FIL
‘La literatura mexicana es profundamente clasista’
Todo pasa por la lupa del tiempo, y finalmente, al asomarnos desde lo contemporáneo, veremos detalles siniestros que en el pasado no lo parecían. La literatura incluso, ese fetiche aparentemente intocable e inmaculado, deberá también rendir cuentas.
Desde esta piedra es que Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) asume una postura sobre lo que lee, incluso con héroes de su panteón literario como Jorge Ibargüengoitia, cuya huella irreverente sigue presente en sus textos y revisiones diarias.
El autor de Fiesta en la Madriguera y de Si Viviéramos en un Lugar Normal visitó la Perla Tapatía, con su pelo ensortijado y de alto volumen, pero con las tijeras afiladas pisando los territorios de la literatura del yo, con su característico humor auto-infringido, y con una potente reflexión sobre la felicidad y la fragilidad en Peluquerías y Letras (Anagrama, 2022), la cual presentó este fin de semana en la FIL, dejando además algunas sentencias contundentes sobre los mitos que se han forjado en las letras nacionales.
“La literatura mexicana es profundamente clasista, durante mucho tiempo han sido las élites las que han escrito y representado el país. Si uno analiza, te das cuenta que esos escritores pertenecían a familias profundamente aristocráticas. Creo que la reflexión sobre el clasismo en la literatura mexicana la tendremos y se nos van a caer bastantes ídolos cuando leamos bien y digamos ‘mira esto’. En los años 60 ó 70 el marxismo ya leyó eso, pero ahora lo leeremos desde otro lugar, no académico o teórico político, sino más vivencial, desde lo autobiográfico”, dijo.
La novela versa sobre un escritor mexicano de nombre Juan Pablo, habitante de Barcelona, con dos hijos y casado con una brasileña –tal y como lo es el propio autor–, quien al salir a buscar un justificante médico para su mujer –luego de que ella lo acompañó a una colonoscopia–, comienza un periplo citadino que lo lleva a encontrarse a personajes bastante peculiares, –entre ellos una peluquera y un ecuatoriano–, mientras a la par va realizando una cómica disertación acerca de su propia habitud a ciertas zonas de confort, denotando una cierta intranquilidad ante el aburguesamiento de su cotidiano.
¿Cuál es el origen y las inquietudes detrás de Peluquerías y Letras?
“El libro era un novela más larga que reflexionaba sobre las utopías y la felicidad. La comodidad y la estabilidad son sinónimos de felicidad en este mundo en el que vivimos, pero a lo mejor no lo son. Existe una tensión con la fragilidad y la vulnerabilidad, ante la amenaza de que en cualquier momento, sobre todo nosotros que como mexicanos y latinoamericanos estamos acostumbrados a ello. Sucede que hasta cuando estás bien, estás pensando, ‘güey, en cualquier momento alguien mueve el castillo de naipes y toda mi felicidad se va al traste’. Es la amenaza de la finitud de la vida, de que algo grave o un accidente acaben con aquello que tu creías que era estable, pero no lo es, no hay nada estable, la vida es cambio y transformación”.
En el libro, el protagonista expresa una preocupación por ya no tener de qué escribir ¿Qué tan interesado estás en la idea del escritor atormentado?
“Nunca he tenido mucha afinidad ni con la figura del escritor que parte del sufrimiento, del dolor, de la tragedia como punto de partida para construir su narrativa, ni tampoco con las historias que explican estos elementos. Me ha interesado más explorar la tragedia pero desde el punto de vista cómico, de lo cotidiano, los lugares donde aparentemente no hay literatura, las cosas frívolas como una peluquería, las cosas aparentemente inocuas, aburridas y monótonas”.
También hay un juego con el misterio y la duda ¿cómo utilizas estos elementos?
“Funciona en dos niveles, son como pequeñas bromas al lector, en un nivel más superficial es como plantear la expectativa., Me interesa que el lector se mueva buscando la resolución de ese enigma y luego frustrarlo, ahí es donde está el segundo nivel, porque desde mi punto de vista la literatura no está ahí, en estas causas y efectos. Creo que la literatura explora esos conflictos y puede utilizar esos mecanismos narrativos, que vienen sobre todo de la novela negra, como pretexto para hacer reflexionar al lector. Aquí esta reflexión tiene que ver con hasta qué punto es lícito apropiarte de las historias de la gente que está alrededor tuyo, de tu familia, tus amigos, para exponerlas en un libro, el secreto es estar en el lugar en que tú respetas al otro”.
Ya has explorado antes el territorio de la auto ficción o de la literatura del yo (por ejemplo, en No Voy a Pedirle a Nadie que Me Crea), ¿cuál es tu opinión sobre este modo de narrar?
“Se está discutiendo de una forma muy maniquea este tema de la auto ficción como si fuera algo muy narcisista, pero a ver, toda escritura ególatra, es mentira que solo el uso de la primera persona es la que determina esa egolatría. Que hay más ególatra que alguien que asume una tercera persona y dice, ‘yo soy la voz a partir de la cual voy a contar en 700 páginas la historia del siglo XIX en Francia, Rusia o México. Esa pretensión de representar una realidad con 800 personajes, mil tramas, ahí hay muchísimo ego también. No hay nada de malo en el narcisismo, pero hay que decirlo, todos nos estamos construyendo un yo, no sólo los que escribimos, y tratamos de protegerlo”.
Respecto al uso del humor, ¿para ti existe un límite o todo es tratable?
“Creo que todo es posible, pero hay una responsabilidad. En lo que no creo es en esa supuesta libertad absoluta que supone que yo puedo decir lo que sea y después nadie me puede decir nada. Estos fenómenos de la supuesta censura o cancelación –que esa palabra la odio–. No es censura que la gente te diga ‘tu chiste no da risa, o tu chiste es racista, es homofóbico’. Tú tienes que hacerte responsable de tu discurso, somos responsables de nuestras palabras todos y los escritores también, ¿por qué no? No quiere decir que te van a meter a la cárcel o te van a matar porque contaste un chiste, eso sí es censura, pero hay una responsabilidad de lo que has representado o metaforizado en ese libro, que va a tener un efecto”.
¿Qué tanto sigue influyendo la obra de Ibargüengoitia en ti?
“Por supuesto ha sido una influencia importantísima, lo leía desde hace muchos años, conozco bien su obra, la releo y la estudio, ayer fui a una librería y me compré los libros que he ido perdiendo. Es un escritor al que vuelvo siempre y me interesa particularmente esa distancia irónica con la cual mira la realidad mexicana, y también ver cómo está envejeciendo su obra en un mundo que está evolucionando y que de pronto nos estamos dando cuenta algo sobre ciertas obras que habíamos leído hace años, y las releemos y decimos, ‘que misógino o clasista es este libro’. El gran debate que tenemos pendiente tiene que ver con la clase social”.
¿Te interesaría ver tu obra en el cine? hoy en día es el aliado lógico de la literatura.
“Ya están en proceso dos adaptaciones, la película de No Voy a Pedirle a Nadie que Me Crea se estrena el año que viene –dirigida por Fernando Frías, realizador de Ya No Estoy Aquí– y ahora también se está trabajando en la película de Fiesta en la Madriguera, es un paso natural creo yo, sobre todo ahora que hay una gran producción de materiales audiovisual, es la cosa más normal del mundo que se busquen en las novelas, historias y personajes”.