Opinión
El liderazgo franco-alemán en tiempos del Brexit
Cuando la crisis de la eurozona comenzó a manifestarse entre 2008 y 2009, la prensa francesa denominó “Merkozy” a la dupla conformada por Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, canciller y presidente de Alemania y Francia, respectivamente.
A raíz de ello, tanto los diarios como sus propios equipos de prensa siguieron la tendencia de difundir fotografías donde aparecían juntos en las cumbres y foros internacionales.
De manera deliberada o no, las imágenes retrataban la relación especial, casi cariñosa, entre los mandatarios de dos de las principales economías de la Unión Europea.
Como en la política la forma es tan importante como el fondo, la cercanía entre ambos líderes tuvo el propósito de mostrar al proyecto europeo como un cruce de voluntades que podía y debía seguir solidificándose.
Estrategia electoral
Pero ese “matrimonio por conveniencia”, como le llamó en su momento The Telegraph, representaba, a los ojos de sus críticos, un pretexto para avanzar las agendas electorales de la canciller y el presidente.
Una forma de probar a los votantes alemanes y franceses que la continuidad era la única opción posible para salvar a la UE de la crisis que la azotaba.
Merkollande
No obstante, el panorama cambió cuando François Hollande se convirtió en presidente de Francia tras ganar las elecciones de 2012.
Ese cambio en la brújula política del país galo –cuyo mandatario provino de las filas del Partido Socialista–, significó divergencias notables con el férreo control del déficit público y los planes de austeridad promovidos por Angela Merkel.
Para el sucesor de Sarkozy, lo apremiante era incentivar el crecimiento y suavizar las rigurosas políticas fiscales que apretaban demasiado el cinturón de los países europeos.
Pero, si bien el “Merkollande” no tuvo la misma fuerza simbólica que el tándem anterior, las diferencias ideológicas demostraron no ser insalvables y, poco a poco, el socialista francés respaldó en los hechos (aunque no siempre en el discurso) las tesis alemanas sobre la zona euro.
Quizá en un giro de timón que contribuyó a su eventual pérdida de popularidad, Hollande relajó paulatinamente su plataforma política socialista, hasta encauzar su gobierno hacia un ensayo de la socialdemocracia con una marcada tendencia liberal.
La orquesta de Berlín
Diez años después de que estalló la recesión, el panorama financiero no ha cambiado tanto como cabría esperar.
Apenas en agosto pasado, la Troika (la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo) puso fin al rescate de Grecia que se echó a andar hace ocho años y que dominó todas las decisiones macroeconómicas en Atenas.
Pese a ello, la recuperación del país mediterráneo será larga y con altos costos sociales, que van desde recortes a la cultura hasta la desaparición de programas de apoyo a los desempleados.
En ese contexto, la variable constante sigue siendo la canciller alemana.
Tras asumir como jefa del gobierno federal en 2005 (convirtiéndose en la primera mujer en lograrlo), Angela Merkel ha dirigido la orquesta europea durante un concierto caracterizado por las disonancias y los instrumentos desafinados.
Frente a la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos, hay quien dice que la única líder del “mundo libre” es ella; una europeísta convencida y quien recibe de los alemanes el mote de mutti Angela (mamá Angela).
Sin reelección
Pero como nada puede prolongarse para siempre, la originaria de Hamburgo anunció en octubre pasado que no buscará la reelección como líder de la Unión Cristiano-Demócrata, ni como canciller en 2021, cuando termine su mandato.
En consecuencia, su protegida Annegret Kramp-Karrenbauer, asumió el liderazgo del partido el pasado 07 de diciembre, bajo la consigna de que “el corazón de Europa reside en la CDU”.
En su discurso, prometió una continuación de la línea marcada por su mentora, pero advirtió sobre la necesidad de políticas migratorias más estrictas; un tema difícil de sortear para la actual canciller y que no estará exento de controversia en el futuro.
Arde París
En la otra parte del eje Berlín-París se encuentra Emmanuel Macron, quien llegó al Palacio del Elíseo con una gran popularidad, tras fungir como Ministro de Economía de François Hollande.
Popularidad que, no obstante, se ha visto erosionada con singular rapidez. El líder de La République En Marche! se enfrenta a una crisis que ni el analista más perceptivo pudo vaticinar cuando el centrista se alzó con el triunfo electoral.
Las protestas de los llamados “chalecos amarillos”, que ya llevan casi tres meses en las calles, han pasado la factura a un gobierno que improvisa con incrementos de salarios y recortes a los impuestos con tal de aplacarlas.
Se rompió la burbuja y terminó la luna de miel.
Macron pasó de ser la cara de un movimiento fresco y con ideas políticas renovadoras, a ser tachado en la prensa como arrogante y “el presidente de los ricos”.
Pero no sólo está en juego su popularidad al interior de Francia, sino también su credibilidad como un jefe de Estado capaz de influir en la agenda internacional; –léase, como abogado de la lucha contra el cambio climático y como mediador destacado en las relaciones entre Estados Unidos y Europa– y de actuar como contrapeso o segundo timonel de una Unión Europea convulsa.
La derecha avanza
Más aún, la crisis actual ha permitido que la extrema derecha avance posiciones al aprovecharse del descontento social generalizado.
De acuerdo con los sondeos realizados por el Instituto Francés de la Opinión Pública (IFOP), si ocurriesen elecciones en Francia, la ultraderechista Marine Le Pen le ganaría por dos puntos a Macron en la primera vuelta.
No sólo su presidencia quedó irremediablemente marcada por las protestas, sino que también se quedaron cortos los ambiciosos proyectos que había propuesto para Bruselas.
El divorcio interminable
Los retos de la Unión Europea son aún mayores si consideramos que no sólo su liderazgo se encuentra en la encrucijada, sino también el proyecto de integración mismo.
Pese a que Bruselas logró impedir que la fiebre del Brexit se propagara a otros países de la unión (por lo menos hasta el momento), el que uno de los países que ingresaron desde 1973 haya decidido separarse, supuso una sacudida en los cimientos.
Sin embargo, los papeles del divorcio se están demorando más de lo esperado.
Faltando menos de dos meses para la salida definitiva del Reino Unido, Theresa May se vio obligada a frenar la votación en el Parlamento del acuerdo que ya se había logrado entre el gobierno británico y la Comisión Europea.
Cual Carlota de Habsburgo, la primera ministra británica emprendió a finales del año pasado una gira por Europa, buscando el apoyo para modificar un acuerdo que fue recibido con escepticismo por el poder legislativo de su país.
El respaldo que no encontró en casa también le fue negado por los principales mandatarios europeos y por el ejecutivo comunitario, quienes le dejaron claro que no habrá un segundo texto.
El acuerdo se queda como está y no habrá renegociaciones.
«Plan B»
Pero el golpe más contundente que recibió su gobierno ocurrió el pasado 15 de enero, cuando la votación sobre el plan de salida perdió en el parlamento al obtener 202 votos a favor y unos aplastantes 432 en contra.
Tras la derrota, el mes pasado presentó al Parlamento un “Plan B” que en esencia mantiene lo establecido en el acuerdo anterior.
La piedra en el zapato de Londres sigue siendo la cuestión de la frontera con la República de Irlanda, quien ha dejado claro que permanecerá en la UE.
Todo ello deja en evidencia la nula capacidad de acuerdo que mantiene al Reino Unido sumido en una profunda crisis política.
Frente a un escenario como ese, tanto Londres como Bruselas se preparan con planes de contingencia que mitiguen los efectos de una posible salida sin acuerdo definitivo, que, seguramente terminará por ocurrir cuando venza el plazo de salida el 29 de marzo.
Alto costo
Si esta parálisis que aqueja Westminster no termina antes de febrero, lo que comenzó como una sorpresiva y contundente decisión celebrada por los sectores más conservadores, terminará en un completo desastre que pagará el país entero.
Pese al caos, no debemos olvidar que el Brexit no es otra cosa que la culminación del euroescepticismo que siempre ha mostrado el Reino Unido frente a una unión que implica ceder soberanía a las instituciones supranacionales; especialmente si dichas instituciones funcionan de acuerdo con lo dictado por Alemania.
Como en su momento declaró el ex–primer ministro Gordon Brown, al respecto de la crisis de la deuda, “allá donde había fiesta, los alemanes suministraron la bebida”.
La casa en orden
¿Qué sigue, entonces, para la UE y la dupla Berlín-París?
Seguramente Merkel y Macron esperan que este 2019 traiga consigo un bono de legitimidad que les garantice la continuidad que tanto anhelan para el proyecto europeo (o un milagro, en el caso de Macron).
May, quien acaba de salvarse de un vote of no-confidence (moción de censura), probablemente pasará a la historia como la mujer que pagó los platos rotos, después de que David Cameron dejase caer la vajilla.
Si al final de 2008 se debatía la crisis de la deuda, ahora, al iniciar el 2019, además de los remanentes de aquellas crisis sin fin, también se debate el futuro del proyecto europeo.
Decía Jacques Attali, antiguo consejero de Mitterrand, que Francia y Alemania son responsables de organizar el suicidio de Europa a lo largo del siglo XX.
Es entonces natural que ambos, en cuanto que arquitectos de la UE, sean los responsables de consolidar una unión política y económica que parece tambalearse en un contexto donde la desunión es la norma.
Después de todo, es en las relaciones franco-germanas donde se hallan las claves para entender un proceso de integración.
Inició desde 1957 y se consolidó en Maastricht en febrero de 1992 (apenas la semana pasada se cumplieron 27 años desde que se definieron las bases para la unión política).
Un proceso que, no obstante, no puede seguir reproduciendo los mecanismos de antaño.
Ratifican armisticio
Conscientes de su papel, Merkel y Macron protagonizaron un momento simbólico el pasado 10 de noviembre, cuando ratificaron en Compiègne el armisticio que puso fin a la Gran Guerra, hace cien años.
Y es que es imprescindible dejar las rivalidades históricas en el pasado y pensar en soluciones comunes para los todavía veintisiete integrantes.
En fórmulas de representatividad política que hagan frente a los crecientes discursos anti-UE que surgen a lo largo de Europa.
Como apunta Thomas Piketty, una democratización de las instituciones comunitarias es urgente, pues al reducir la desigualdad se invierte en el futuro de todos los ciudadanos europeos.
Cristian J. Vargas Díaz. Es licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad de Guadalajara, e “intrigoso” como consecuencia. Les debe a Ray Bradbury, Juan Rulfo y Thomas Mann su gusto por la literatura y su vejez prematura. Cinéfilo y “seriéfago” enfermizo, sigue aprendiendo a escribir.
Etiquetas: Intenacional UE Macron
Opinión
La lucha por dignificar el Congreso de Jalisco: Reflexiones sobre el libro de Mara Robles
El Libro Blanco titulado “Defender lo que se ama” es un documento que nace de la necesidad de dejar un registro claro y exhaustivo de lo que se hizo durante la legislatura de Mara Robles en el Congreso de Jalisco.
Pero es más que un informe técnico al final de una legislatura: es una invitación a que se explore una parte fundamental de la reciente historia política de Jalisco, en particular, los temas que marcaron la agenda de Mara Robles.
Entre sus páginas, se encuentran luchas tan importantes como la batalla por asegurar agua potable limpia para el área metropolitana de Guadalajara, la lucha constante por el equilibrio de poderes y otros temas esenciales para el fortalecimiento de la democracia jalisciense.
El capítulo que quiero destacar aquí, sobre la reingeniería administrativa del Congreso, es una pieza clave dentro de este relato más amplio.
No solo porque formé parte del equipo que lideró esta reforma bajo la dirección de Mara, sino porque refleja una de las mayores aspiraciones de nuestra legislatura: dignificar el poder legislativo en un contexto de desconfianza generalizada.
La lucha por reorganizar y reducir la nómina del Congreso, haciéndolo más eficiente y menos dependiente de los favores políticos, fue un desafío monumental en medio de una legislatura marcada por retos tanto internos como externos.
Este libro no solo documenta el arduo trabajo realizado, sino que lo convierte en una reflexión sobre la política en acción, sobre lo que significa hacer reformas estructurales en un entorno donde la percepción pública del Congreso está por los suelos.
Al igual que la batalla por el agua limpia o el equilibrio de poderes, la reingeniería administrativa fue un tema que tocaba los cimientos de nuestra democracia local, aunque quizás no recibiera la misma atención mediática.
La narrativa de este capítulo, titulada con la mordaz referencia “La fiesta de la insignificancia”, retoma el espíritu irónico de Milan Kundera para ilustrar las dificultades de intentar cambiar una estructura que parecía inamovible.
El Congreso de Jalisco, en ese momento, se encontraba en una situación crítica: una nómina abultada, un gasto desproporcionado en servicios personales, y una estructura organizativa desordenada que favorecía el influyentismo y el nepotismo. Nuestra misión era ponerle fin a ese caos y establecer un sistema más justo, eficiente y transparente.
La invitación a leer este capítulo es, en realidad, una invitación a conocer una parte de la historia política jalisciense que pocos quieren discutir: el desorden interno de nuestras instituciones públicas. A través de este esfuerzo, logramos realizar un diagnóstico exhaustivo con el apoyo del IMCO, que nos permitió entender la magnitud del problema.
El estudio reveló que el Congreso de Jalisco tenía una de las nóminas más caras y menos eficientes del país. Descubrimos, por ejemplo, que existía un exceso de auxiliares administrativos, que había disparidades salariales incomprensibles y que muchas adscripciones de personal no correspondían con la realidad.
A lo largo de este capítulo, se pueden encontrar detalles específicos sobre las soluciones que propusimos, desde la reducción del personal hasta la implementación de un servicio civil de carrera.
Estas propuestas, aunque encontraban resistencia, tenían como objetivo transformar una institución que, en lugar de servir al pueblo, se había convertido en una fuente de gasto innecesario.
Para mí, como parte del equipo responsable de esta reingeniería, fue un proceso de aprendizaje constante. Cada intento de reforma, cada mesa de trabajo y cada negociación nos enseñaba lo difícil que es implementar cambios estructurales en una institución que, en muchos sentidos, estaba diseñada para resistir esos mismos cambios.
Sin embargo, al leer este capítulo, no quiero que se vea solo la frustración de lo que no se logró, sino también la esperanza de lo que sí se sembró. Este libro blanco es un testimonio de las bases que dejamos para que las futuras legislaturas puedan continuar con la tarea de sanear el Congreso.
Al invitar al lector a sumergirse en este libro, también lo invito a reflexionar sobre lo que significa defender lo que se ama en el servicio público. No solo se trata de lograr victorias visibles, sino de persistir, de intentar transformar estructuras que a veces parecen impenetrables.
Así como la lucha por un agua potable limpia en Guadalajara o la búsqueda de un equilibrio de poderes son batallas fundamentales, la reingeniería administrativa del Congreso es otro frente en esa guerra por dignificar la política y hacerla realmente útil para la ciudadanía.
Es por esto que considero vital que este libro sea leído en su totalidad. No solo para entender algunos hitos políticos recientes de Jalisco, sino para valorar los esfuerzos que se han hecho, muchas veces desde la invisibilidad, para transformar las instituciones que deberían estar al servicio de todos.
Este capítulo, en particular, es una crónica de esa lucha silenciosa, y espero que, al leerlo, los ciudadanos puedan comprender mejor el trabajo que hicimos, los obstáculos que enfrentamos y, sobre todo, la importancia de no abandonar jamás la lucha por un gobierno más justo y eficiente.
Sobre el autor
Humberto Mendoza es un profesional comprometido en el campo del diseño y evaluación de políticas públicas en Jalisco. Es licenciado en Administración Gubernamental y Políticas Públicas Locales por la Universidad de Guadalajara con un Máster en Antropología en la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente, lidera el Órgano Técnico de Administración y Planeación Legislativa en el Congreso de Jalisco.
Opinión
Sheinbaum: Entre la continuidad y la promesa de un nuevo rumbo
El 1 de octubre, Claudia Sheinbaum tomó protesta como la primera presidenta de México, un hecho histórico que marca un hito en la política del país. Su primer día en el cargo estuvo cargado de simbolismo, referencias al pasado inmediato y un claro mensaje de continuidad hacia el obradorismo, que definió los últimos seis años de la administración federal. Sin embargo, detrás de este telón de continuidad, Sheinbaum busca imprimir su propio sello con propuestas que, aunque enmarcadas en la narrativa de la transformación, muestran una orientación que podría significar un cambio de rumbo en algunos temas clave.
El evento de la toma de protesta estuvo dividido en dos actos principales. Primero, Sheinbaum asumió el poder en el Congreso, un momento solemne marcado por la entrega de la banda presidencial. Luego, en un evento frente a sus seguidores en el Zócalo de la Ciudad de México, delineó sus “100 compromisos” para los primeros 100 días de su gobierno. Esta lista no solo buscaba conectar con su base, sino también señalar el camino que pretende seguir en su mandato.
Pero, ¿cuál es el verdadero mensaje detrás de estos compromisos? La respuesta parece estar en la dualidad que Sheinbaum debe gestionar: mantener la herencia política de López Obrador mientras define su propio liderazgo.
Continuidad versus Cambio
Claudia Sheinbaum no rehuyó su filiación con el obradorismo. Los primeros minutos de su discurso ante el Congreso los dedicó a agradecer a su antecesor y mentor político. Sin embargo, en los detalles de sus propuestas y en la selección de los temas prioritarios, la nueva presidenta parece inclinarse hacia una agenda que busca diferenciarse. El énfasis en la igualdad sustantiva, el impulso a las energías renovables y un enfoque renovado en la primera infancia no son casualidades, sino una declaración de intenciones para reconfigurar las prioridades del gobierno.
Un aspecto que destacó en su discurso fue su compromiso con la equidad de género. Sheinbaum subrayó su condición de primera presidenta mujer, señalando que su gobierno buscará integrar la perspectiva de género en todas las políticas públicas. Hablar de feminicidios, de discriminación laboral y de políticas de apoyo a mujeres de la tercera edad no es solo una cuestión de retórica, sino un intento por diferenciarse de su predecesor, cuyo enfoque en los programas sociales para adultos mayores fue el pilar de su administración.
Por otro lado, Sheinbaum también introdujo ideas que se alejan de las prioridades tradicionales del obradorismo. Entre ellas, el impulso a la innovación tecnológica y a la creación de una infraestructura científica nacional, temas que López Obrador había dejado en un segundo plano. Con propuestas como el desarrollo de manufactura de alto valor y la creación de un satélite nacional, Sheinbaum sugiere una visión que combina el desarrollo social con el impulso al crecimiento económico.
Desafíos Financieros y Políticos
Uno de los principales retos que enfrenta la nueva presidenta es el margen financiero limitado para implementar su ambiciosa agenda. Con un presupuesto fuertemente comprometido y prioridades heredadas que consumirán gran parte del gasto público, Sheinbaum tendrá poco espacio para maniobrar en el corto plazo. Además, muchos de sus compromisos dependen de un aumento en el presupuesto destinado a áreas clave como educación e innovación, lo cual no será fácil de lograr sin enfrentar tensiones internas en su propio partido y oposición desde los sectores más conservadores.
Esta tensión se refleja en la cautela que mostró al presentar algunas de sus propuestas. Por ejemplo, al hablar de extender la pensión para mujeres a partir de los 60 años, Sheinbaum señaló que lo haría de manera progresiva, comenzando con las mujeres de 64 y bajando gradualmente la edad. Este enfoque refleja no solo una estrategia presupuestal, sino también una evaluación política de lo que será posible en los próximos meses.
Un nuevo rostro para la transformación
Sheinbaum hereda un país profundamente dividido, con retos estructurales que van más allá de la popularidad de su predecesor. La agenda ambiental, con un énfasis en energías renovables, representa una ruptura con la visión que mantuvo la administración pasada, que favoreció las energías fósiles y frenó la inversión en tecnología limpia. Si logra implementar su visión, Sheinbaum podría abrir un nuevo capítulo para México, uno en el que la sustentabilidad y el desarrollo económico no estén en conflicto.
Sin embargo, el camino no será sencillo. La continuidad con el obradorismo es un arma de doble filo: le proporciona una base leal de apoyo, pero al mismo tiempo limita su capacidad de distanciarse y de articular una nueva narrativa que capture a los sectores moderados y a la oposición. En última instancia, el éxito de Sheinbaum dependerá de su habilidad para combinar lo mejor de ambos mundos: la promesa de continuidad con la capacidad de adaptación a los nuevos desafíos.
La pregunta que queda en el aire es si, más allá de la retórica, Sheinbaum tendrá el tiempo y los recursos necesarios para redefinir la “transformación” sin romper con las expectativas del obradorismo. Solo el tiempo dirá si este equilibrio es sostenible o si, eventualmente, se verá obligada a elegir un camino distinto.
Sobre el autor
Humberto Mendoza es un profesional comprometido en el campo del diseño y evaluación de políticas públicas en Jalisco. Es licenciado en Administración Gubernamental y Políticas Públicas Locales por la Universidad de Guadalajara con un Máster en Antropología en la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente, lidera el Órgano Técnico de Administración y Planeación Legislativa en el Congreso de Jalisco.
Opinión
México necesita mejores universidades públicas
El Foro sobre Evaluación en la Educación Superior, organizado por Mara Robles Villaseñor en Guadalajara, Jalisco, fue un espacio esencial para discutir uno de los temas más relevantes y menos abordados en el ámbito educativo: la evaluación en las universidades mexicanas. Este foro se vuelve particularmente importante en un contexto marcado por una serie de transformaciones institucionales.
A nivel federal, la creación de la nueva Secretaría de Educación Superior refleja un reconocimiento de la importancia estratégica de este nivel educativo, mientras que a nivel local, Jalisco se enfrenta a cambios importantes, como la renovación de la rectoría en la Universidad de Guadalajara (UdeG) y la inminente transición del gobierno estatal.
Mara Robles, en su papel como moderadora del foro, subrayó la falta de discusión sobre la evaluación en la educación superior, señalando que, a diferencia de la educación básica, donde este tema ha estado en el centro del debate público por años, las universidades han quedado relegadas a un segundo plano en términos de evaluación. Según Robles, este es el momento para que la educación superior sea evaluada desde una base técnica y académica rigurosa, elevando la calidad del debate y evitando discusiones infundadas.
La relevancia de esta discusión no puede ser subestimada, especialmente en un contexto donde las universidades y el sistema educativo en general enfrentan una serie de desafíos sociales y económicos. La evaluación, en este sentido, es una herramienta fundamental no solo para certificar la calidad académica, sino también para mejorar los procesos internos y garantizar que las universidades cumplan su rol en el desarrollo de la sociedad.
Durante el foro, se abordaron múltiples perspectivas sobre el papel de la evaluación en las universidades. Pedro Alejandro Flores Crespo propuso un enfoque centrado en el “bien común”, argumentando que la evaluación no debe reducirse a la certificación, sino que debe considerar las relaciones humanas y los procesos que ocurren dentro de la comunidad académica.
Esta visión, en medio de los cambios que enfrenta la UdeG y otras instituciones, es crucial para reorientar el sistema educativo hacia el desarrollo integral de estudiantes y docentes.
Otro de los ponentes, Felipe Martínez Rizo, destacó la importancia de evaluar el aprendizaje en el aula desde una perspectiva crítica y sofisticada. Subrayó que la evaluación no debe limitarse a los niveles más bajos del aprendizaje, como la memorización, sino que debe aspirar a medir la creación de conocimiento y el razonamiento crítico en los estudiantes .
Asimismo, Eduardo Backhoff Escudero, experto en evaluación educativa, introdujo un tema clave: la inteligencia artificial (IA) como herramienta para mejorar los procesos de evaluación. Backhoff señaló que la IA tiene el potencial de transformar la evaluación del aprendizaje al proporcionar retroalimentación en tiempo real y ofrecer una personalización más efectiva del proceso educativo. Sin embargo, también advirtió sobre la necesidad de normar su uso y formar a los docentes para evitar dependencias excesivas o malas prácticas .
Este foro no solo abrió el debate sobre la evaluación en la educación superior, sino que también dejó sobre la mesa incógnitas fundamentales que deben seguir siendo discutidas. ¿Cuál es la función esencial de las universidades en México? ¿Qué tipo de universidades públicas queremos y necesitamos para enfrentar los desafíos contemporáneos del país? Y, quizá lo más complejo, ¿cómo podemos conciliar la necesidad de una evaluación rigurosa y justa con el respeto a la autonomía universitaria? Estas preguntas son claves para entender el futuro de la educación superior en México.
El foro nos invita a reflexionar sobre cómo podemos construir un sistema educativo que no solo sea eficiente, sino que también promueva la libertad académica y sirva como motor de desarrollo social. En un contexto de cambios políticos e institucionales, estas cuestiones se vuelven aún más urgentes y, sin duda, merecen una atención constante en los debates que están por venir.
Sobre el autor
Humberto Mendoza es un profesional comprometido en el campo del diseño y evaluación de políticas públicas en Jalisco. Es licenciado en Administración Gubernamental y Políticas Públicas Locales por la Universidad de Guadalajara con un Máster en Antropología en la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente, lidera el Órgano Técnico de Administración y Planeación Legislativa en el Congreso de Jalisco.
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