Deportes
Así se ríe “La U”
Por Diego Alejandro Reos
Fue en mi primer semestre de la licenciatura en periodismo cuando supe que yo era etnocentrista, lo cual no es más que un término rimbombante y con tintes científicos para nombrar a aquellos que sienten (al igual que yo) que el lugar donde nacieron es el centro del universo.
Fue esta cualidad/defecto la que me hizo tener cierta animadversión por los Tigres. Confieso que, más que otra cosa, este ligero desdén tiene sus fundamentos en la reciente rivalidad deportiva que despertó la final entre el Club Deportivo Guadalajara y “La U” de Nuevo León.
Inclinado mi corazón del lado jalisciense, no pude más que incubar un ligero resentimiento al ver que el equipo norteño desprestigiaba el triunfo tapatío de aquel 28 de mayo. Sin embargo, es necesario reconocer que antes de esto siempre tuve cierta admiración por los regios.
Las razones de mi reconocimiento a los Tigres van más allá del “Tuca” y sus pupilos, son más bien fundamentadas en el deporte amateur, pues así como pasa en el futbol, sucede en casi todos los deportes: si Tigres no logra fabricar al mejor, entonces lo compra. Esta fórmula provocó que el equipo regio de cada Universiada Nacional estuviera lleno de estrellas y seleccionados mexicanos en cada disciplina.
Para explicar, pongamos de ejemplo el arte marcial más universal y reconocido que se haya inventado: el karate.
Van contra los Tigres
Recién desempacábamos en el hotel de Toluca cuando nos dieron la noticia: “Van contra los Tigres en la pelea por equipos”. Vaya forma de iniciar mi andar en la Universiada de 2011, mi primer año en competencias nacionales habría de comenzar contra el equipo más protagonista de la justa.
En ese momento hubo sentimientos encontrados en la delegación de mi universidad, pues mientras unos lamentaban el desafortunado sorteo, otros aplaudían que en caso de perder, lo más seguro es que seríamos “jalados a repesca” por los regios, lo cual no es más que un premio de consolación a los equipos que los finalistas van dejando en el camino.
Una vez asimilada la noticia comenzó la batalla interna para elegir la estrategia. Lo más lógico hubiera sido que los más experimentados hubieran salido a defender nuestra causa para buscar dar la sorpresa, sin embargo no fue así.
Escudándose en que “los mejores” debían guardarse para la repesca y evitarse la fatiga de pelear contra el campeón, yo y otros dos fuimos elegidos como carne de cañón, esto sin siquiera tener la oportunidad que tuvo Vicente Fox para preguntar “¿y yo por qué?”.
En mi calidad de novato no conocía mucho los nombres del line up de Tigres, pero fue después que supe a lo que nos enfrentamos: Manuel Candia, Arturo Ramírez y Homero Morales eran sólo algunos de los nombres de mi posible rival: todos ellos seleccionados nacionales y los dos últimos ese mismo año habrían de representar a México en los Juegos Panamericanos de Guadalajara.
Para colmo de suertes ese día me tocó disputar la tercera pelea. Íbamos dos a cero y sólo ganando podríamos aplazar esa agónica serie a un cuarto combate. Sin embargo se dio un emparejamiento de diferencias abismales: yo de 67 kilogramos y 160 de estatura habría de medirme a Ramírez, una torre cercana a los dos metros que pesaba más de 86 kilogramos.
Tomé mi orgullo por bandera e incluso llegué a tener un momento de positividad infundada en el cual me visualicé ganando el combate. Ya saben, “saber que se puede, querer que se pueda”. Pero no se pudo.
Ese día yo caí y a la postre, en la repesca, mi equipo y yo logramos colgarnos la medalla del tercer lugar. A partir de ese momento Tigres ha sido cuatro veces campeón del futbol mexicano y ha ganado siete Universiadas más. Así se ríe “La U” muy a pesar de mi etnocentrismo.