Ciudad Erótica
La lluvia sobre mi vulva
La lluvia…
Programación frustrada
Tal vez no era el mejor momento, pero no nos importó. Las lluvias comenzaron en Guadalajara. Se apagaron los semáforos y se cayeron unos cuantos árboles sobre la avenida Mariano Otero, lo que nos impidió llegar más allá. Él decidió detener el coche, buscar un sitio seguro y por cierto solitario para disponernos a escuchar música mientras tomábamos café.
Al principio nos molestó no poder llegar a la reunión mensual a la que unos amigos nos habían invitado desde hacía semanas. Hicimos las llamadas pertinentes y si todo salía bien, que las inundaciones nos dieran tregua, prometíamos hacer acto de presencia, aunque fuera más tarde. De vez en vez entonábamos las canciones y desempañábamos con la mano los vidrios. Luego nos pusimos divertidos e hicimos dibujitos sobre el mismo lienzo de vapor.
Hicimos los asientos hasta atrás y nos recargamos mientras mirábamos al techo y seguíamos cantando.
—¿Y si mejor no vamos? —, me preguntó.
—No—, dije yo, —aunque sea tarde, pero podemos llegar, ya ves que acostumbramos a quedarles mal—.
El café creó ambiente
Estaba en ese diálogo cuando al darle un sorbo a mi café, un delgado hilo de la bebida resbaló sobre mi cuello y otro tanto se hacía camino entre mi escote
—No. ¡Mi blusa se manchó! —, estaba a punto de gritar.
Pero antes de que alcanzara a reaccionar, su tibia lengua hizo de pañuelo y recorrió mi cuello para después pasarse por el escote y tomar con sus manos mis tetas que reaccionaron firmes a su estímulo. La mezcla del café caliente y su aliento acelerado, comenzaron a mojarme, ni hablar del roce de sus manos sobre mi pecho y luego encima de mi pantalón.
Llovía
Por un momento nos separamos pensando que nos verían. Pero nuestras miradas lo dijeron todo, ninguno quería detenerse. Los espejos estaban ya totalmente empañados y la lluvia no cesaba. El golpeteo de las gotas sobre el auto pareció envolvernos en un ambiente ideal para lo que estábamos haciendo y para mucho más; era como si estuviéramos encerrados en nuestro propio mundo, tibio y mojado.
Llovía también sobre mi vulva y su miembro ya estaba más que listo para empezar una batalla contra mi vagina que de cualquier modo no iba a resistirse. Su mano ahora estaba dentro de mi ropa interior y sus dedos se movían con urgencia para meterse a mi vagina. Colaboré entonces jalando mi pantalón hacia abajo y él me sacó la blusa. Su pene estaba lo bastante duro ya y al roce de mi mano, me hizo los honores.
Sobraron las palabras
Me tomó de las caderas y las levantó para acomodarme y acomodarse encima de mí. Mi urgencia aceleró un poco el proceso y tomando su pene, comencé a rozarlo por mi vulva lentamente para después introducirlo de golpe, seguido de un gemido que no pude contener. Lo tomé de las nalgas y lo empujaba hacia mí queriendo que llegara hasta lo más profundo, mientras él se pegaba a mi oído y me suspiraba su deseo.
Hablamos muy poco mientras seguíamos en lo nuestro, sigilosos, ocultos en nuestro vaho que sudaban las ventanas. El orgasmo llegó anticipado porque al tiempo, su pulgar masajeaba mi clítoris. Recibimos el placer como la tierra árida a la humedad y estallamos mojándolo todo.
Complicidad
Nos incorporamos de a poco. Nos besamos de nuevo largo y profundo, con las luces de los coches difuminadas por las gotas de agua que cubrían el parabrisas, mientras tratábamos de acomodar nuestra ropa. Cuando abrimos las ventanas la lluvia había menguado y los vidrios comenzaron a desempañarse poco a poco. Nos miramos con complicidad y él encendió el auto. La noche apenas comenzaba.