Ciudad Erótica
El lienzo del deseo
Por Carmen Larracilla
Sabía de su gusto por el lienzo humano. El más tibio, el más amplio de los órganos, el más retador y cambiante. Decías que era siempre una experiencia nueva pasar tus dedos por mi piel y dibujar sobre ella tus fantasías, aunque no siempre supieras expresarlas en los colores adecuados.
Los pinceles eran los mismos, y casi siempre comenzaban a bailar a la misma hora. Solías utilizar diferentes elementos. Dulces, salados, calientes, fríos, ásperos, firmes, blandos, pegajosos y no siempre comestibles. Disfrutabas la puesta de sol sobre mi espalda para completar con tus dedos el paisaje. A veces eran olas, a veces nubarrones, y otras tantas, ocasos a secas.
En el encuentro de nuestras miradas, y hasta en el simple roce de tus pestañas sobre mis hombros, descubría cada día mundos maravillosos, enteros, con formas de vida inimaginables y hasta entonces inexploradas. Me cuesta creer en la capacidad que tenemos de no ser nada más que dos y que eso sea más que suficiente para crear una comunión inexacta pero siempre perfecta.
A los agotados pinceles seguía tu miembro erguido. Duro como roca y húmedo como casi siempre. El leve goteo era inmediatamente succionado por mi boca, y tras una profunda prueba de excitación, solía frotar su pene en mi vulva, martirizándome un poco antes de introducirlo lentamente.
La obra continuaba sin miramientos, acompañada de todo lo humano, de cualquier sabor y olor, de cualquier movimiento brusco voluntario o no. La paleta de colores no se agotaba nunca, y el lienzo estaba dispuesto siempre para crear la más compleja obra de arte. La cama terminaba desnuda y las sábanas regadas en el piso como regalándonos el espacio necesario para la embestida.
Después de un rato, tras acomodar el lienzo en todas las posiciones y distribuir los colores diluidos en sudor, saliva y toda clase de líquidos sagrados, el acto concluyó. Había quedado un rastro de lujuria guardada, de deseo que se negaba a terminar por completo. ¿Cuántos cuadros habría por pintar en el mismo lienzo? ¿Cuánta alevosía de dos que se miraban ahora con fuego para eternizar el arte?