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“Battlestar Galactica” y la (re) invención de lo humano

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Battlestar Galactica…

Con la fatiga en sus ojos y un dolor de cabeza punzante, el Comandante William Adama trata de conciliar el sueño. Es su turno de dormir, pues su segundo al mando se hará cargo de Galactica, su nave de combate, durante los próximos treinta y tres minutos. Pero “Husker”, como le llamaban sus compañeros cuando era un joven piloto, sabe que deberá volver a la carga muy pronto. Es consciente de que, al terminar su descanso, el dolor de

cabeza se reanudará y la tensión le hará añicos el estómago. Los Cylon llevan varios días persiguiendo a la flota; curiosamente, sólo aparecen cada 33 minutos. Terminan su ataque y desaparecen, para volver de nuevo en exactamente el mismo tiempo. Como consecuencia, toda la tripulación está exhausta y al borde la paranoia.

33

Si logran salir con vida del siguiente ataque Cylon, el comandante tendrá otros treinta y tres minutos de sueño. Si no salen con vida… no, esa no es una opción. Tienen que sobrevivir, porque hizo un pacto con la Presidenta de las 12 colonias, y no pueden defraudar a las casi 50,000 almas que ambos tienen bajo su responsabilidad.  Después de todo, le prometió a la flota que los llevará a la Tierra; esa mítica treceava colonia de la humanidad, de cuya existencia duda hasta él mismo. Deben seguir surcando el espacio en busca de un hogar. Si no es la esperanza, ¿qué más los puede hacer avanzar?

Dicen que el ser humano sólo requiere 20 minutos de sueño, cada cierto tiempo, para poder sobrevivir. Adama recuerda haberlo leído en algún lado. No importa si es verdad o no. Cada sacrificio cuenta, y si alguien sabe de sacrificios es él; son parte de su vida. Son su vida. Y Adama está dispuesto a sacrificarse, porque la humanidad no se puede dar el lujo de la extinción.

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La determinación volvió a su cuerpo, pero ya pasaron los treinta y tres minutos… la alarma que avisa sobre los ataques está sonando. Hora de volver y despellejar unas cuantas “tostadoras”, como todos llaman despectivamente a los Cylon. Sin cargos de conciencia, porque después de todo, la propia humanidad es responsable de su creación. Pero ellos se rebelaron y ahora tienen un plan.

Imagen: bigbangdesignguy.com

Génesis

En septiembre de 1978, la cadena estadounidense ABC, inició las transmisiones de lo que fue un producto de su tiempo: Battlestar Galactica. Una serie de televisión ambientada en el espacio, donde una nave y su tripulación tienen que luchar contra robots malévolos, provenientes de un planeta lejano. Después de un episodio piloto de larga duración –que eventualmente fue editado como película, para poderla comercializar en el resto del mundo–, la serie comenzó a emitirse de manera regular. Sus resultados de audiencia fueron modestos.

Emitida un año después de que Star Wars revolucionara el blockbuster veraniego, las comparaciones no se hicieron esperar. El propio Isaac Asimov, después de verla, dijo: “Battlestar Galactica fue como ver Star Wars de nuevo, y la única manera en que podría disfrutarla es con amnesia”. Numerosos críticos hicieron eco a Asimov y 20th Century Fox, hogar de la película de George Lucas, demandó a Universal Pictures (la compañía de BSG) por plagio. John Dykstra, pionero de los efectos especiales, de hecho trabajó en ambas. Aunque eventualmente se solucionaron los problemas legales, la serie fue cancelada por ABC tras una temporada y un intento por revivirla, dos años después.

Creada por Glen A. Larson (un productor ejecutivo que se había hecho de un nombre en Hollywood), la serie incorporaba temas y alusiones a la teología mormona. Su creador decidió intercalar la mitología propia de la religión que profesaba, con historias inspiradas en los westerns estadounidenses. Pese a sus ambiciones narrativas, nunca terminó de cuajar. Relegada apenas a serie de culto, no encontró adeptos tan numerosos como las lucrativas franquicias de la familia Skywalker o la tripulación del Enterprise.

Resurrección

Pero en 2002, Universal Pictures comisionó al productor David Eick para que armara un remake de la serie original. Asumiendo que la historia podía funcionar con las audiencias del joven siglo XXI. Entusiasmado con el proyecto, Eick se acercó a otro joven productor llamado Ronald D. Moore (que había trabajado escribiendo guiones para series de Star Trek). Su trabajo en el canal HBO había impresionado a Universal Pictures, y lo querían detrás de la nueva BSG.

Con todo listo, el canal de cable SyFy transmitió una miniserie de tres horas en diciembre de 2003, a manera de piloto. La miniserie dio paso a la serie regular, que comenzó en 2004 y concluyó en 2009. Cuatro sólidas temporadas que lograron revitalizar la premisa original y sus conceptos: cambiaron el sexo de dos personajes masculinos, sumándose a la tendencia de series con personajes femeninos fuertes y tridimensionales; abordaron de frente el aspecto religioso y místico de la historia; y le imprimieron un estilo visual realista, con efectos especiales de primer orden.

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Las audiencias rompieron récord y la crítica cayó rendida.

Éxodo

La prensa y el público alabaron su factura. Ambos coincidieron en que, de manera extraordinaria, estaban frente a un remake que era infinitamente mejor que el producto original. Si bien hubo alteraciones significativas en la trama (después de todo, la serie original sólo duró una temporada), la premisa conservó el mismo espíritu. La historia inicia con la humanidad en su época más próspera.

Tras un par de milenios de exploración espacial, nuestra especie logró salir de la Tierra y colonizar otros planetas. Según la mitología de la serie, los humanos formaron doce colonias cuyo nombre está inspirado en los signos zodiacales: Tauron, Picon, Sagitarium, etc. La más próspera de las doce es Caprica, que funge como la capital económica y la sede del gobierno. Inspirado en el modelo federal, este gobierno unificado otorga autonomía a las colonias, al tiempo que las rige una sola constitución. Siendo la capital, en el seno de Caprica se encuentra toda la maquinaria de defensa planetaria de las colonias.

Reencarnación

De manera paralela a la colonización, la humanidad creó a los cylon, una raza de seres biomecánicos, encargados de las tareas peligrosas o desgastantes. Pero, como suele suceder en la ciencia ficción, los cylon desarrollaron una conciencia propia y se rebelaron. Su programación les permite experimentar sentimientos y… decir más, sería un spoiler. Tras una primera guerra con los cylon, la humanidad logró con ellos una tregua.

Creyendo que la paz por fin se había concretado, el gobierno decidió desmantelar todas las naves de combate, o battlestars (cruceros espaciales enormes, ideados para transportar civiles y participar en la guerra). Entre ellos se encontraba Galactica, que a partir de entonces fungiría sólo como un museo. Comandada por William Adama, Galactica estaba a punto de convertirse en poco más que una reliquia histórica.

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Apocalipsis

Lo que la humanidad desconocía, era que los cylon idearon 12 modelos que son prácticamente indistinguibles de los humanos. ¿La misión de esta docena? Infiltrarse entre los colonos y sabotear las defensas de Caprica. La tregua no fue más que un despiste. De este modo, el ataque inminente ocurre y las doce colonias quedan devastadas. Los sobrevivientes huyen a bordo de Galactica, que por estar desactivada, pasó inadvertida por los cylon.

Adama, su tripulación, Laura Roslin (la presidenta de las 12 colonias) y los 50,000 civiles que quedaron con vida, se embarcan en Galactica para huir de los cylon. La misión a la que se ven forzados, es encontrar su nuevo hogar. El sitio donde, según las escrituras, comenzó toda la vida: la Tierra. Y así comienza el viaje seriéfilo de cuatro años.

Levítico

Los méritos narrativos de la serie son numerosos, como también las lecturas que tiene cada episodio. Exenta del automatismo que caracteriza muchas series de ciencia ficción (donde el accionar un botón lo resuelve todo), Battlestar Galactica da la sensación de que cientos de personas son necesarias para que la nave funcione. Somos testigos de la jerarquización del aparato militar, la disciplina con la que entrenan los pilotos y las relaciones que comienzan a desarrollarse entre ellos.

Al mismo tiempo, la serie funciona como un estudio del conflicto entre la milicia y el Estado, pues los choques entre Adama y Roslin son frecuentes. Llegados a un punto donde la civilización se reduce a los miembros de la flota, siempre son latentes las tentaciones de caer en el absolutismo, o crear una dictadura militar. Pero además del conflicto entre el gobierno y el ejército, la flota también se divide entre quienes creen ciegamente que la Tierra existe, y quienes apoyan la idea de asentarse en el planeta más cercano. Seguidores de las escrituras, los primeros; partidarios del pragmatismo militar, los segundos. Negociaciones políticas contra ley marcial. Orden contra espiritualidad.

 

Liturgia

En la serie, las profecías son tomadas en serio y las epifanías son moneda de cambio. La guerra entre cylons y humanos también es religiosa, pues los primeros son monoteístas, mientras que los segundos son politeístas. Los ecos del fundamentalismo crecen conforme la serie se desarrolla. El arriesgarse a retratar los extremismos religiosos, dota a sus guiones de una relevancia que, hasta la fecha, no se ha replicado en las series de su tipo. Después de todo, su éxito no se explica sin entender el contexto en que surgió.

Battlestar Galactica evoca el mundo post 9-11 como ninguna otra. Al igual que la trilogía de Batman, de Christopher Nolan, BSG es heredera del terror colectivo y la paranoia generalizada. Un reflejo del estado en que se sumió Estados Unidos (y el mundo), durante los años inmediatamente posteriores a los ataques de 2001. Su propuesta oscura (tanto en la fotografía como en los guiones) es el resultado de una cultura popular que se vio obligada a romper con el idealismo noventero. Después de la catástrofe, ¿qué sigue? ¿Qué tanto se altera la percepción que tenemos “del otro”, en un escenario como ese? La ficción acaba siendo un lienzo tembloroso, intervenido con el pincel del pesimismo antropológico.

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Con todo y sus matices, resulta una provocadora alegoría sobre la guerra contra el terrorismo. Habiendo doce modelos cylon que se parecen a los humanos, cualquiera puede ser “una tostadora”. Los interrogatorios con tortura no son ajenos a la obra de Moore y Eick. Lo que inicia como una metáfora del macartismo, se transforma en una interesante reflexión sobre la suspensión de las libertades civiles, en pro de la seguridad. Todo ello, como trasfondo de un drama emocionante, con personajes de carne y hueso (o de metal), que viven un duelo perpetuo por la pérdida de su hogar.

Revelaciones

Pero si el fondo es rompedor, también la forma marcó un punto y  aparte, en la manera en que entendemos a la ciencia ficción televisiva. Su lenguaje visual se desentendió de los convencionalismos del género, desde sus primeras escenas. El metal de las naves, por ejemplo, muestra el desgaste natural al que se ven sometidas. Atrás quedaron las naves prístinas y los corredores alfombrados. El centro de mando es caótico, las estaciones de mantenimiento lucen perpetuamente saturadas y en los pasillos siempre hay reparaciones en progreso.

La cámara no está fija, de manera que fluye al ritmo en que los personajes se mueven e interactúan entre sí. Si a ello le sumamos el realismo con que se presentan, por ejemplo, las consecuencias del estrés sobre los pilotos, o el uso de estimulantes(¿quién dijo que la vida en Galactica era sencilla?), el efecto es redondo. La experiencia se equipara a la de ver un documental. Usando el término en inglés, como espectadores nos convertimos en “moscas sobre la pared”.

Los sonidos del Kobol

En el apartado sonoro, la serie también se aleja de la música tradicional que asociamos con la ciencia ficción. En una misma banda sonora conviven ecos de música folk, ritmos tribales, cantos gregorianos, orquestas frenéticas, e incluso Bob Dylan. El resultado es  sobrecogedor.

Siendo atmosférica hasta el último fotograma, todas las decisiones estéticas cobran aún más sentido en su episodio final. Los últimos minutos de su desenlace, guardan uno de los giros de tuerca mejor construidos que yo haya visto. Pero por obvias razones, no diré más al respecto.

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So Say We All

En el terreno interpretativo, unos enormes Edward James Olmos (Adama) y Mary McDonnell (Roslin) lideran un reparto inmejorable. Entre ellos, el británico James Callis, quien da vida al Dr. Gaius Baltar, un tripulante con una agenda doble. Teniendo un reparto diverso, la serie se distingue por ser de las primeras en elevar a un personaje de origen latino, como uno de sus protagonistas. Enumerarlos a todos –incluyendo a los actores que dan vida a los cylon–, implicaría un texto aparte. En su época, fueron injustamente ignorados por los premios que otorga la industria del entretenimiento.

Cuando llegó a su fin, en 2009, no quedó ninguna duda: la ciencia ficción televisiva se clasifica en antes o después de la obra de Battlestar Galactica. Es muy corta la lista de series estadounidenses que se atrevieron a cuestionar la posición de su país de origen, frente al mundo, cuando el 9-11 seguía fresco en las conciencias. ¿Quién niega que la política, la religión y la guerra no se puedan mezclar? ¿Quién dice que sólo Blade Runner plantea un debate trascendental sobre aquello que nos hace humanos?

Tras la reinvención de Battlestar Galactica, pocas series se han acercado a la urgencia con que esta cuestionó nuestras aspiraciones y temores como sociedad. A mi juicio, es una de las mejores series de la historia (en cualquier género).  El listón está irremediablemente alto.

So Say We All

Cristian J. Vargas Díaz es Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad de Guadalajara, e “intrigoso” como consecuencia. Les debe a Ray Bradbury, Juan Rulfo y Thomas Mann su gusto por la literatura y su vejez prematura. Cinéfilo y “seriéfago” enfermizo, sigue aprendiendo a escribir.

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