Entretenimiento
Los tacvbos: el sutil arte de envejecer con estilo
Advertencia: esta podría ser una crónica para los ya entrados en años. Reconozcámoslo y regocijémonos, nuestros ídolos de juventud han madurado –como nosotros–, seguramente les truenan las articulaciones, –como a muchos de nosotros–, y las canas se dan un festín quincuagenario en sus cabelleras –también como en varios de nosotros–, pero aún son capaces de convocar a más de 80 mil personas y demostrar que el amor es bailar y cantar en un concierto masivo.
Café Tacvba es una banda que ha sabido envejecer con honor y distinción, a lo Meryl Streep, así lo atestiguaron los tapatíos, con quienes tienen una relación de décadas –desde aquellos años en que visitaban El Roxy, el Foro de las Fiestas de Octubre o el Hard Rock Live–, al colmar la Plaza de la Liberación para los festejos del 213 aniversario de la Independencia de México.
La plancha del Centro Histórico de Guadalajara era una descomunal cajetilla de cigarros, miles de personas hombro con hombro, en un caleidoscopio multigeneracional, frente a un escenario que tenía de fondo un iluminado y lucido Teatro Degollado. A los osados que se atrevían a irse antes de finalizar el show les esperaban pisotones, abrirse paso entre cuerpos o toparse con las jardineras de la plaza y tener que volver a remar a contracorriente para encontrar una salida.
Era mejor dejarse llevar y rendirse al embrujo tacvbo, en un concierto en el que quizás no hubo mucho taconazo, como antaño, –se sabe que en solidaridad con el movimiento feminista ya no tocan “La Ingrata”, aunque se las pidan, pero tampoco sonaron himnos como “Las Persianas” o “No Controles”–, pero en el que sobraron instantes de inspiración poética, nubes de cannabis, sonidos más elaborados y canciones que mostraron el talento ejecutante del cuarteto de Satélite.
Ya todos los tacvbos superan los 50, pero la música no tiene caducidad. Rubén Albarrán, los hermanos Quique y Joselo Rangel, Emmanuel del Real (Meme), acompañados del llamado quinto tacvbo, Luis Ledezma en la batería, y de Ramiro del Real, el hermano de Meme, como músico invitado, brindaron un recital que lo mismo incluyó clásicos como “Las Flores”, “Chilanga Banda”, “Eres”, “El Fin de Infancia”, “Cómo Te Extraño Mi Amor”, “La Chica Banda” y “El Baile y el Salón”, que bromas sobre el traqueteo de los propios músicos.
–Un aplauso para nuestras rodillas–, bromeó Rubén después de “La Zonaja”, uno de los momentos en que recordaron las “viejitas, pero bonitas” del primer disco homónimo de la banda, con un set que incluyó a “Bar Tacuba” y “María”.
El menú gourmet incluyó otras piezas selectas de su discografía –algunas no tan coreadas–como “Cero y Uno” y “Puntos Cardinales” (ambas del disco Cuatro Caminos); “Olita de Altamar” (que forma parte de El Objeto antes Llamado Disco); “Seguir Siendo/Tengo Todo”, “Quiero Ver” y “Volver a Comenzar” (estas tres de la placa Sino); “Diente de León” y “Futuro” (de su última producción original Jei Beibi); o “Déjate Caer” (del homenaje a Los Tres, Vale Callampa).
Dueño de un polifacetismo notorio, Rubén –ataviado al final con una playera en homenaje a Selena, la Reina del Tex-Mex–, iba de la arenga mística y el reconocimiento a los elementos como el agua y la tierra, al cuestionamiento severo del concepto de “patria” y al llamado a la desobediencia –los más jóvenes le hicieron caso y encontraron aire y una visión panorámica del concierto al escalar y montarse sobre las letras del slogan turístico de la capital “Guadalajara, Guadalajara”–, pero también al comentario “chusco”.
–Quiero agradecer al municipio por ponernos una estatua de Joselo aquí–, se refería a la efigie del Miguel Hidalgo y Costilla que está en la plaza, pues curiosamente, el “look” de Joselo Rangel coincidía con el del héroe independentista.
Más allá de esa capacidad de reírse de ellos mismos, los Café Tacvba son unos músicos de cepa, que saben comportarse a la altura de un público poderoso, se involucran con ellos al mismo tiempo que se desenvuelven en escena, eso te da varias opciones como espectador: uno puede cantar –si te las sabes–, bailar –si te gusta el beat–, escuchar –si tienes oído musical–, o de plano sacar la lagrimita cursi y fácil si en algún momento esta banda fue parte del soundtrack de tu vida.
Fue poco más de una hora con 40 minutos de un viaje multisonoro, de altas y bajas frecuencias, que recordó a los cuarentones que pese al ardor de pies y las agujas en la espalda por tanto tiempo de caminar y estar parados –notorios sólo cuando ibas de regreso, pues en el momento, la adrenalina bloqueaba tus sensores de dolor–, todavía hay bandas que vale la pena escuchar en vivo, y que te pueden hacer sentir, al menos en tu mente, que puedes bailar slam como lo hacías en la prepa.