Ciudad Erótica
Terceto
Terceto…
Cuando el primero comenzó a tocarme, sentí ansiedad. Era la primera vez que estaba en una situación similar. Me quitó la ropa de a poco y luego fue seduciéndome con movimientos sugerentes, pero muy precisos. Llegó hasta mi vulva con su lengua y para entonces ya mi cuerpo comenzaba a ceder. Chupó como un animalito sediento y me hizo venir en unos segundos.
El episodio más extraño y extremo de mi vida sexual, apenas comenzaba. El resto, eran sábanas y almohadas revueltas, una luz encendida a lo lejos, y unas velas que se asomaban desde la cocina hasta la habitación. La penumbra me provocó una sensación de seguridad. Nada en mi cuerpo era extraño, ni en el suyo. Quería sentir, sentirlo y sentirme. Dejarme llevar por la sensación y olvidarme de que quizá aquello no estaba bien, pero estaba ocurriendo y esperaba salir victoriosa.
Cuando revisó con sus dedos mi humedad para verificar qué tan mojada estaba, comprobó que estaba lista para el siguiente paso. Me penetró de una manera abrupta, pero deliciosa. Ese hombre era una bestia, pero además tenía una ternura de esas que las mujeres deseamos más que nada aunque pocas veces lo digamos. Me trató con cariño y me dijo las cosas más sucias al oído, lo que no pudo más que hacerme venir por segunda ocasión.
Los aromas
Pensé que mis fuerzas comenzaban a abandonarme, pero la temperatura pudo más. No estaba dispuesta a dejar pasar la ocasión para experimentar, así que le abrí las piernas al segundo, mientras el primero se quedó besándome el cuello y los senos. Las manos se atropellaban sobre mi cuerpo. Los aromas se mezclaron. El segundo usaba un perfume fresco que me sedujo apenas se acercó, pero inició por un camino conocido. Primero usó sus dedos y luego aseguró que sería un caballero, que no me lastimaría y lo haría lento, mientras se deleitaba con mi clítoris. Las sensaciones hacían también su propia orgía, se mecían como peces por todo mi cuerpo que para entonces estaba totalmente abandonado al placer.
Podía ver cómo ellos también se metían mano y se susurraban deseos escondidos. La penetración fue como la prometió. Intercalaba el movimiento de su pene con sus dedos humedecidos y fríos. Esta vez tardé un poco más en soltar apenas un poco de mi placer que se escurrió por mis piernas. El tercero llegó para lamer esas zonas que habían quedado extasiadas y darme a probar de sus labios. Nunca miel más dulce probé, sobre todo porque había experimentado ya uno de los orgasmos más fuertes. Los primeros dos se hicieron espacio a un lado de la cama y se penetraban como si aquella hubiera sido la primera vez que entre dos del mismo sexo ocurriera un episodio carnal.
El tercero
Tras sujetarme por la cintura y animarme a voltear mi cuerpo para llegar a mi vagina desde atrás, el tercero no me tuvo piedad. Me sujetó del cabello y acompasaba sus salvajes movimientos con mi desesperación. Yo quería más, y él apenas comenzaba. Tomó mis tetas como meros instrumentos de sujeción. Esa mezcla entre placer y dolor es una de las más intensas, sobre todo cuando tu cuerpo entero parece rendirse entre el cansancio y el éxtasis. Escuchaba su respiración agitada y sus gemidos como un enjambre de abejas que terminaron por ensordecerme para concentrarme en aquello que iba en aumento.
Fuera de mi cabeza aturdida por esa pasión desenfrenada, había un concierto que ya no podíamos escuchar. Era la reunión de cuatro cuerpos, tres miembros y una vulva ardiente, irritada, pero no por ello menos deseosa de más. Desperté empapada. Mi cama estaba vacía y mi respiración agitada. Uno de los mejores sueños que pude tener.