Cultura

Carlos Velázquez, sinceridad brutal

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Carlos Velázquez…

Se viene un nuevo récord en este su espacio dedicado a los libros. En este Laberinto en el que he venido compartiendo contigo querido lector, la pasión por los libros, las letras, los buenos y los no tan buenos autores.

Y curiosamente de quien más columnas he decidido escribir, es un autor mexicano, poco convencional, rebelde, alocado y que ahora nos entrega un ensayo brutal y directo, sin pelos en la lengua. Otra vez vale la pena escribir de Carlos Velázquez, el irreverente creador de memorables cuentos. Con esta es la tercera columna que le dedico y sigo firme, mi campaña ‘Todos debemos leer a Velázquez’, está más viva que nunca.

Una vez más con Carlos Velázauez

Velázquez es un ser único y que no tiene miedo a ser juzgado; su confianza que suda de sí mismo me hace admirarlo todavía más. Antes de presentar la que viene anticipando como su primera novela, se aventó al ruedo con un ensayo en el que confiesa sus pecados, habla de su vida, sin ego, sin soberbia, sin presunción, no, aquí pasa todo lo contrario. Desde el mismo título: El pericazo sarniento (selfie con cocaína) sabes que la cosa va dura, directa, visceral y a volarte la cabeza.

Twitter Carlos Velázquez

 

Lo que el lector está por leer es algo crudo, que a pesar de que se percibe el buen humor de Velázquez, ese que nunca se le escapa aún en la situación más incómoda, la realidad te atropella con furia. Es el testimonio de un adicto a las drogas que ha recaído en diversas ocasiones, y que no se arrepiente, al contrario, es alguien que con orgullo habla de tiempos en los que la violencia no estaba ligada con el consumo de las drogas. Es tan sincero, que es capaz, de dar golpes al hígado, al mencionar que la salud de los adictos ha recaído debido a la baja calidad de la droga que anda circulando por el país, y es que en sus tiempos todo era más “naturalito”.

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Extraña cultura de las drogas

Velázquez se autodefine como alguien que encontró, más que un escape a la realidad, un verdadero placer que le daba diversión, que le trajo amistades inolvidables, aunque también se las arrebató. Las drogas son vistas desde alguien que no las juzga, no las sataniza, a pesar de que condena la violencia y lo extraño que es eso de tener una cultura alrededor de las mismas.

 

“En ocasiones basta esnifar sólo una línea para saber que el destino va a torcerse. Meterme la primera no me arrojó indicios de que debía parar. Una vez alcanzado cierto nivel de adicción meterse coca es jugarse un volado. No sabes si te va a pegar sabroso o te va a convertir en un desastre”, dice Velázquez en esta confesión, pero que a la vez se siente como un desahogo.

 

Admiro más a Carlos, y lo reitero de que todo mundo debería leerlo, por el hecho de desnudarse y mostrar todo como es, como va, sin detenerse, sin ponerse una máscara y andar embelleciendo las situaciones, sin ponerle flores a lo que realmente es cruel y doloroso. Yo ya sospechaba y decía que Velázquez es material para ser nuestro propio Charles Bukowski, nuestro escritor maldito dando lata en este siglo, pero hay una gran diferencia.

El estadounidense se metía de todo, Velázquez también, pero Bukowski ocultaba toda su locura e indecencia bajo el nombre de Chinanski, su famoso alter ego. Velázquez, por el contrario, es Carlos, el mismo que protagonizó su otro ensayo que habla de drogas y violencia: El karma de vivir al norte, un libro igualmente brillante. Eso le da más valor a este testimonio, de alguien que sólo se pudo detener cuando su hija llegó a su vida y le dio todo un sentido, pues los libros, la literatura no lo iban a hacer, fue el amor paterno el que le dio la calma. Eso sí, a Bukowski no es a quien admiraba, más bien cita al argentino Fowgill, de quien recuerda que su gran obra de Los pichiciegos, la escribió bajo los efectos de las drogas.

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“Si Fowgill, ese monstruo que fue millonario, que tuvo yates, que estuvo preso y que para mí es el mejor narrador del idioma después de Borges, tuvo problemas de dinero toda su vida, como buen adicto a la coca, qué le puede esperar a un pobre postadicto como yo”.

 

Sin victimizarse

Velázquez nunca se presenta como una víctima, nunca se tira al piso y pide atención, ni se muestra titubeante, mucho menos arrepentido. Eso te habla de alguien valiente, pero que a la vez presenta una especie de manual de cómo encarar una adicción y no ser vencido en el camino; a pesar de que perdió algunas batallas, no la guerra, además de que nunca ha sufrido una sobredosis.

 

“Meterte coca es lo mismo que estar atrapado en un matrimonio en eterno conflicto. Rompes con la droga. Regresas con ella. Vuelven a tronar. Tienen sexo de reconciliación. Se gritan otra vez. Hasta que se divorcian. No existe nada más duro que la separación emocional con la droga. La coca cobra una factura exorbitante. Cuando te metes y cuando no. Si la sacas de tu rutina el hipotálamo se rebela. Se crea un vacío en tu vida. Algunos tratan de suplir su necesidad con alcohol o comida. El metabolismo se dispara. A diferencia de los alcohólicos anónimos, jamás se corta la relación con la sustancia. El cocainómano que ha reñido con la droga entra en estado de hibernación. Unas vacaciones de la droga es el mejor afrodisíaco para tomar un segundo o tercer aire en la relación”, describe a su relación Velázquez.

 

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Al leer este ensayo uno no puede dejar de preguntarse de dónde sacó el valor y coraje de aceptar la invitación de Rafael Pérez Gay, director del sello que lo publica, Cal y Arena, le hizo para escribir este relato. Y Velázquez ha dicho que no quería romperle el corazón a su abuelita, pero más aún a su hija, que el libro algún día lo leerá y podría invitarla a llevar una vida así. Pero su valor y compromiso literario pudo más, sabe que será señalado y juzgado, pero le dieron ganas de hacerlo. A final del día, él defiende que los drogadictos también tienen sueños.

 

“Los adictos también poseen sueños. El mío es quedar tablas con la coca. Mi corte de caja, a unos días de cumplir cuarenta años, es bastante decente. Nunca he sufrido una sobredosis. Jamás he caído en una clínica de rehabilitación. No me he prostituido por drogas. Ni me han arrestado por posesión de sustancias. Coca nada te debo, coca estamos en paz”.

 

Guerra contra el narco y permanentes estragos

Y aunque la muerte es algo que persigue a un adicto a las drogas, lo acecha por distintas circunstancias. Incluidas en el mismo paquete, van la salud y los temas de los balazos, a Velázquez no le importó mucho. Incluso hace una crítica a la llamada guerra contra el narco emprendida por el presidente Felipe Calderón y que aún hoy sigue causando estragos. Por un lado hace la reflexión de que tanta violencia que se desató evitó que muchos adictos cayeran aún más bajo, ya se la pensaban dos veces antes de adentrarse a ese mundo. El miedo a ser asesinados los iba ahuyentando, él decidió ponerse límites, por respeto a su hija, y también porque a pesar de que perseguía la muerte, inconscientemente le dolió ir perdiendo amigos.

 

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“El Pájaro se ahorcó, Marquitos se mató en un accidente, después de pasarse entrando y saliendo del Cereso y Juanito quedó tarado por tanta anfetamina. Pero nosotros no nos juntábamos con la misión de encontrar un cadáver, nuestro objetivo era encontrar la muerte. Algunos lo consiguieron”.

 

El verdadero paraíso

Finalmente, les comparto el extracto de este ensayo en el que habla del turismo para un cocainómano, los precios, y deja en claro que el paraíso es Perú, no Ámsterdam como algunos lo creen.

 

“Atravesaba por mi tercer o cuarto divorcio con la coca cuando recibí una invitación para viajar a Perú. Todos los días me repetía a mí mismo las palabras de Penny Lane en Casi famosos: “I’m retired”. Y como Escanlar lamentaba que me invitaran con dos décadas de delay. Pero hace veinte años ni quien soñara con Perú. Era un cliente satisfecho del Cártel de Sinaloa. Ingenuidad pura. Si los cocainómanos mexicanos sospecharan levemente el nivel de la coca inca y el bajo precio del producto se mudarían todos a Lima mañana mismo. La capital del turismo de drogas no es Ámsterdam, es Perú. No por nada fue el destino de los Stones en los setentas”.

“Andaba emputecido con la coca por la mala mano que me había tocado en Madrid. Un episodio típico que deseas borrar de tu memoria. Pero es imposible. Porque conforme avanza la adicción tu vida está repleta de momentos como ése. La jodida coca es la madre de las tentaciones. No importa que sea mierda, sucumbes. Sabes que te la pasarás mal. Pero te vale madres. Eres un adicto ¿no? Existen cocas malas y la coca que se vende en España. Nunca discutas con un español la calidad de la mercancía. Es como hacerlo con un millenial. Siempre abogarán por lo que consumen. Es parte de la fantasía del adicto. Nadie aceptará jamás que no está enganchado al clorhidrato de coca. Sólo he conocido a una persona que ha aceptado que lo que le prende es el corte. Que asume sin tapujos que la cochinada que pretenden hacernos pasar por coca es su debilidad. En México abunda coca igual o peor que la madrileña. Pero no vale sesenta euros”.

 

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No me queda más que seguir con mi campaña, impulsando a que se lea a Velázquez, se disfrute de su honestidad y se reflexione sobre un tema tan delicado, que muchas veces sigue siendo un tabú, como son las drogas. Y es que me queda claro que hay un estereotipo sobre los drogadictos, los vemos como lo peor de lo peor que te puedes encontrar en la vida, pero Velázquez te hará pensar las cosas dos veces.

 

Óscar Beltrán ha trabajado en medios impresos y radiofónicos como reportero en las fuentes de cultura, policíaca y deportiva. Ahora se desempeña como editor en jefe de la aplicación para smartphone «Plans».

 

 

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