Ciudad Erótica
Hermanos de leche
Hermanos de leche…
Cada vez que escucha que grita que nadie abra el agua del grifo de la cocina porque ya se va a meter a bañar, no logra reprimir una leve erección al imaginárselo desnudo, cayéndole un chorro de agua por su pálida piel. Resbalando jabón por sus redondas nalgas y cayendo a los pies anchos y blancos, “como de pinche Hobbit”, autobromea, por todos los vellos rubios que cubren, como abrigo, su empeine. Su piel es de una blancura única: la misma del color que tanto le atrajo de su hermana, su ahora esposa. Y es que Daniel nunca imaginó, al conocer a Alma, que su cuñado Ismael acabaría robándole el sueño y apropiándose de sus fantasías.
Lleva casado con ella una década, el regordete chiquillo de 12 años con quien se sentaba a ver el futbol en la sala, mientras esperaba que Alma terminara de arreglarse para ir a dar la vuelta al Centro, es ahora un joven guapo, alto y con un carisma irresistible que borra a cualquiera que se le ponga alrededor, con sus eternos chistes “pelados» y que, día a día, se graba más en el deseo de su cuñado.
Estragos de una década
En chofer de Uber, flaco y desgarbado, acabó transformándose él y su prometedora carrera como administrador de empresas. Desde que se mudaron a la casa de su suegro, por su apurada vida económica, Daniel y Alma se han ido alejando. Quizás en esos 10 años juntos, nunca estuvieron ni remotamente cerca: se hacían compañía en sus sueños míseros y anhelaba salir adelante y vivir en una casita en Chapalita, “con un niño y una niña”, decía la joven en la preparatoria y él sólo asentía.
Se casaron a los tres años de novios y no tuvieron viaje de bodas. Se escaparon a un motel donde él la hizo suya, como tantas veces, pero con la imagen de hombres en su cabeza para lograr venirse en interminables espasmos, haciendo esfuerzos supremos para que la boca no dejara escapar nombres de hombres que siempre le gustaron: vecinos, amigos de la universidad, actores y hasta algún desconocido con el que tropezó en las calles. Desde hace tres años, el nombre que quiere salir, en un agudo grito de placer, es el de Ismael.
El tiempo no les ha dado hijos: ambos se acercan a los treinta años y viven en un cuarto minúsculo, en una planta alta asfixiante, que la comparten con el asmático padre de Alma. El guapo hermano de su mujer duerme en el sofá de la sala. “Sin pedos, cuñado: aquí todos somos familia”, le dice de vez en cuando.
Cuñados que comparten su vida cada noche
Los ojos verdes de Ismael se topan con los suyos al llegar del turno al amanecer, lo encuentra en calzones en la pequeña sala viendo entretenido su celular. Cuando entra Daniel a la sala (con la luz de las siete de la mañana) Ismael siempre apaga el teléfono con sonrisa pícara y le hace una plática con un chiste picante. Daniel come el sándwich que su esposa le dejó en la cocina y se sienta en la sala. Cuñados que comparten su vida cada noche: Ismael se queja que no le gusta estudiar, que le urge ya dedicarse a ser barman de tiempo completo, “mi sueño, cuñado”, pero su papá se lo prohíbe y le pide que acabe una ficticia carrera de arquitecto que dice llevar. Daniel le cuenta algo vago sobre la gente que subió al coche que renta.
No pasan de 15 minutos y se despiden. Daniel sube los escalones, despacio, mientras deja a su hermano político en la sala, casi desnudo, suspirando al ver algo en su celular. Imagina que ve pornografía. Lo excita ese pensamiento. Así que, sin hacer ruido, regresa sus pasos y lo ve desde la escalera, meterse la mano entre la trusa y tocarse apresurado, como si supiera que lo fuera a cachar el esposo de su hermana.
Daniel sube aprisa en silencio y se mete a su cama. La erección le duele, pero no puede hacer nada: no queda tiempo antes de que Alma despierte y se meta a bañar.
Desde la semana pasada, lo de menos es si Daniel es bisexual o siempre ha sido gay y lo escondió de todos. Principalmente de la hermana de Ismael. Lo que de verdad consume su mediocre vida es no poder pasar sus fines de semana en el sofá de la sala, sentado, abrazando a Ismael, viendo partidos de futbol. Y en las noches, desnudos, explorándose, jadeantes hasta el cansancio. Sin que existiera Alma. Ni su suegro. Sólo ellos.
No es imposible su anhelo
No olvida que Ismael le contó de sus “cuates”. En realidad, sólo son tipos que acaba “parchándoselos” en donde puede para sacarles algo. Se lo contó un amanecer que Daniel lo vio llegar al mismo tiempo que él, trastabillando de alcohol y sexo consumido. “No lo sabe nadie, cuñado. Confío en ti”, le contó mientras se despedía y se escapaba de su ropa interior el olor inconfundible, que siempre es sexo acelerado, casi mecánico.
«De pie, para sacarles lana a esos putos», le cuenta. Usualmente es en los baños del bar donde trabaja de mesero. A veces cae en un motel, “donde llevas a la Alma”, le confiesa. Se queda en trusa y Daniel advierte las manchas. Se para apresurado para ocultar que se le ha parado a él.
Ismael le cuenta que es famoso por lo guapo y el tamaño de su pene. Sin modestia. Lo llaman El Torero en ese mundo que él controla. El negocio de Ismael es regalarles dos cubas en el California´s y caen rendidos ante su guapura. Acaba penetrándolos con apenas saliva, y ellos, hipnotizados, por tal intercambio, acaban pagándole regalos, comidas en restaurantes argentinos, algún fin de semana en Manzanillo, como le pasó con un estudiante del ITESO.
“Pero no me gustan los hombres. Creo que ni las mujeres”, le dice bajito mientras se confiesa.
Cómo pagarle
Daniel, desde ese día, siente que un volcán lo consume. Se masturba en el baño, solo, en las mañanas que nadie está en la casa, en la cama donde Alma y él ya no se tocan. No dura mucho. El nudo en la garganta le apaga las ganas y con trabajos logra hacer resbalar por sus dedos el semen.
Piensa en Ismael y en lo “chichifo» que es. Piensa que él no podría pagarle ningún regalo caro. Y piensa que su mundo está retorcido, no tolera la idea de que el pene de su cuñado sea trofeo para muchos. Menos para él.
La huida
Una tarde, días después, se quiebra. Hace su maleta entre callados sollozos y se va. Sin dejar ni un recado sobre la cama. Alma se cansó de llamarlo y dejarle mensajes. También Ismael. “Cuñado, markame, plis. Si tienes pedos, los solucionamos”. Ismael veía los mensajes con los ojos llorosos. Imaginaba que Ismael lo extrañaba.
Con el paso de las semanas, Alma y su hermano, lo olvidaron.
…
En un bar, en Colima, encontró trabajo de mesero. Y las noches de suerte, tiene sexo en el baño. Ninguno es Ismael. Ninguno es blanco de sonrisa encantadora y pies blancos. Pero se deja penetrar, sumiso. Con apenas, saliva, para que resbalen los miembros duros de desconocidos que lo arremeten sin piedad, mientras su mente vaga lejos. Sólo pide que le llamen «Cuñado».
Juan S. Álvarez Ciudad Erótica Crónica erótica gay
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