Ciudad Erótica
Tócame un poco más
Un poco más…
Ocurrió durante tres meses. Encuentros gratos, desencuentros profundos, nuevas sensaciones y sitios insospechados, viajes, idas y venidas. Fugaz, porque así lo dicta la vida en algunas ocasiones, porque a veces hay caminos sinuosos que fortalecen nuestros músculos para los ascensos empinados.
Fueron noches de esas que la memoria registra a detalle: sus antebrazos recargados sobre la ventana, mientras ella, con el torso desnudo primero, con el resto después, esperaba a que él entrara desde atrás, al tiempo que el sexo hacía ritmo con la luz de la luna sobre sus cuerpos.
Nítidos recuerdos
Esa fue una de las postales, hubo varias: La noche en que él llegaba tarde y cansado, y ella, con una bata ligera y suelta con encajes en las orillas, la cual apenas superaba su entrepierna le desabotonaba la corbata, y bajo la frívola excusa de ver una película se fundían en un abrazo desastroso que culminaba con un temblor mutuo y una descarga en sus interiores.
O aquella tarde en la que ella permitió que él conociera nuevos recovecos de su cuerpo, edenes antes no explorados que acrecentaron la intensidad pasional en grados insospechados para su propia historia personal.
Pero también estaban las largas charlas en un café de la Avenida Vallarta, hablando hasta la madrugada de rarezas y conceptos filosóficos confusos, mientras ella, en una escapada al baño, le escribía unas sentidas palabras a su amante. O los viajes inventados para cerrar su historia, mirando hacia el horizonte en la cima de una pirámide, lamentando lo que ya no sería, porque no era el momento ni había las intenciones.
Amistad
La existencia, sin embargo, es una línea que se mueve en forma de hipérbole, en la cual a veces rozamos, de nueva cuenta, quizá deseándolo, pero sin planearlo, nuestras coincidencias anteriores. Ella y él mantuvieron la amistad, hubo charlas ocasionales con intimidad intelectual, no así corporal. Hasta aquel día.
Un té caliente y una casa acogedora, pueden ser el mejor estimulante para los reencuentros ocasionales y fugaces, para no perder la costumbre.
Hablaban de sus vidas, de sus dificultades y de sus relaciones, cuando el mismo sillón los acercó. Ella, con una blusa carmesí que tiraba al naranja y un pantalón fino de tela blanca y refinada que marcaba sus caderas de forma provocativa.
Los brazos de él se acercaron a su cuello, mientras ella bajaba su cabeza y cerraba los ojos. Él masajeaba y admiraba los pequeños cabellos que se escapaban a su cola de caballo y sentía en sus brazos los finos puntos característicos de la carne de gallina. Ya la distancia se había roto.
Aroma y flores
Continuaron hacia el cuarto. Un olor a aceite de flores sacado de un cajón inundó la habitación, ella se había liberado, primero de la blusa carmesí-naranja, luego del pantalón albino. Acostada boca abajo, escondía sus senos pequeños y sus oscuros pezones, mientras unas bragas lilas con flores quedaban como único resguardo de su pubis.
Él tomó un poco de óleo de la botella y recorrió su espalda hasta transformarla en un lienzo brillante y seductor; bajó hasta las asentaderas y luego a las piernas, al tiempo que, en algunos intervalos, se quitaba la camisa y los jeans.
No pudo más y, duro como la hoja de acero, con sus manos la liberó de la última delgada barrera deslizando sus pantaletas hacia sus pies, para descubrir un cáliz empapado y dispuesto. Antes de cualquier cosa, ella lo sujetó y frotó hasta que el estallido de su lujuria la cubrió de perlas líquidas, y lo llevó a continuar su labor con los dedos índice y medio al unísono.
—Tócame un poco más—, le pidió con un tono difícil de interpretar como una orden o una súplica.
Él continuó con vigor, hasta verla a ella enroscarse, gimotear y suspirar, mientras se llevaba la mano a la frente, en un instante que ahora habita eternamente en sus neuronas.
Un baño, un último sorbo al té y un abrazo marcaron una despedida sin explicaciones ni esperanzas. A veces la nostalgia necesita del refugio de la restauración, los humanos siempre queremos un poco más.