Cultura
El castillo ambulante, ¿cuál prefieres, el ánime o el libro?
Un dilema al estilo Shakespeare siempre surgirá cuando una obra de literatura es adaptada a la gran pantalla; la respuesta de las personas por lo general será que el libro es mejor o en muy contadas ocasiones se dirá que la película es superior, como en el caso del libro El Padrino, de Mario Puzzo, o la Naranja Mecánica, de Anthony Burguess, en los que sus adaptaciones filmográficas tuvieron mayor éxito.
El libro tal vez resulte superior por el hecho de que permite que nosotros le demos voz a los personajes, los imaginemos de un modo u otro, y cuando éste es llevado al cine los personajes no son como pensamos, no tienen ni un esbozo de lo que imaginamos y rara vez se estará conforme con la selección actoral; o los episodios que se mostraron en el filme no tienen nuestros momentos favoritos del libro, pero… pero… y pero por aquí y por allá.
¿Cuál es mejor?
Lo que ocurre, es que la literatura y el cine son vehículos distintos. Me bastó leer El castillo ambulante, de Diana Wynne Jones, para entenderlo claramente. Ya había visto la película de los Studio Ghibli, El increíble castillo vagabundo, 2004, a cargo de Hayao Miyazaki, que se basa en el libro y cuyo nombre original es Howl´s movie castle.
Bueno, el punto es que vi la película y después leí el libro, y cuál fue mi sorpresa al descubrir a los tres protagonistas viviendo las mismas aventuras hasta que se llega a la mitad del libro y la película respectivamente; luego, toman caminos diferentes y descubrí la magia que permite el cine al recrear la historia y volverla entrañable, al tiempo que el libro sigue por un camino vertiginoso que enamora, entonces llegó a mí el dilema: ¿cuál de los dos es el mejor, el libro o el film? En conclusión, los dos son hermosos por cuenta propia, ni se complementan ni se estorban y aun así nacieron de la misma idea.
Como dato curioso Miyazaki viajó a la casa de la autora Wynne Jones para invitarla a una función privada en Japón de su cinta y se dice que amó la película. ¡Quién no!