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Ciudad Erótica

Voy a quitarte lo virgen

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Voy a quitarte lo virgen…

Hacía calor, habíamos tomado lo suficiente e ignorábamos el sudor que corría por nuestra frente. En aquella época tenía 19 años. Charlamos hasta tarde esa madrugada. No tenían muebles, sólo una mesa de cristal. Sentados en la semioscuridad Carolina, hermana mayor de Lizbeth —casi se parecían, vivían juntas en este apartamento— Edmundo y yo, en círculo, pasábamos una botella de ron barato.

Cuándo la reunión estaba por terminar, nos levantamos, ya saben, ir al baño, tirar las colillas de cigarrillo, deshacerse de los vasos desechables, charlar junto a la ventana y despedirse. Acompañé a Carolina a la cocina. Mujerona alta, rubia, de ojo negro, caderas anchas, buena pierna, madura y recién separada de su especie de esposo.

La soltería

Habíamos hablado sobre la universidad y su vida. Dos hijas, un marido perdedor que la golpeaba. La misma historia de siempre; se cansó de ser pera de box y escapó. El cabrón la encontró; por orden de un juez él tenía a las niñas, ella un pase libre a “Mundo Soltería”. Las niñas regresarían con su madre cuando demostrara que podía mantenerlas. Lo logró.

—Sí, bueno, la pasé mal de niña. Mi mamá quiso venderme a un sujeto por un anillo de oro—, dijo. Nos apoyamos en la barra de la cocina, frente a frente.

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—No jodas, no puede ser—, respondí con una sonrisa de incredulidad.

—Ajá. Llegó y dijo: mira hija, ese señor me dio un anillo de oro, vete con el señor. Yo fui y me senté junto al viejo ése. Trató de sacarme platica, yo estaba muy asustada, no respondí. El viejo trató de tocarme. Me quité y corrí a la casa. Mamá me regañó y pegó esa noche. No tuvo su anillo—.

—Oh… ¿Por qué hizo eso?—.

Se encogió de hombros.

Voy a quitarte lo virgen

Foto: Especial.

Zopenco

—¿Yo que sé? No quería tenernos, creo. Así es mi madre; no la odio, no nos llevamos bien, claro. Recuerdo que un día nos dejó solos a mis hermanos y a mí, Liz era apenas una bebé. Siempre se iba, después de que mi papá salía a trabajar, nos dejaba solos. ¿A dónde? No lo sé. Ése día, nos dejó y un tipo trató de entrar al departamento por la ventana del baño. Tomé una escoba y empecé a golpearlo con ella —el recuerdo la hizo reír y menear la cabeza— nos asustamos, bien cabrón. Cerré la ventana y me encerré, con mis hermanos, en el cuarto de mis papás hasta que ella regresó. A la chingada con ella.

—¿Con tu madre?… Sí, diría lo mismo—, sorprendido, asentí.

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—No, zopenco, con el tipo—, dijo en tono irónico—. Sí, con ella. No mal intérpretes. Es… no lo sé. Dicen que no debes odiar a tu madre. Yo… sí estoy enojada con ella, no puedo mentirte, no debería… enojarme, ya sabes lo que dicen “hay que amar a la madre a pesar de todo”; al carajo con ella —reflexionó, se terminó lo que quedaba de una bebida, un chorrito de refresco con quién sabe qué. Hizo un mohín, arrugó la nariz y sacó la lengua—.

Hay que mandarlos a la mierda

—Tienes todo el derecho—, comenté—. Puedes respetar a tus padres; no obstante, si son unos hijos de puta, hay que mandarlos a la mierda; no tienes por qué soportar basura de nadie—, evangelicé; ignoraba un carajo de la vida en aquel tiempo.

Ella había puesto la mano izquierda sobre su barbilla y miraba con atención mis labios; imitaba un poco el movimiento de los míos con los suyos; sus ojos me traspasaron, se volvieron tiernos, los de una pantera que juega. Mosqueado, sonreí.

—¿Qué te pasa, zopenca?—, dije nervioso y cariñoso a la vez.

—¡Zopenco tú, zopenco!—, rió también con cariño, me dio un empujón en el hombro con la mano. Reímos. En esa barra, en ese apartamento de mala muerte de la Colonia El Colli, se sentía otra especie de cercanía y calor. Volteamos a donde estaba su hermana. Nos miraba extrañada y con cierto celo; le sonreímos. Fue una buena madrugada.

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Viernes libre

Había pasado una semana desde la reunión, Carolina y yo charlábamos regularmente en Messenger. Una soleada tarde de junio, un viernes libre para ambos, acababa de terminar mis clases en la universidad y acordamos comer en su apartamento; llegué al café donde ella trabajaba como mesera, estaba en Avenida Américas; me saludó con gesto vago y sonrisa.

Me acerqué a la puerta del café, ella la abrió.

—¡Salgo en unos cinco minutos! ¿Me aguantas?—, dijo antes de que yo pudiera entrar.

—¡Sí, claro!—, tomé la puerta antes de cerrarla. Ocupé una de las mesas de afuera y esperé.

Salió al poco tiempo; llevaba una mochila colorida al hombro e iba vestida con una playera polo negra y pantalones negros a juego. Poco maquillaje en el rostro. Se veía bien, esa belleza de las mujeres maduras que resplandecen cuando la vida es favorable —a pesar de todo— y da una nueva oportunidad. La vida es una perra ingrata, sin embargo, a veces da una pausa y te deja recuperarte.

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Nos fuimos a su apartamento. No teníamos auto. Tomamos el autobús. Caminamos, llegamos a una tienda y compramos algo de comer para dos. Carne, tortillas, cebolla, tomates, cilantro. Pagamos partes iguales. Llegamos a su apartamento, moríamos de hambre.

Comida para dos

Hicimos la carne con tomates y cebolla en una sartén. Mientras preparábamos la comida, rozábamos nuestros cuerpos de manera poco accidental; nos volvimos más cercanos. Caricias, toques, sonrisas, bromas, sobre nombres. Mientras cortaba los tomates, ella se acercó y posó sus pechos en mi hombro; los restregó, según ella, quería enseñarme a cortar en rodajas los tomates. Yo contesté después, mientras cocinaba la carne, repagándome en su cuerpo.

—Oh lo siento, es que no quepo en tu cocina, deberías agrandarla—.

Carolina rió; puso los ojos en blanco.

—Zopenco, quítate—, ordenó empujándome con su trasero y una caricia ligera en el brazo.

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Cocinar es un afrodisiaco. Háganlo, eleva los niveles de puta madre.

No estuvo mal; fue divertido, nos pusimos melosos. No había sillas aún, comimos sentados en el piso; sacó una botella de licor barato y acompañamos la humilde tragazón con un líquido raro.

Al terminar, llevé los platos al fregadero. Carolina pidió otro vaso del licor barato. Lo serví, serví otro para mí. Fui a la sala/comedor. Ella había arrojado unos cojines, los trajo de su habitación, al suelo y se acostó. Tomó el vaso que le ofrecí.

De su cuello a su pecho

Voy a quitarte lo virgen

Imagen: Especial.

Recosté el cuerpo en el piso, puse un cojín en su estómago, descansé la cabeza en su regazo. Se quejó al principio, luego empezó a acariciar mi cabello y cuello. Hubo silencio.

—¿Te gusta mi hermana?—, preguntó de repente.

Encogí los hombros.

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—Tu hermana tiene novio—, escupí, nervioso.

—Lo sé. No pregunté eso, ¿te gusta mi hermana?—, volvió a atacar.

Lo pensé por un momento.

—No me es indiferente—, argumenté, actuaba despreocupado. Afuera se oía un silencio tan profundo; podías escuchar tu propia respiración, los pasos de la gente en la calle, las tuberías gemir, las voces de los vecinos, ecos fantasmales.

—Le gustas a ella. No le digas que te dije. Le gustas. No hacen mala pareja—.

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—Ya—, dije distraído. Pasó un momento de silencio—. ¿Y a ti? ¿Te gusta alguien? ̶ .

Silencio, siguió acariciando mi cabello.

—Sí. Es un chavo muy guapo que llega al café todos los días a las doce de la tarde; es como de mi edad, creo, que tiene un hijo… no me importaría. A veces lo imagino, llega con unas rosas y me las da —detalló y sonrió, hizo un ademán de alguien que entrega unas rosas a otra persona invisible— la verdad es que ahora quiero divertirme, si llega un chavo guapo y bueno, que me guste, pues tal vez le daría la oportunidad—, terminó como justificándose.

Y ¿si llega mi hermana?

Una cubeta de agua fría imaginaria cayó sobre mi cabeza. Bueno, era obvio que a mi edad no podía pensar en salir con una mujer de casi 27 años, había que poner los pies en la tierra. A medias levanté el cabeza, apoyé la mano en el suelo y la miré a los ojos.

—Yo no pregunté eso—. Nos observamos un momento, incomodo, largo, silencioso. Sobresaltada, se incorporó; no dejaba de mirarme a los labios y a los ojos; su respiración se agitó levemente. Sonrió, sonreímos, nerviosos.

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Titubeó, con una sonrisilla trató de ahuyentar el momento.

—¿Qué…? ¿a ti, te gusta alguien?—.

—Sí—, le dije sin aliento—. Apreté los labios y levanté la mano, acaricié su cuello. Ella cerró los ojos y dejó que mi mano pasara de su cuello a su pecho y volviera a su nuca. Froté con cariño el lóbulo de su oreja. Suspiró, sus labios se abrieron y sus parpados temblaron. Tomó mi mano.

—¿Qué haces?—.

—Tu… no… tu sabes qué hago—, baboseé.

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Lanzó una risita apagada, rompió el silencio, la tensión aumentó un poco.

—Y ¿si llega mi hermana? Les gustas… me vería mal si nos encontrara. ¿No?—.

Vacilé. Sentía estima por su hermana. Carolina volvió a reír, esta vez con más fuerza, brotó su carcajada como un puñetazo que lanzó gotitas se saliva a mi rostro.

—Sabes ¿qué me gusta?—, acarició mi brazo con una sonrisa grande, de labios apretados, luego mi nuca.

—¿Qué?—, mascullé.

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Entrecerró los ojos y continuó con su sonrisa.

—¿Eres virgen?—. No me dio pena contestarle “sí”.

—Ya…—, asintió. Observó mis labios, apretó los suyos. —Me gusta quitarle lo virgen a los chicos ¿sabes? Te ves muy tierno. ¿Estaría mal si lo hiciera?—.

Respondí sin perder tiempo, tartamudeando y sin aliento:

—No… yo no tendría problema—.

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Quítate la ropa

Voy a quitarte lo virgen

Especial.

Volvió a reír.

—¿Y si mi hermana llega? ̶

Meneé la cabeza y apreté los labios con cara de suficiencia.

—Sabes que tu hermana no vendrá… deja de hacerte la tonta. Ella tiene clases hasta tarde—.

Sonrió. Nos acercamos, se detuvo, yo me detuve. Volvió a reír.

—¿Te pongo nervioso?—.

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—Sí, bueno…—, enmudecí, plantó un beso en mis labios. Le metí la lengua, ella contestó brevemente con la suya. Mordí su labio inferior, Carolina apretó los míos a su vez. El beso duró un rato incalculable en años humanos.

—Ven—, se levantó; la seguí, tomó mi mano. Fuimos a su cuarto, entramos, hizo un gesto y ocupé la cama, se quitó el pantalón y la playera. Estaba de puta madre, es el mejor recuerdo de mi juventud; a la mierda la universidad o el primer amor, la graduación, el primer trabajo; la hermana Carolina es la mejor imagen para recuperar tu fe en la humanidad: existe la belleza no importa la edad. Puedes coger con semidiosas.

Alta, de piernas regordetas y cadera de madre de dos niñas, tenía un par de pechos pequeños y a leguas ricos; llevaba unas bragas blancas de encaje y un sujetador que hacía juego, encaje, encaje. Era blanca, tan blanca como la pureza de una santa. Así debían verse las santas vírgenes. Agarró su cabello con una liga e hizo una coleta.

—¿Qué me ves? Quítate la ropa, menso—, ordenó. Yo empecé a quitarme los pantalones. Por supuesto, ya tenía una erección. Al ver mi erección se mordió el labio superior. La playera cayó, le siguieron los bóxer. Carolina inspeccionaba cada movimiento y aprobaba.

Rehab

—¿Traes condón?—, contesté que no con pesar, lo había olvidado. Suspiró, sacó un condón del cajón, lo arrojó a la cama.

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—Póntelo cuando estés bien listo—. Susurré que sabía usar un condón.

—No, sabes cómo funciona, NO cómo usarlo—, ronroneó, se puso perfume en el cuello y en el pecho. Fue a un closet, tomó una radio pequeña y la encendió. Veinticuatro horas de los mejores éxitos del momento en los 40. Recuerdo que la tarde transcurrió cogiendo y escuchando “Rehab” de Amy Winehouse. Música, el mejor compañero para coger. Tendido en la cama, subió, abrió las piernas, rodeó con éstas mí cadera y atrapó mis manos; empezó a besarme en la boca y frotar su cuerpo con el mío. Su coño contra mi erección, fresca, podía oler su piel, el sudor y el perfume. Era dulce, empalagoso. El corazón me latía, torpe, deseaba zafarme. Ella dejó de apretar mis manos.

—¿Qué hago?—, posando las manos en sus pechos cubiertos por el sujetador, pregunté. Ella tomó mis muñecas y las atrapó en sus garras, las acomodó junto a mí cabeza.

Déjate guiar

—Calma, déjate guiar. Para eso estoy aquí ¿No?—, con voz velada le aseguré: sí, obedecería. Siguió frotándose contra mi cuerpo. Levantó la braga y dejó que la cabeza del pene rozara su interior. Los labios de su coño besaron mi miembro. Sólo la cabeza, me puse como loco. Quería poseerla, ¿debía meterla completa? ¿Obligarla a que se la tragara? Carolina dejó que entrara otras dos veces y cuando iba a ponerme serio, se retiró y, usando una voz melosa, ordenó “abre el condón”.

Quité el envoltorio de aluminio. Ella tomó mi bulto y con maestría lo envolvió en el latex, presionó, antes de terminar, la punta. Se quitó el sujetador y dejó que me envolviera en sus pechos… me montó y dejó que entrara completo.

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El calor aumentó.

—Que rico—, susurró antes de empezar, de zambullirse.

Ciudad Erótica

Claro, Lizbeth se enteró de lo que pasó. Al llegar esa noche al apartamento nos encontró, vestidos, sí, despeinados, oliendo a sexo y sudor, también. No vi a ninguna de las hermanas en mucho tiempo. Liz, volvimos a hablar; sí también tuvimos sexo, pero esa es otra historia. ¿Carolina? Se volvió a casar, con otro perdedor, claro; no obstante, esa también es otra historia de la ciudad erótica.

Un agujero de cristal, concreto, luces, motores y carne; nos devora y arroja del deseo a la locura. Nos define, viola y pervierte. Maniacos sexuales insaciables, coleccionadores de momentos y cuerpos. Te odio y amo, ciudad maldita…

 

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Ciudad Erótica    Aaron Derrick    Crónica Erótica

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10 libros eróticos que cambiarán tu perspectiva sobre el sexo

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​Si crees que 50 Sombras de Gray es un buen libro, échale ojo a esta lista de libros eróticos que hemos preparado para ti. Se trata, ni más ni menos, de 10 obras indispensables para adentrarnos en este apasionante género literario. ¡Qué los disfrutes!

Cartas de amor a Nora Bernacle

James Joyce (1882-1941)

La pasión fue el principal motor de la relación entre James Joyce y Nora Bernacle se conocieron desde los 19 y 20 años, desde entonces comenzaron una relación basada en el deseo, el escritor y su esposa mantuvieron correspondencia muy cachonda, y este libro es el resultado.

​»Quitándose la ropa de espaldas, y revelando sus dulces calzoncitos blancos de muchacha para excitar al descarado camarada del que ella está orgullosa; y entonces lo deja clavarle su obsceno pito gordo a través de la abertura de sus bragas y para adentro, adentro, adentro, en el querido agujerito, entre las frescas y regordetas nalgas».

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Delta de Venus (1977)

Anaïs Nin (1903-1977)

Este libro fue producto de la insistencia de los lectores, uno en particular, que deseaba leer más que poesía, querían leer encuentros sexuales y ahí tienen 15 cuentos. Así fue cómo surgió la idea de Delta de Venus en la década de 1940, pero se publicó en 1977.

«Echado boca arriba en la cama, con las piernas separadas y el miembro erecto, hizo que ella se sentara sobre él y se lo introdujo hasta la raíz, hasta que sus vellos se confundieron. Sosteniéndola, le hizo describir círculos en torno al pene. Ella cayó sobre él, apretó los senos contra su pecho y buscó su boca; luego se enderezó de nuevo y reanudó sus movimientos».

Diario de una ninfómana (2003)

Valérie Tasso (1969)

Este libro narra los encuentros sexuales de una mujer con empresarios excéntricos y muy acaudalados con algunas ideas raras sobre la excitación y el sexo.

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«La excitación me aprieta el vientre y mis muslos se contraen inevitablemente. Ya no tengo control sobre mi cuerpo. Me siento de repente perturbada, mi cuerpo pide a gritos que le arranquen la piel para poder fundirse con este desconocido. Se agacha un poco, y empieza a buscar debajo de mi falda, hasta encontrar el elástico de mis bragas. Pienso enseguida que su intención es quitármelas, obviamente. Pero no es así».

Historia del ojo (1928)

George Bataille (1897-1962)

Simplemente es considerada la obra maestra de la literatura erótica. La Historia del ojo y Simona transgredieron a la sociedad francesa en la década de 1920 y más allá, con su comportamiento sexual, su alta carga de contenido erótico, una joya de principio a fin.

«En el rincón de un corredor había un plato con leche para el gato: “Los platos están hechos para sentarse”, me dijo Simona. “¿Apuestas a que me siento en el plato?” —”Apuesto a que no te atreves”, le respondí, casi sin aliento.

Hacia muchísimo calor. Simona colocó el plato sobre un pequeño banco, se instaló delante de mí y, sin separar sus ojos de los míos, se sentó sobre él sin que yo pudiera ver cómo empapaba sus nalgas ardientes en la leche fresca. Me quedé delante de ella, inmóvil; la sangre subía a mi cabeza y mientras ella fijaba la vista en mi verga que, erecta, distendía mis pantalones, yo temblaba».

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Historia de O (1954)

Pauline Réage (Dominique Aury 1907-1998)

O es una chica que su amante la introduce a un mundo de sadomasoquismo, vouyerismo, roles de esclavitud sexual, entre otras depravaciones, ella es fotógrafa de día.

«Acerca la mano al cuello de la blusa, deshace el lazo y desabrocha los botones. Ella se inclina ligeramente hacia delante, pensando que él desea acariciarle los senos. No. Él sólo palpa el tirante, lo corta con una navajita y le saca el sostén. Ahora, debajo de la blusa, que él vuelve a abrochar, ella tiene los senos libres y desnudos, como libres y desnudas tiene las caderas y el vientre, desde la cintura hasta las rodillas».

Las edades de Lulú (1989)

Almudena Grandes (1960)

Lulú es una joven de 15 años que siente atracción por un amigo de la familia, Pablo, con quien en sus distintas etapas de la vida, sus edades, está presente este hombre que juntos sus más bajas pasiones se apoderan de ellos.

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«Apenas un instante después, todas las cosas comenzaron a vacilar a mi alrededor. Pablo se apoderaba de mí, su sexo se convertía en una parte de mi cuerpo, la parte más importante, la única que era capaz de apreciar, entrando en mí, cada vez un poco más adentro, abriéndome y cerrándome en torno suyo al mismo tiempo, taladrándome, notaba su presión contra la nuca, como si mis vísceras se deshicieran a su paso».

Trópico de cáncer (1934)

Henry Miller (1891-1980)

Este libro es un monólogo en el que el autor hace un repaso de su estancia en París en los primeros años de la década de 1930, centrada tanto en sus experiencias sexuales como en sus juicios sobre el comportamiento humano.

«Nos metemos en el retrete retorciéndonos y allí la sujeto de pie, la arrojo contra la pared, e intento metérsela, pero no hay manera, así que nos sentamos en la taza y lo intentamos pero tampoco hay nada que hacer. Y, durante todo el tiempo, ella me ha cogido la verga y la está agarrando como un salvavidas, pero es inútil, estamos demasiado calientes, demasiado ansiosos. La música sigue sonando, así que salimos del retrete al vestíbulo de nuevo, y mientras estamos bailando ahí en el cagadero, me vengo encima de su bonito vestido y ella se pone más a punto. Vuelvo tambaleándome a la mesa y allí está Borowski con su rostro rojizo y Mona con su mirada de desaprobación. Y Borowski dice: «Vámonos todos mañana a Bruselas», y asentimos, y cuando regresamos al hotel, vomito por todas partes».

Lolita (1955)

Vladimir Nabokov (1899-1977)

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Lolita es una niña de 12 años. Humbert Humbert es un hombre que secretamente se enamora de ella y para estar más cerca se casa con su madre. Es considerada una obra maestra de la literatura.

«Ella tembló y se crispó cuando le besé el ángulo de los labios abiertos y el lóbulo caliente de la oreja. Un racimo de estrellas brillaba plácidamente sobre nosotros, entre siluetas de largas hojas delgadas; ese cielo vibrante parecía tan desnudo como ella bajo su vestido liviano. Vi su rostro contra el cielo, extrañamente nítido, como si emitiera una tenue irradiación. Sus piernas, sus adorables piernas vivientes, no estaban muy juntas y cuando localicé lo que buscaba, sus rasgos infantiles adquirieron una expresión soñadora y atemorizada».

El amante de Lady Chatterley (1928)

D. H. Lawrence (1885-1930)

Una mujer casada con un hombre de clase alta, parapléjico y que no es nada romántico. Constanza quiere algo más que vida provincial y encuentra consuelo a sus deseos carnales con un trabajador de clase baja, un obrero llamado Oliver Mellors. Este libro fue censurado en su época por describir sexo explícitamente.

«Aquella noche fue un amante más intranquilo con su frágil desnudez de niño. Connie no pudo llegar a su éxtasis antes de que él hubiera realmente alcanzado el suyo. Y logró despertar en ella una cierta pasión llena de deseo con su suavidad y desnudez infantil; después que él hubo terminado tuvo que persistir ella en el salvaje tumulto y palpitación de sus lomos, mientras él se mantenía heroicamente erecto y presente en ella con toda su voluntad y desprendimiento hasta que Connie llegó a su éxtasis entre inconscientes grititos».

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Teleny (1893)

Oscar Wilde

Se le atribuye a Oscar Wilde este libro. Narra la fuerte atracción y la apasionada relación con desenlace trágico entre un joven francés llamado Camille de Grieux y un pianista húngaro, René Teleny. Erotismo homosexual de alta calidad.

«Con esto mi deseo aumentó de intensidad, y la necesidad de satisfacerlo se convirtió para mí en verdadero sufrimiento, mientras el fuego encendido en mí pasaba a ser una llama devoradora que me abrasaba; mi cuerpo entero quedó arrasado por una llamarada erótica. Sentía los labios secos, la respiración jadeante, los miembros rígidos, las venas hinchadas y, sin embargo, me mantenía tan impasible como todos los que me rodeaban. De pronto, me pareció sentir que una mano invisible se deslizaba por mis rodillas; algo en mi cuerpo fue tocado, cogido, estrechado, y una voluptuosidad indescriptible embargó de pronto todo mi ser. La mano subía y bajaba, lentamente al principio, luego cada vez más deprisa, siguiendo el ritmo del canto. El vértigo se apoderó de mi cerebro, una lava ardiente corrió de pronto por mis venas, y sentí saltar algunas gotas… mientras todo yo temblaba».

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Korang, soft porn mexicano… sólo para extranjeros

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Película

En 1969 los mexicanos adultos eran considerados poco menos que infantes para el gobierno mexicano, según sus políticas de censura.

La audiencia nacional no debía ser expuesta a contenidos cinematográficos en «extremo sangrientos» o con un «alto contenido sexual»; entiendase, mujeres semidesnudas.

La fórmula era básica: había que rodar filmes costumbristas, heroicos, cómicos, dramáticos, de lucha libre o de monstruos, siempre con límpida mesura.

 

Más allá de lo permitido

Con toda una vida como director, actor y guionista en México, René Cardona (1905) pudo ir más allá de lo permitido. De la mano de Cardona debutaron estrellas de la talla de Blanca Estela Pavón, Pedro Infante y Germán Valdés «Tin Tan». Entre 1937 y 1982 filmó más de cien películas.

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Tratándose de uno de los creadores más importantes de la época de oro del cine mexicano, Cardona aprovechó sus contactos en el extranjero, y se abrió paso en el mercado internacional con dos versiones de una misma película: una para adultos estadounidenses y europeos, y otra para el pueril público mexicano.

Ese es el caso de la conocida cinta Santo en el Tesoro de Drácula (1968), de René Cardona, cuya versión para las audiencias en el extranjero fue titulada como El Vampiro y el Sexo.

Otra menos conocida del mismo director pero igual interesante, intitulada en México como La Horripilante Bestia Humana (1969).

 

Cartel

Imagen del DVD con la versión sin censura para Europa.

Soft porn y lucha libre

Conocida en Italia como Korang, la Terrificante Bestia Humana y en Estados Unidos como Night of the Bloody Apes, esta cinta mexicana de lucha libre resulta una verdadera rareza del cine mexicano de los años 60’s, no solo por sus sangrientas escenas, sino por sus tintes de «soft porn».

La trama de la cinta gira en torno a los esfuerzos de un médico que mediante una complicada operación de trasplante de corazón busca salvar la vida de su hijo que padece leucemia.

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La cirugía resulta exitosa en todo sentido, excepto que el órgano utilizado proviene de un gorila.

Pronto el joven convaleciente sufre una violenta transmutación y ávido de sangre recorre las calles de la ciudad dejando un reguero de víctimas mortales a su paso.

 

Una película de culto

Mientras que en el País se estrenaba la «versión decente» de La Horripilante Bestia Humana —junto a Hasta el Viento Tiene Miedo, de Carlos Enrique Taboada; y Santo el Enmascarado de Plata y Blue Demon Contra los Monstruos, de Gilberto Martínez Solares—, en el extranjero disfrutaban de uno de los más atrevidos filmes mexicanos de horror jamás filmados.

 

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Horripilante bestia

Fotogramas: La horripilante bestia humana (1969).

De esta forma, Cardona abrió el camino a las míticas cintas mexicanas filmadas por  Juan López Moctezuma: La mansión de la Locura (1973) y Alucarda, la Hija de las Tinieblas (1977); o Satánico pandemonium (1975), de Gilberto Martínez Solares.

Hoy por hoy, la versión sin censura de la Horripilante Bestia Humana ya no asusta ni escandaliza a nadie.

Se trata, sin embargo, de una película de culto y una muestra de los estrechos márgenes de libertad dentro de los que podían moverse los cineastas y las audiencias del México de los años 60’s.

 

Aquí puedes ver el film completo sin censura:

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Etiquetas:      Cine      Cine mexicano      Películas      México

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Orgasmo para tres

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trío, sexo, ciudad erótica, relato erótico

Desde mi habitación se percibía un fuerte olor a marihuana. Hacía rato que me había puesto la pijama y había comenzado una de mis películas favoritas. Siempre me han gustado los hoteles. Esa sensación de llegar cada vez a un lugar desconocido, que te ofrece camas y sábanas distintas, un techo que mirar y una ventana (quizá).

​Al principio le resté importancia a los ruidos que se escuchaban en la habitación contigua. Seguramente se trataba una de esas jóvenes parejitas, se estarían estrenando en las artes amatorias, dado que alcancé a escuchar con claridad en varias ocasiones a una voz femenina que se quejaba, aunque un rato después pareció disfrutarlo, porque los gemidos iban de menor a mayor y justo en mi cabecera parecía que golpeaban rítmicamente con un mazo.

Lo disfrutaba

​No puedo negar que aunque en gran medida mis estancias en los hoteles son por cuestiones laborales, en algunas ocasiones he pasado fines de semana completos en cuartuchos de mala muerte sólo para escuchar a las parejas teniendo sexo.

Es tan lindo imaginar, pensar en cómo serán, cuál será la posición que están adoptando y hasta ponerse en el lugar del uno o del otro e incluir diálogos que hagan más interesante esa historia ajena…

No pude ignorarlo

​Me levanté al baño en un par de ocasiones, y luego regresaba para darme gusto con unos tragos improvisados que preparé en el mismo cuarto. Estaba un poco mareada, así que decidí dejar sólo la luz tenue de la mesita de noche y reacomodar las almohadas.

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Subí el volumen al televisor dispuesta a ignorar lo que estaba ocurriendo unos pasos más allá de mi habitación, pero me fue imposible. Esa manía de prestar atención regresó, y también las imágenes producto sólo de mi imaginación.

​»Seguramente era virgen», pensé. Recordé entonces cuando mi virginidad me fue arrebatada en un cuarto de vecindad, así que en adelante, las historias que inventaba de acuerdo a los sonidos que escuchaba, serían mucho mejores que mi propia experiencia.

Orgasmo para tres

Foto: Obra Motel Fetish, del artista Chas Ray Krider.

​Noté después que mi ropa interior se empezó a humedecer. Era imposible omitir las imágenes que venían una tras otra y que en principio me obligaron a acariciar un poco mis senos. Los pezones habían encendido una señal de alarma y mi cuerpo me obligaba a lo que debía hacer esa noche, aunque sea desde mi trinchera.

 

Decidí participar

​Apagué la luz y el televisor. Acomodé de nueva cuenta las almohadas y las sábanas y de a poco me deshice de mi bata y luego de mis pantaletas en un acto que rayaba en lo automático, en lo debido.

Al rozar mi vulva, confirmé que estaba tan excitada que no podía esperar más para sentir un poco de lo que aquella joven estaba sintiendo con su pareja en el cuarto contiguo.

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​Acompasaba los movimientos de mis dedos con los sonidos de fondo, reaccionaba de acuerdo a sus reacciones y mis sonidos guturales que de a poco se convirtieron en gemidos ahogados, se fueron intensificando.

Un hombre invisible

Busqué incluso algún objeto extra que pudiera ayudarme a tener un orgasmo acelerado, quería terminar al mismo tiempo que ella y hacer de cuenta que era yo aquella que estaba disfrutando con un hombre para mí invisible. Nada encontré.

​Utilicé mis dedos, introduje uno, y luego dos dentro de mí, mientras que ayudada por el pulgar podía acariciar mi clítoris. En la pared, los golpeteos iban en aumento, pero para entonces ya estaban acompañados por los míos, los que provocaba al retorcerme en la cama. Me aferré a las sábanas, me detenía poco antes de llegar para volver a comenzar y experimentar una sensación aún más intensa cuando llegara al clímax.

​Mojé las sábanas de manera inevitable cuando logré vaciarme. Me quedé descansando, y escuchaba apenas los susurros de los vecinos de cuarto. A mi silencio, se sumó luego el de ellos. Había logrado mi objetivo, había llegado a un orgasmo tal vez más intenso que el de aquel par de desconocidos.

La experiencia me hizo refrendar mi gusto por esa extraña manía de contar una historia y prestarle mi cuerpo. Llamé a la recepción para que me cambiaran las sábanas.

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Foto de portada: Valeria Boltneva.

 

 

Etiquetas:      Ciudad Erótica      Sexo       Relato erótico

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