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‘El Depredador’, pura estridencia descerebrada

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La premisa es simple: un “extraordinario” y “heroico” francotirador estadounidense (Boyd Holbrook), se encuentra de noche, y por casualidad, con un monstruo galáctico en territorio mexicano.

En el inminente combate entre ambos, el soldado deja inconsciente al extraterrestre y lo despoja de algunas partes de su armadura.

¡Zas! ¡Ya empezó la película!

Apenas amanece, el soldado envía el botín a su casa (¡vía paquetería!), donde su pequeño hijo —quien casualmente es un genio— descifra, sin darse cuenta, el lenguaje y el uso de la tecnología alienígena.

¡Órale, cosas que pasan!

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Bueno. El soldado es arrestado por el gobierno norteamericano. El sistema quiere hacerlo pasar por un loco para evitar cualquier posibilidad de que nuestro galán (está galán, claro está) cuente al mundo lo que presenció con sus propios ojos. Pero… El protagonista logra escapar de su encierro.

Ya en la calle, y acompañado de una bióloga karateca (Olivia Munn) y un grupo de soldados cómicos, se dedica a perseguir a “El Depredador”, quien a su vez se dirige a la casa del niño genio para reclamarle sus pertenencias.

Así de bueno está el guión.

La película de Shane Blake es una retahíla de lugares comunes: música heroica cada vez que uno de los soldados cuenta-chistes entrega su vida. Música heroica cuando el protagonista lanza un discurso a su tropa; música sentimental cuando el francotirador aconseja a su hijo…

Extras destrozados sin piedad cada vez que se atraviesan en el camino del monstruo; aventones sin consecuencias para los amigos del héroe; balas de utilería para los soldados de relleno; balas letales cuando provienen del “gran soldado” o sus hombres.

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Y claro, no puede faltar el cabo suelto, la gran intriga científica: ¿por qué la sangre de “El Depredador” tiene genes humanos? ¿Alguien se tiró a una extraterrestre? ¡Urge averiguarlo!

Los personajes son simples: hay malos y hay buenos. El francotirador, su ex mujer, su hijo, la bióloga karateca y sus amigos chistosos son un alma de Dios. Incapaces de hacerle daño a nadie. Almas puras, víctimas e incomprendidas. El Gobierno y sus ‘bad mens’ son malos con ganas. No tienen escrúpulos, no sienten compasión ni ganas de hacer bien las cosas.

En términos técnicos hay que reconocer que la edición de la cinta cumple, el “time” no se cae ni la película se alarga más de la cuenta.

Los efectos especiales también funcionan, y la sangre, las bombas y los disparos se hacen presentes al por mayor.

De todos modos deprime ver cómo se abarató una franquicia que Arnold Schwarzenegger inició de manera discreta en 1987, con una historia simple, pero bien contada; y que Danny Glover dejó en su justo punto en 1990. Lo que se hizo después de estas ha sido totalmente irrelevante.

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Colofón

Lo peor de la secuela dirigida por Blake, es que amenaza con tener una segunda parte. El final de la cinta coquetea con la posibilidad de un nuevo personaje que no sólo estaría de vuelta sino que podría tener su propia saga.
¡Qué cosa tan triste!

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