Cultura

Para deshacerse de un muerto

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Hoy que todos estamos rezando y pensando qué pasará cuando llegue la hora, recordé que siempre me han aterrorizado las dos maneras que tiene la gente para deshacerse de un muerto.
Muchas noches me ha pasado que recostado en la cama me pongo a pensar sobre ello. Aprovecho mis últimos minutos antes de dormir para plantearme qué es peor, si ser cremado o enterrado en una fosa.
Al pensarlo rápido siempre me ha parecido más horrible la idea del fuego. Nunca nadie nos ha venido a confirmar si es cierto eso de que cuando uno se muere ya no siente nada, y yo no quisiera averiguarlo mientras me queman hasta hacerme cenizas.

Lamento por Ícaro, de Herbert Draper.

 

Después, al meditarlo detenidamente, las cosas siempre se emparejaron un poco. El fuego ya no es tan superiormente horrible a ser sepultado cuando pienso en el largo y tétrico trayecto que tiene que sufrir un cuerpo hasta ser reducido a la nada por la tierra y los gusanos.
Cuando llego a ese punto de mi análisis siempre volteo a ver mis manos y me da escalofríos el hecho de que algún día, inevitablemente, tendrán que verse como se ven las manos de los muertos, con ese aspecto acartonado y tieso. Después veo mis pies y pienso lo mismo.
Los dos caminos que existen son horribles y tristísimos. Los labios que besaron y los ojos que lloraron se van a secar indiscutiblemente. El tiempo los hará podrirse o el fuego achicharrarse.
Pero de tanto pensar en eso uno se siente asfixiado. Sientes que incluso el pecho se te comprime y es necesario comenzar a pensar en otra cosa para tranquilizarte. En ese momento me gusta pensar que aunque son horribles ambos caminos, los dos tienen sus particularidades que los hacen adecuados.
-Acoge Señor en tu reino a tu siervo para que alcance la salvación que espera de tu misericordia.
-Amén.

 

Fin de la gloria del mundo, de Juan Valdés Leal.

Pensaba por ejemplo en mi primo Rodrigo que en paz descanse. Él apenas tenía 14 años cuando se murió por andar de vago en la barranca. Un día en vez de irse a la escuela se fue con sus amigos allá para Huentitán y ya no volvió para la hora que tenía que haber vuelto.
Ese día el desastre comenzó por la tarde, cuando le avisaron a mi tía Chabela que Rodrigo se había ido al voladero y había caído de cara. Los que la vieron dicen que se volvió loca al instante, me dijeron que la señora no se quedó congelada ni se desmayó por la impresión, sino que la noticia la hizo gritar dando vueltas por la casa, tomarse el pelo y respirar de manera acelerada. Su luto le quitó la paz desde un principio.
La noticia se corrió rápido en la familia y todos nos reunimos en casa de mi abuela. Yo aún era muy chico para que me platicaran los detalles y todo lo que supe de esa muerte es que a Rodrigo le quedó la cara desfigurada, que se le había salido el cerebro y que una mano le quedó colgando.
Mi primo quedó muy feo y por eso lo quemaron. Lo hicieron cenizas para que todos lo recordáramos como Dios lo mandó al mundo y no como se lo llevó la muerte.
-Libra Señor a tu Siervo de todos sus sufrimientos.
-Amén.

Ofelia, de John Everett Millais.

 

A otro que supe que quemaron fue a Fabián, el hijo mayor de doña Licha la de la tienda de abarrotes. A él lo quemaron por enfermo. Cuando él estaba moribundo yo ya estaba más grandecito y ya podía estar presente mientras mis papás platicaban al respecto.
Él se murió de una enfermedad venérea y el rencor lo consumió más rápido que cualquier otra cosa. Fabián se odiaba, odiaba a su cuerpo y su incapacidad de volver a amar a alguien sin el riesgo de hacerle daño infectándola con algo mortal.
Lloraba a cada rato. Desde el día que supo que tenía esa cosa hasta el día en que se fue, no volví a verle otra sonrisa en el rostro. Por eso le pidió a doña Licha que cuando se muriera lo quemaran.
Una vez lo escuché decirle a su mamá que no quería que lo enterraran junto a su papá y su abuela, que le daba vergüenza la forma en la que se iba a morir, porque él sabía que se iba a morir.
El día que llegó su muerte ni siquiera pusieron una foto suya a un lado de las cenizas. Yo siempre pensé que quizá fue una última petición de Fabián para que no volvieran a relacionar sus restos enfermos con el hombre feliz y ojo alegre que algún día fue.
-Libra señor a tu Siervo como libraste a Noé del diluvio.
-Amén.

Asunción de la Virgen, de Francesco Botticini.

 

A diferencia de lo que pasó con Rodrigo y Fabián, las muertes que acaban en sepulcro siempre tuvieron más paz. Por lo menos así fueron las que me ha tocado presenciar. La de mi abuela, por ejemplo, fue una de las más tranquilas que he atestiguado.
Un día con otro, sin mayor aviso, simplemente amaneció con la boquita abierta y con la espalda arqueada hacia arriba, como si el alma al irse del cuerpo la hubiera doblado. Mis primos que vivían con ella en ese entonces me contaron que los rezos y el llanto de mi abuelo fue lo que los despertó ese día.
Sin embargo esa muerte sólo se lloró por la mañana mientras la incredulidad era más grande que la resignación. Después, ya en la tardenoche que comenzó el velorio, todo fue cantos alegres para despedir a una viejita que se encargó de hacer amigas por toda la cuadra.
Ese día decenas de cabecitas blancas llegaron hasta el féretro para despedir a doña Florencia. Mi abuelo también dejó de llorar cuando llegaron mis tíos y mi mamá para abrazarlo.
Recuerdo ese velorio con un olor muy fuerte a rosas. Dentro y fuera de la capilla estaba lleno de coronas de flores y mensajes de amor para la abuela. Al otro día, cuando fuimos a enterrarla, la fila de autos que la siguió hasta el panteón era tan grande que hasta la policía de tránsito nos acompañó escoltando a la familia.
-Cristo que te llamó te reciba, y los ángeles te conduzcan al regazo de Abraham.
-Amén.

El sueño de Dante de Dante Gabriel Rossetti.

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El sepelio de Francisco es otro de los que puedo calificar como pacífico. Él era mi amigo de toda la vida y se murió porque no encontró quién le donara un riñón. Su esposa Matilde lo ayudó siempre, durante cada triste y agónico día en el que tuvo que cuidar de él y de su diálisis.
El hombre que fue Francisco ya no existía del todo. Aunque siempre conservó el buen humor hasta el final de sus días, simplemente ya no era él al no poder tomar como le gustaba.
Desgraciadamente el alcohol ya era parte de su vida y para convivir lo necesitaba, aunque fuera poquito, pero ya enfermo ni poquito podía.
Su trayecto para morirse fue triste, pero su final llenó de una paz extraña a su familia y a quienes lo conocíamos. Nunca tuvo hijos, así que su viuda era sólo viuda, pero no madre soltera. El luto de ella se curaría y a sus 33 años todavía tenía tiempo para rehacer su vida si así lo quería.
La despedida de Francisco a nadie tomó por sorpresa. Su enfermedad nos hizo mentalizarnos a que algún día habría de partir.
Él tuvo un velorio modesto en la casa de uno de sus tíos. Apenas tendría unas cinco o seis coronas de flores alrededor de su ataúd. Al otro día lo enterramos a las tres de la tarde. Ese día llovió.
En fin, siempre me han aterrorizado las maneras que tiene la gente para deshacerse de un muerto, sin embargo no se me ocurre otra mejor. Hoy lo he pensado más que nunca mientras estoy tan ciego, tan inmóvil, tan mudo y tan consciente en mi lecho de muerte.
-Que luzca para él la eterna luz. Que descanse en paz.
-Así sea.

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