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América Latina, zona de acoso y peligro de muerte para ambientalistas
Ambientalistas.
Por haberse opuesto a proyectos mineros, forestales o agroindustriales, al menos 207 personas murieron en el mundo en 2017, de las cuales casi un 60% en América Latina y especialmente en Brasil, según la Global Witness.
Este balance contabilizado en 22 países está sin duda por debajo de la realidad, según el informe «¿A qué precio?», publicado el martes por la organización británica. La cifra supera además el récord de 2016, con al menos 200 muertos.
Las víctimas eran líderes locales, responsables de proteger la fauna salvaje o pobladores (personas comunes) que defendían sus tierras.
Brasil registró el peor balance, con 57 muertos, con tres masacres en las que fallecieron 25 personas.
Detrás del segundo país, Filipinas (48, un récord para un Estado asiático), figuran en la lista Colombia (24 muertos) y México (15).
Incremento en México y Perú
Global Witness alerta sobre el alza espectacular de muertes en México (3 en 2006), donde el aumento del crimen organizado, la impunidad continua y el fracaso del gobierno en proteger a los defensores del medioambiente ha llevado al brutal silenciamiento de quienes se oponen por ejemplo a la explotación maderera o a la minería.
Perú también registró un salto significativo, de 2 a 8 muertos en un año, mientras que, con respecto a su población, Nicaragua fue el país más afectado con cuatro.
En cambio, en Honduras, el número de muertos bajó de 14 en 2016 a 5 en 2017, si bien “la creciente represión de la sociedad civil ha restringido lo que las personas defensoras pueden decir y hacer», según el informe de la ONG, cuya actividad se inició en 2002.
En total, uno de cada cuatro homicidios en el mundo (al menos 46, el doble que en 2016), estuvieron vinculados con la industria agroalimentaria. Cuarenta debido a disputas mineras (33 en 2016), 26 relacionadas con la deforestación y un récord de 23 personas, sobre todo guardias forestales africanos, murieron tratando de proteger a los animales de los cazadores furtivos.
El consumo a pesar de las vidas
Para Global Witness, el vínculo entre esta violencia y los productos de consumo habitual es claro: «La agricultura a gran escala, la minería, la caza furtiva y la tala producen artículos para el hogar, que utilizamos y consumimos: aceite de palma para el champú, soja para la carne, madera para nuestros muebles», asegura.
También se produjo un recrudecimiento de la violencia contra quienes defienden sus tierras frente a una agricultura destructiva, según la ONG, que critica a los gobiernos negligentes y a las empresas irresponsables por anteponer a la vida humana por los beneficios y la demanda de los consumidores.
El informe destaca, entre otras, la muerte del colombiano Hernán Bedoya, líder afrodescendiente del Chocó (noroeste), asesinado por un grupo paramilitar que le disparó 14 veces, por haberse opuesto a la palma aceitera, las bananeras y las fincas ganaderas que se expandían en el territorio de su comunidad, destruyendo el bosque.
Impunidad en Brasil
Pero la ONG advierte que no sólo ocurren asesinatos, dando cuenta de todo un arsenal para amordazar a los oponentes: amenazas de muerte, detenciones, persecuciones, ciberataques, violencia sexual y desapariciones.
En Brasil granjeros armados con machetes y fusiles hirieron a 22 indios Gamela, de quienes querían sus tierras. A algunas víctimas les cortaron una mano.
Por este suceso, nadie compareció ante la justicia, «lo que refleja una gran cultura de impunidad e inacción por parte del gobierno brasileño para apoyar a las personas defensoras», según el informe.
Para la escritora canadiense Margaret Atwood, autora de la popular distopía «El cuento de la criada», estas historias “son chocantes individualmente. Colectivamente, nos muestran una epidemia de violencia contra los defensores de la Tierra», expone.
«Esta violación de los derechos humanos requiere una protesta vigorosa», reaccionó la escritora en declaraciones a Global Witness.
Con información de AFP
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