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Anhelo silvestre

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Anhelo silvestre…

“No se trata de mirar la vida salvaje, sino de mirarnos a nosotros mismos, a nuestra naturaleza”. Werner Herzog, Grizzly Man

Por Oliver Zazueta

En la memoria, ese ejercicio subjetivo de reinterpretación del acontecer pasado, el campo y la naturaleza son idilios que no llegan y utopías deseables.

El estado salvaje es una quimera que fascina a los humanos, especialmente en el mundo occidental, aun cuando desde la macro-estructura nos empecinemos en destruir los lagos e incendiar los bosques, como ocurre en estos días en nuestros alrededores.

Por el contrario, en los pueblos originarios de América es parte intrínseca de su cultura y cosmovisión, pero ese es otro boleto y motivo de otra lectura. En este caso, hablaremos desde la lejanía citadina.

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Los habitantes de las ciudades relacionamos las visitas al campo con el ocio y la desconexión, con la búsqueda de la paz que no encontramos en el ajetreo urbano.

Entre las mentadas de madre, los deberes cotidianos y las aglomeraciones callejeras, ir al campo, a la montaña o al bosque, puede ser sinónimo de vacaciones, de pausa necesaria.

“Country Calling” / Edward Shape and The Magnetic Zeros

Es distinto para las comunidades rurales. La campiña es rudeza, trabajo arduo y complicado; y en México, especialmente, puede ser vivir bajo la línea de la pobreza.

Algunos de los grupos más vulnerables del país se encuentran en el campo, donde también hay otros peligros: bellos y fecundos parajes son dominados por el feroz e implacable brazo de la delincuencia organizada, por ejemplo. La naturaleza es majestuosidad, a la vez exclusión y subdesarrollo.

Masacrado por un oso, el ambientalista Timothy Treadwell y, muerto por envenenamiento e inanición en Alaska, el senderista Christopher McCandless, son el claro ejemplo de lo que, el idealismo por la vida natural puede ocasionar, si no se enfrenta con sentido común y cierto conocimiento de causa.

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“Going Up The Country” / Kitty, Daisy & Lewis (Cover Canned Heat)

La osada travesía de ambos fue retratada, respectivamente, en el documental Grizzly Man de Werner Herzog y en la película Into The Wild, dirigida por Sean Penn y basada en el relato de investigación de Jon Krakauer del mismo nombre.

Aunque con estilos y objetivos diferentes, tanto Treadwell como McCandles, defendían a ultranza la idea de la bondad y pureza inherente a la naturaleza.

Una concepción heredada, por una parte, del pensamiento occidental que viene de la época de los nuevos descubrimientos y de los naturales de estos territorios en la que se argumentaba, tomando la idea del intelectual suizo Jean-Jacques Rousseau, que el hombre era bueno en el estado salvaje, pero que había sido corrompido por la sociedad, idea que más tarde, en el Siglo 18, fue retomada por el Romanticismo, que veía en la naturaleza el símbolo de lo auténtico y lo genuino.

“Forest Hymn” / Deep Forest

Hubo gente en Alaska que no dudó en calificar como estúpida la muerte de McCandles, quien pereció en pleno verano cerca de sitios donde había alimento, todo por su obsesión de acercarse lo más posible a la vida natural sin ataduras y sin mapa siquiera, inspirado en los relatos de Jack London y Henry David Thoreau.

Treadwell, defensor a ultranza de los osos salvajes, murió devorado en compañía de su novia Amie Huguenard, por una de las bestias que ellos mismos protegían. De nada valió la convivencia de más de 13 años con los osos del Parque Nacional Katmai en Alaska. En un momento del documental, Herzog habla con acierto de la carencia de piedad y entendimiento de estos animales, de la indiferencia abrumadora de la naturaleza.

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“No Ceiling” / Eddie Vedder

¿Suena aterrador?, ¿Encerrémonos a ver Netflix? No, esto no es un manifiesto contra la exploración salvaje y la calma que innegablemente ocasiona el contacto con el espíritu indómito del paisaje agreste. Los temperamentos contemplativos lo requieren.

Hay que mirar a la naturaleza con respeto y fascinación, como afirma Herzog, como un modo de autoconocimiento interior, de nuestra responsabilidad con el hábitat.

El hombre ha tenido una relación más de estira que de afloja en su intento por dominar y explotar su entorno, el cual, ya sea por descuido, indiferencia, desinterés o perversos fines económicos, se empeña en destruir.

El contacto con el campo detona la creatividad, y deja imágenes memorables en nuestra mente, que es posible que no existan en el futuro:

Las noches oscuras estampadas con tintineantes luciérnagas escarlatas; atardeceres de un naranja estremecedor que no parece tener fin; la conciencia del cambio de las estaciones o el simple placer de estar dentro de tu cabaña, arrullado por el ruido de los grillos; un vaso humeante de té entre tus manos y el olor de lluvia cautivando tu velada.

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“Mañana Campestre” / Gustavo Santaolalla (Arco Iris)

 

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