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El beisbol merece quién le escriba

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Por Diego Alejandro Reos

Se fueron nueve rollos y se necesitarán extra innings para definir al vencedor. El equipo local, quien ganaba el juego hasta la sexta entrada, vio cómo su ventaja se esfumó con un par de jonronazos por parte de la visita.

Ya es de noche, la tensión aumenta para los de casa porque ahora están abajo por dos carreras. El público venía por nueve entradas, pero ya se juega la onceava… ¡La onceava!

Contra todo pronóstico la novena local empató. ¿Cómo puede ser posible que un equipo que llevaba seis entradas sin anotar hiciera dos carreras justo en el momento de mayor necesidad?

Fotos: Facebook/CharrosBeisbolOficial

Si se tratara de lucha libre, esto sería el equivalente a levantarse de la lona justo antes de que el réferi termine su conteo. Así de increíble, sólo que a diferencia de la lucha aquí el pleito es real.

El juego se ha tornado de muerte súbita. Quien se equivoque pierde, o para hacerlo más dramático, quien se equivoque muere. Ni quién piense ahora en sonreírle a la “Kiss Cam”. Tener la vista fija en el diamante es casi un mandato divino.

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Ya se juega la entrada número 12, es de madrugada. El juego literalmente comenzó ayer, pero el día no se acaba hasta que uno se va a la cama. O en este caso hasta que caiga el último out.

La visita no anotó. Si los de casa timbran nos vamos a dormir. Quizá algunos se vayan a tomar, pero de que nos vamos, nos vamos. Cae un out, hay casa llena. Si no es ahora no será nunca, sin embargo al equipo local le dicen “la máquina azul” y con ese mote ninguna ventaja es garantía de victoria.

Es cosa de locos. El bateador en turno batea demasiado elevado, ideal para que la bola caiga en las manoplas rivales y llegue el segundo out. Pero no tan rápido: el tablazo sirvió para que el hombre en tercera llegara hasta home con el denominado “batazo de sacrificio”. El triunfo se queda aquí.

Éste fue, como lo diría Martín Caparrós al hablar de futbol, un juego con un guion imposible, escrito por un guionista torpe que no se priva de usar recursos increíbles, pero que suceden de verdad, en la verdad de esa ficción magnífica. Y aunque las palabras del argentino no hayan sido escritas para esta causa, el beisbol merece quién le escriba.

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