Rulfo y Thomas Mann su gusto por la literatura y su vejez prematura. Cinéfilo y “seriéfago” enfermizo, sigue aprendiendo a escribir.