Ciudad Erótica
Libros y tamaños
Libros y tamaños…
En los pasillos de la librería “La JoseLuisa” hay pocos lectores a la caza de lecturas.
Es jueves al anochecer. Afuera, el paseo Chapultepec se llena de pequeñas gotas de lluvia, apretadas, que caen de un cielo encapotado, que invitan a entrar, para escapar a la llovizna, a los despistados que no trajeron paraguas. Ismael es uno de ellos. Viene de la escuela y lo que menos se le antoja es ver libros. Cursa tercero de prepa. Y le sale “semen hasta por las pinches orejas”, le bromea su mejor amigo. Los dos son “sisters”, como se llaman en secreto. Aunque Ismael trata de no “jotear”, tanto como su “amiga”, a la que que le gritan los demás alumnos, a grito pelado, “Gorda”, por obvias razones. Pesa más de 120 kilos y se contonea como reina, a pesar de tener cara de peleador de sumo. Ismael le dice a “Gorda” que debería ser más discreto.
—Mijo, a tí no se te notará, pero te sale…—. Ya lo habíamos contado.
Ismael camina distraído viendo libros, sin prestar nada de atención. Se detiene frente a un altero de libros. Lee el título: “El Lobo Estepario”. “¿Será de acción?” Lo toma entre sus manos y, de repente, su mochila, que cuelga de su espalda, choca con otra espalda. Se vuelve a pedir disculpas, mientras deja el volumen, y es un empleado de la librería. Vestido de rojo. “Disculpa”, le dice a su vez; mientras sus ojos chocan con los ojos negros más bonitos que ha visto.
—No pasa nada. ¿Buscas algún libro?—, le dice el joven, unos pocos años mayor que él, con una sonrisa a juego con una cara que le parece, a Ismael, igualita al actor que hace de Jon Snow en la serie “Juego de Tronos”. Su favorita. Ismael tartamudea de emoción, de gusto:
—N—o, no, gra-cia-s—.
—Aquí ando, por si necesitas algo—, con un guiño le dice el dependiente y al alejarse, Ismael le ve las nalgas. Un pantalón beige, apretado, le revela que son redondas y firmes. Siente de inmediato despertar su pene. Se imagina que entra en ellas y lo reciben, cálidas, húmedas y son cobijo a un miembro grande, que le gusta presumir a “Gorda”. “Si la vieras, ‘sister’, te desmayas”. “Me salo, amiga, no nos podemos coger cariño: disfrútalo”. Ismael imagina que esa lanza entra en el joven sin freno, sólo con salivita y sin decir agua va. “Si soy bien pinche caliente, como dice ´Gorda´”, se dice Ismael al volver su vista a los libros y con una erección que tiene que esconder en los anaqueles.
Un pensamiento se le antoja divertido: “¿Y si voy al baño de aquí y me la jalo?”. Piensa con sentido común, según él. “Se me baja lo parada que la tengo y le dedico la chaqueta al vendedor”. El problema es que no sabe donde está el baño, así que camina, con la mochila tapándose el frente, buscando algún letrero. Voltea a un lado y otro.
—¿Todo bien?—, le dice, a sus espaldas, el Jon Snow de la librería.
De la sorpresa se le cae la mochila y ve que el joven alza una ceja, divertido. Se le nota más, porque ese día no se puso calzones. Cada vez los usa menos, aunque no sea cómodo.
—No, gracias—.
—¿Seguro?, parece que buscas el baño—, le dice el Jon Snow con una media sonrisa.
—Ah, sí—, dice Ismael, sintiendo que la sangre le llena la cara apiñonada y el miembro que está a punto de reventar la cremallera.
—Es al fondo, a la izquierda—, le señala la mano blanca y ancha del joven.
—Gracias—, dice Ismael, mientras camina con dificultad. “¿Por qué será que una verga parada no te permite caminar aprisa”, piensa Ismael mientras se dirige a los sanitarios. De reojo, ve que el empleado lo sigue viendo. “Uf, qué guapo”.
Ismael entra al baño, deja la mochila y se baja el pantalón. El pene, liberado, se yergue como un monolito celta. Es ancho y grande. Ismael se escupe los dedos y los pasa por la cabeza del miembro. Un escalofrío le recorre la espalda. Gime un poco. Sus dedos se enroscan en su pene, cuando la puerta se abre, un poco. No puso el cerrojo y, sobresaltado, trata de tapar su pene. Quien lo ve en el umbral es el Jon Snow.
—Sí parece que necesitabas el baño—, dice mientras entra y pone el cerrojo. Ismael no sabe qué pensar. El joven vendedor se le acerca y le dice:
—Es muy de culeros no invitar la diversión. Y peligroso. Si el poli te ve, te reporta—. Ismael le dice que lo perdone, que ya se va, mientras se trata de subir el pantalón.
—Hay muchos sinónimos de culero también, y tu pene me despierta algunos—, le dice el Jon Snow, mientras le agarra una mano y la lleva a su propio pantalón.
—Yo no la tengo así de grande, pero nos podemos divertir—. Ismael deja caer de nuevo el pantalón. Se sabe tan caliente que no le importa si, después de ese gesto, llegará el vigilante y lo sacará de la librería con el pene al aire.
Contra la puerta el dependiente pone a Ismael y le aparta las manos, para masturbarlo él. La mano del Jon es grande y, aún así, no le abarca lo ancho que lo tiene.
—Estás cabrón—, le dice mientras su mano sube y baja. Ismael tiembla de excitación y miedo. El otro lo mira fijamente, mientras lo complace. Los ojos negros excitan a Ismael que siente que se viene pronto.
—Oye, me voy a venir—.
—Espérate—, le dice el empleado y se baja su propio pantalón y ropa interior. Acerca su propio pene al de Ismael y los frota juntos. El líquido lubricante del Jon Snow es abundante y baña las cabezas de los penes. Ismael siente que explota y gime, bajito:
—Ya mero, ya mero—. Jon Snow sacude los penes con fuerza y, en segundos, salta el semen de Ismael hasta la playera roja de su acompañante.
—Ay, cabrón, qué rico, qué rico—, dice con voz ronca. El empleado, silencioso, sigue su trabajo de masturbación. Ismael no para de venirse. Sabe que es la mejor chaqueta que ha tenido. No ha durado casi nada y no le hace. El Jon Snow se viene sobre el pene de Ismael, que siente caliente. Otro estremecimiento de placer. El Jon Snow suspira y se acerca al lavabo a limpiarse. Ismael sigue impávido, contra la puerta. Despacio se va bajando la erección. Lo siente pegajoso. Pero empieza a subirse el pantalón.
—Si no necesitas nada más, espera a que salga y, un minuto después, sales tú. Gracias por la visita—, le dice Jon Snow que se limpia las manos con papel mientras dibuja una amplia sonrisa.
Ismael se hace a un lado y lo ve salir. El olor acre del semen lo siente a su alrededor. No espera más y sale. Camina hacia la puerta y lo alcanza el empleado.
—Este es tuyo—, le dice Jon Snow. En la portada se lee “El Lobo Estepario” de Hermann Hesse. Ismael pregunta cuánto es.
—No es nada—. Se da la vuelta. Ismael sale y la noche ya ha caído.
Abre el libro y, en la primera hoja, en blanco, se lee:
«Horacio Gómez. 3332…: agrégame al Wassap”
Ismael sonríe.
Sabe que esa noche va a tener que empezar a leer.
Ciudad Erótica Juan S. Álvarez
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