Opinión
¡Extra, extra, el abuelo salió en el periódico!
Crecer con un abuelo ciego implicó muchas cosas, entre ellas hizo que nuestra convivencia tuviera a la imaginación como un complemento indispensable. Alguna vez, con la imprudencia que caracteriza a los niños, le pregunté si a pesar de que sus ojos estaban “malitos” se imaginaba cómo era yo, como si uno imaginara con los ojos…
Su respuesta fue una muestra de amor: “Seguro eres bonito. Si te pareces a tu papá entonces eres bonito”, me dijo a pesar de mi pregunta atrevida, misma que de haber sido escuchada por los demás me hubiera costado un “vas a ver llegando a la casa”.
Mi abuelo fue –y por fortuna sigue siendo- un hombre lleno de misterios. Jamás descifré cómo es que podía saber el valor de los billetes con sólo tocarlos de orilla a orilla: “este es de cien, para que vayan por los refrescos”, nos decía mientras los primos nos mirábamos maravillados los unos a los otros. Los más incrédulos, como yo, incluso tratábamos de cerciorarnos si de verdad estaba ciego detrás de esos lentes oscuros.
Pero sin duda el mayor misterio que había rodeado a don Silvino hasta estos días fue su faceta de portero estrella; impasable barrera bajo los tres palos del Fabril y guardameta aclamado por los diarios locales: “Yo era Silvino el ‘Chivo’ Reos, y en los periódicos titulaban que dejé mi arco en ceros. Jugábamos en el Parque Oro, como el Atlas o las Chivas”.
Aquella era una historia recurrente, pero que jamás tuvo mayor sustento que la palabra de mi abuelo, que si bien no era poco, tampoco era una garantía tangible. Pasábamos horas escuchando esas memorias.
-Yo tenía un amigo reportero que se llamaba Magog, él era quien me entrevistaba y escribía de mí para los periódicos-, decía mi abuelo sin dar mayor detalle. En el fondo sabía que no necesitaba más para dejar atónito al grupo de cinco niños que lo rodeábamos mientras comíamos chetos.
Como le pasa siempre a las historias extraordinarias, después le surgieron mitos urbanos. Algunos familiares contaban que el Veracruz llegó a buscar a mi abuelo para ofrecerle un puesto en su portería. Otros más nos contaban que don Silvino fue tan original que no dejó el futbol por chingarse la rodilla, sino que lo hizo por fregarse el hombro. Todo eso fue mitad verdad y mitad incógnita durante casi dos décadas. Pero ya no más.
El día que todo se esclareció
A mis plenos 25 años, la historia de mi abuelo el portero me sigue asombrando. Ahora los que escuchamos atentos somos mi novia, tres de mis primos y yo. De nuevo somos cinco, pero ya nadie come chetos.
El guion y el reparto no cambian a pesar de los años: Tenemos a Magog protagonizando al amigo reportero, al Parque Oro como escenario y contamos con la actuación estelar de Silvino el “Chivo” Reos.
Lo escuchamos atentos, pero en esta ocasión surgió una pregunta para el protagonista: “¿Para qué periódico trabajaba su amigo Magog, abuelito?”. Entonces vino la respuesta que complementó para siempre la historia: “Él era reportero de El Informador, así como tú, mijo”.
Con sus palabras vino la esperanza de por fin tener fe y legalidad de la mayor anécdota de mi abuelo. El Informador, quien este 2017 cumple cien años de vida en la ciudad de Guadalajara, se ha encargado de guardar en su hemeroteca digital todos y cada uno de los periódicos que ha producido desde 1917 a la fecha. Sólo era cuestión de escribir “’Chivo’ Reos” en el buscador para hacer un descubrimiento mayor.
Y así lo hicimos. Y no pasó nada. Entre los presentes nos miramos con cierta decepción, pero en uno de esos momentos de lucidez que a veces tienen las personas, se nos ocurrió volver a la formalidad y buscar a mi abuelo con su nombre de pila: Silvino Reos. Y entonces pasó todo.
La sorpresa
La sorpresa fue grande al encontrar un par de archivos con páginas de enero de 1944, fechas en que el Fabril venció a unos“rojinegros” en tanda de penales. Para mayor orgullo, la estrella de aquella tarde fue un tal Silvino, que paró un disparo al ángulo izquierdo para darle a su equipo el triunfo en la liga de Futbol Unido de Occidente.
El momento cumbre fue leerle la nota a mi abuelo, quien asentía con la cabeza cada que escuchaba un nombre de sus ex compañeros de vestidor. Aquel miércoles seis de septiembre marcará por siempre el anecdotario de mi familia. Como dice un entrañable amigo, “no hay nada mejor que ver a las leyendas convertirse en realidad”.