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Opinión

La desigualdad urbana entre Shanghái y la Ciudad de México

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Recién regresé a México después de pasar un mes de estancia de investigación en China. El objetivo de mi viaje era observar cómo es que lo que normalmente estudio en el contexto de la Ciudad de México -es decir, quiénes tienen acceso a las oportunidades económicas y la prosperidad de la ciudad, quiénes no, y por qué- se desarrolla en las ciudades chinas. Después de pasar dos semanas en Shanghái llegué a la conclusión de que ambas ciudades están produciendo grandes cantidades de desigualdad socioeconómica, pero lo están haciendo a través de diferentes mecanismos y el tipo de desigualdad que se está produciendo no es tan similar.

En el caso de la Ciudad de México, la desigualdad urbana parece que se está produciendo a partir de estratificación social relacionada con la clase y las características raciales. Además, el tipo de desigualdad que se está produciendo se asemeja más a la desigualdad durable teorizada por Charles Tilly (1998). En el caso de Shanghái, la desigualdad parece que se está produciendo a partir de estratificación social relacionada con el estatus ciudadano, pero el tipo de desigualdad que se está produciendo no se asemeja mucho a la que fue teorizada por Tilly. El tipo de desigualdad en Shanghái se parece más a lo que en este texto voy a llamar como desigualdad flotante, es decir, que las poblaciones experimentan por periodos de tiempo delimitados y debido a objetivos específicos.

A continuación, expondré la perspectiva teórica de la comparación, presentaré los casos y discutiré dos lecciones que pueden ser aprendidas a partir de la comparación.

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Foto: Shanghái, China

Oportunidades económicas y prosperidad en las ciudades

Las ciudades pueden ser conceptualizadas como colosales fuerzas productivas que crean oportunidades económicas y prosperidad para sus habitantes (Garza, 2013). Esta característica puede explicar por qué tantas personas alrededor del mundo han emigrado hacia las ciudades en búsqueda de mejores perspectivas de vida (Glaeser, 2011). Ya sea a través de participar en el comercio, proveer algún tipo de servicio, vender la fuerza de trabajo en el mercado laboral, inclusive a través de participar en algún sector informal, o a través de cualquier otra actividad económica, todos nos ganamos la vida gracias a las aglomeraciones económicas que sólo son posibles gracias a la ciudad.

Sin embargo, no todos tienen el mismo acceso a las oportunidades económicas, riqueza y prosperidad generadas por las ciudades. Mientras que algunos tienen acceso a capital para iniciar un negocio, otros están marginados de los mercados de capitales. Algunas personas poseen mayores capitales humano y social, lo que les da varios pasos de ventaja sobre el resto de la población. Los mercados laborales están altamente segmentados y solo las personas con la mejor educación pueden aspirar a los empleos mejor pagados. Algunas personas viven cerca de los nodos de la actividad económica o están bien conectados a través de las infraestructuras urbanas, mientras que otras están localizadas muy lejos de la actividad económica o carecen de los medios para tener acceso. Estas y otras características hacen la diferencia en el grado en que las personas tienen acceso a las oportunidades económicas y la prosperidad producidas por las ciudades.

Importantes nodos económicos

Tanto Shanghái como la Ciudad de México son importantes nodos económicos que generan grandes oportunidades para sus habitantes. Desafortunadamente, durante las últimas dos décadas ambas ciudades también han visto un vertiginoso ascenso de los niveles de desigualdad socioeconómica*.

En ambos casos, amplios sectores de la población están siendo excluidos de los empleos mejor pagados y del Estado de bienestar. La interacción de estas dos áreas es importante para el estudio de la desigualdad y las posibilidades de movilidad social. Aquellas personas que carecen de acceso al Estado de bienestar tendrán que satisfacer sus necesidades como educación, salud y vivienda a través del mercado, lo que a su vez tendrá un impacto sobre sus ingresos. Si aunado a ello las personas son orilladas hacia los empleos peor pagados, estar excluidos del Estado de bienestar tendrá un gran impacto sobre sus ingresos reales, lo que a su vez tendrá un impacto negativo en sus posibilidades de movilidad social.

El resultado en ambas ciudades parece ser el mismo -crecientes niveles de desigualdad socioeconómica-. Sin embargo, una comparación más minuciosa nos permite observar que los procesos de exclusión de la ciudad como fuerza productiva en realidad se está llevando a cabo a través de diferentes mecanismos y los resultados no son tan similares.

*Da click en cada ciudad para conocer su caso: Shanghái Ciudad de México 

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Santa Fe, Ciudad de México. Foto por: Johnny Miller/Thomson Reuters Foundation.

El caso de la Ciudad de México

En la Ciudad de México tener acceso a los empleos mejor pagados y a la red de seguridad social parece depender del esfuerzo individual. Supuestamente, aquellas personas que inviertan en obtener una buena educación o en adquirir habilidades laborales podrán acceder a las credenciales necesarias para obtener cualquier empleo y subir en la escalera de la movilidad social. Cualquier persona, sin importar su lugar de origen en el país. El Estado de bienestar aplica a nivel nacional, así que cada ciudadano mexicano tiene derecho a la misma red de seguridad social sin importar el lugar en el que haya nacido. El único requerimiento para tener acceso a la red de seguridad social es el contar con un trabajo formal. Sin embargo, esta supuesta dinámica del esfuerzo individual en realidad está influenciada por una marcada desigualdad acumulativa, y por discriminación racial y de clase.

La desigualdad acumulativa surge porque los hogares con mayores recursos tienen ventaja sobre los hogares más pobres. Los mercados laborales -en especial aquellos con los trabajos de mayor productividad y mejor pagados- tienden a contratar a las personas con mayores niveles de educación. Y son precisamente los hogares que ya contaban con buenos recursos económicos los que pueden proveer una mejor educación a sus integrantes. El acceso al sistema de educación pública es gratuito y está garantizado a cada ciudadano mexicano, incluso hasta la educación terciaria. Sin embargo, el sistema de educación pública en México tiene una muy bien ganada reputación de brindar una educación de baja calidad. Aquellos hogares con suficientes recursos económicos optarán por enviar a sus integrantes a escuelas privadas, incluyendo universidades privadas. Esta dinámica produce una desventaja acumulativa para los hogares más pobres y una ventaja acumulativa para los hogares con mayores recursos económicos.

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Foto: Gobierno CDMX.

Discriminación existente

La discriminación racial y de clase surge de un severo -y muchas veces negado- sesgo de los empleadores al momento de contratar. Aquellas personas con títulos de universidades privadas son favorecidas por encima de los egresados de las universidades públicas. El tener las conexiones adecuadas juega un papel fundamental para conseguir los mejores empleos, y aquellos que asistieron a universidades privadas están mejor conectados con las gerencias de las empresas. Un estudio reciente del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) ha visibilizado la terrible pigmentocracia que existe en México. El estudio del INEGI demuestra cómo es que las personas de tez más clara tienden a tener mayores niveles educativos y empleos mejor pagados, mientras que las personas de piel más morena tienden a tener menos educación y son peor pagados.

Como resultado, en el caso de la Ciudad de México los hogares con mayores recursos tienden a tener ventaja para acceder a los empleos formales y con ello a la cobertura de la red de seguridad social. Por el contrario, los hogares pobres enfrentan dificultades para acceder a los empleos formales y a la red de seguridad social.

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Mercado callejero en la provincia de Yangpu, Shanghai. Foto por David López García.

El caso de Shanghái

En Shanghái tener acceso a los empleos mejor pagados y a la red de seguridad social parecen dos arenas completamente diferentes, pero están considerablemente interrelacionadas. Por un lado, el tener acceso a los empleos mejor pagados parece estar en función de tener una buena educación. Por otro lado, el tener acceso al estado de bienestar y la red de seguridad social depende de tener un hukou** local, es decir, de contar con el estatus ciudadano de residente de la ciudad. Estas dos dimensiones interactúan para otorgar una ventaja a los residentes con hukou local de Shanghái para obtener los empleos de mayor productividad y mejor pagados. Por el contrario, estos factores obligan a la gran mayoría de trabajadores migrantes -que carecen de un hukou local de Shanghái- a trabajar en los sectores de baja productividad y con los peores salarios.

El mercado laboral de Shanghái está ligeramente más abierto a los trabajadores migrantes que el sistema de seguridad social. Mientras que algunos empleadores reservan sus empleos para las personas con hukou local, otros están abiertos a contratar migrantes.

Combinación compleja 

Esta combinación es muy compleja. Por ejemplo, aprendí que la empresa estatal que administra el sistema de metro de Shanghái está dispuesta para migrantes con altos niveles de educación en las posiciones de ingeniería o de mantenimiento, pero que reservan los trabajos que no requieren altos niveles de educación ni de habilidades -como ser vigilante o atender a los pasajeros en una estación- para personas con hukou local. Como resultado, los migrantes con altos niveles de educación tienen una oportunidad de obtener empleos formales bien pagados, mientras que los migrantes sin educación y sin habilidades laborales se ven forzados a tomar trabajos mal pagados que ningún residente local estaría dispuesto a hacer, e inclusive en el sector informal de la economía.

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Foto: Wikimedia.

No se traduce en trabajo

Sin embargo, el tener acceso a un trabajo formal -como en el caso de la Ciudad de México- no se traduce en automático en tener acceso a la red de seguridad social de la ciudad. Esto es problemático porque la gran mayoría de los trabajadores migrantes no tienen derecho a recibir servicios de salud, seguro de desempleo, subsidio para vivienda, o un espacio para sus hijos en las escuelas públicas, y por lo tanto tienen que pagar por todos estos servicios en el mercado.

Como consecuencia, la gran mayoría de los trabajadores migrantes en Shanghái renta un pequeño cuarto en condiciones no optimas para vivir, envían a sus hijos de vuelta a sus lugares de origen para asistir a la escuela pública, y regresan a sus provincias de origen una vez que han alcanzado la edad para el retiro. Solo los migrantes con educación de alta calidad que consiguen un trabajo altamente remunerado en el sector formal tienen una oportunidad de cambiar su hukou para tener un registro local de la ciudad.

¿Educación de calidad?

Pero al mismo tiempo, el tener una educación de alta calidad también es un área de desventaja acumulativa para la población que carece de hukou local. Debido a que la única opción de los migrantes para mandar a sus hijos al liceo en la ciudad es inscribirlos en escuelas privadas, tienden a mandar a sus hijos a sus provincias de origen para que puedan asistir a la escuela pública. A estos niños en China se les conoce como “los dejados de lado” -en inglés se les conoce como los left behind-.

La brecha entre el desempeño académico de los niños dejados de lado y los niños de la ciudad es un tema que ha acaparado una considerable atención por parte de los académicos en China. Dada esta brecha en el desempeño educativo, los jóvenes de las grandes ciudades tienden a obtener mejores resultados en el gaokao -el examen nacional para entrar a las universidades- y obtienen los mejores espacios en las principales universidades. Este fenómeno refuerza los patrones de desigualdad socioeconómica a través de la siguiente lógica: si es cierto que los jóvenes con hukou local de Shanghái está obteniendo la mejor educación, y si es cierto que las personas con la mejor educación están obteniendo los empleos de mayor productividad y mejor pagados, entonces los jóvenes con hukou local de Shanghái están obteniendo los empleos de mayor productividad y mejor pagados.

**El hukou es el sistema de registro de viviendas chino. 

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Foto: Gobierno CDMX.

Pero hay una diferencia importante

Hay una diferencia entre Shanghái y la Ciudad de México que puede estar teniendo un rol importante en la definición de los resultados finales. En México, el régimen del Estado de bienestar aplica para todo el territorio nacional y sin hacer ninguna distinción entre el lugar de nacimiento de las personas. Así, aquellos que carecen de un empleo formal estarán siempre excluidos del sistema de sistema de seguridad social sin importar el lugar en el que hayan nacido ni su lugar de residencia. En el caso de China, dado que cada provincia tiene autonomía para diseñar su propio Estado de bienestar, y que las personas que son migrantes en una ciudad en realidad sí tienen una hukou local de algún lugar, los migrantes de todos modos conservan el derecho a ser parte del sistema de seguridad social en sus provincias de origen.

Esta característica parece estar teniendo una influencia sobre los patrones de migración en Shanghái e incluso en China. Los migrantes rurales tienden a moverse hacia las grandes ciudades durante su mejor edad para trabajar, e invierten lo que ganan en las ciudades en construir activos en sus lugares de origen. Una vez que alcanzan una edad en la que ya no pueden trabajar, los migrantes se regresan a las provincias en las que sí tienen el hukou local y disfrutan de un buen retiro porque cuentan con el ingreso que les proporcionan sus activos y reciben la red de seguridad social a la que sí tienen derecho.

Más migración 

Los trabajadores migrantes dejarán Shanghái en algún momento, pero nuevas olas de trabajadores migrantes jóvenes se moverán a la ciudad. Eventualmente, algunos de estos nuevos migrantes lograrán cambiar su hukou a un registro local de Shanghái, pero sólo en algunos casos aislados. La gran mayoría mandará a sus hijos a vivir con sus abuelos en sus pueblos de origen para asistir a la escuela pública y se regresarán a sus lugares de origen una vez que alcancen una edad para retirarse. Este ciclo se repetirá por generaciones.

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Foto: Tec Monterrey.

¿Qué podemos aprender de la comparación?

Hay por lo menos dos lecciones que se pueden aprender de esta comparación. La primera es que los mecanismos a través de los cuáles se está produciendo la desigualdad en ambas ciudades son bastante diferentes. La segunda es que los tipos de desigualdad que se están produciendo no son tan similares como uno podría pensar. Ambas ciudades están produciendo altos niveles de desigualdad. Sin embargo, en el caso de Shanghái la desigualdad parece ser un fenómeno que las personas viven de forma temporal, mientas que en el caso de la Ciudad de México la desigualdad que se está produciendo es más duradera.

En lo que respecta a los mecanismos, la desigualdad en la Ciudad de México parece estar más relacionada con desigualdad acumulativa debido a estratificación social de raza y clase. Aquellas personas con acceso a una educación en universidades privadas, conexiones sociales y un tono de piel más claro tienen a subir más alto en la escalera de la movilidad social.

En el caso de Shanghái, los mecanismos están más relacionados con desigualdad acumulativa debido a estratificación social por estatus ciudadano. Aunado a tener derecho a la red de seguridad social de la ciudad, las personas con una hukou local de Shanghái tienden a tener una educación de mejor calidad y por lo tanto obtienen los trabajos de mayor productividad y mejor pagados. En ambas ciudades, estos mecanismos trabajan para incluir a ciertos sectores de la población en la riqueza y prosperidad de la ciudad mientras excluyen a otros.

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Foto: Wikimedia.

Más desigualdad

En lo que respecta al tipo de desigualdad que se está produciendo -y a pesar de que ambas ciudades están generando cada vez más desigualdad-, los efectos de esta desigualdad en la vida de una habitante de la Ciudad de México tienden a ser más permanente, mientras que los efectos en Shanghái parecen más temporales.

Por un lado, la desigualdad que se está produciendo en la Ciudad de México se parece más a lo que Charles Tilly (1998) llamó desigualdad duradera. Tilly se estaba refiriendo al tipo de desigualdad que se traspasa en un hogar de una generación a otra, por lo que tiende a permanecer a lo largo del tiempo. Con su efecto acumulativo, los hogares pobres en la Ciudad de México sufrirán los efectos de la desigualdad permanentemente, reproduciendo los mismos patrones de desventaja y pobreza por generaciones.

Por otro lado, la desigualdad que se está produciendo en Shanghái puede ser pensada como temporal. Esto debido a que las poblaciones migrantes sufren los efectos de la desigualdad mientras se encuentran trabajando en la ciudad sin contar con un hukou local, pero dejarán de sufrir sus efectos cuando regresen a sus provincias de origen.

Este tipo de desigualdad es diferente que la desigualdad duradera teorizada por Tilly. Así, la desigualdad urbana en Shanghái puede ser llamada desigualdad flotante. Se sabe que la brecha de desigualdad entre la China rural y la urbana está creciendo cada vez más. Pero también es probable que los niveles de desigualdad al interior de las zonas urbanas y de las zonas rurales sean más altos en el caso de las zonas urbanas. Esto significaría que, una vez que los trabajadores migrantes regresan a sus lugares de origen, puede ser que vivan en sociedades más equitativas.

Ambos tipos de desigualdad 

Este análisis no quiere decir que estoy tomando una posición filosófica a favor de la desigualdad flotante. Hasta este momento tengo muy pocas piezas de este rompecabezas como para hacer un juicio sensato. Este análisis es solo para resaltar que ambos tipos de desigualdad son diferentes, y que a lo que aquí me estoy refiriendo como desigualdad flotante debe de ser estudiado con mayor cuidado.

 


*David López García es Coordinador del Laboratorio de  Innovación Democrática (LID). 

 

 

Laboratorio de Innovación Democrática       Bolígrafo 

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Opinión

Ojo, así se roban tus datos personales

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Columna de Ana Olvera sobre el robo de datos personales

Estimado lector, para mí es un privilegio volver a escribir estas líneas luego de una muy larga ausencia. Sin embargo volveremos a encontrarnos en esta columna cada quincena, analizando los temas de actualidad relacionados con la protección de nuestros datos personales y la privacidad que acontecen tanto en nuestro País como en el mundo.

Evidentemente no podemos dejar de comentar lo sucedido en días pasados en Guadalajara, donde existía -y seguramente siguen existiendo- un call center debidamente instalado para llevar a  cabo extorsiones que se extendían no solo al resto de Jalisco, sino hasta a otros veinte estados más de nuestra República, afectando a más de 26 mil personas con llamadas fraudulentas y extorsiones.

Afortunadamente se desmanteló y según declaraciones oficiales se están realizando colaboraciones con instituciones de las demás entidades afectadas, para descubrir a todas las víctimas y por supuesto, invitarlas a denunciar, lo que resulta en una tarea titánica para las autoridades; pero al parecer no lo fue para aquellos cuyo modus vivendi consistía en realizar este tipo de nada honrosas actividades.

Datos personales de los afectados

En ese sentido caben muchas reflexiones, pero la primera es preguntarnos de dónde obtenían la materia prima, es decir, los datos personales de aquellos afectados. Aunque las respuestas pueden variar, quiero que centremos nuestra atención en dos fuentes principales.

La primera y la originaria por excelencia siempre seremos, desafortunadamente, Usted y yo, querido lector. Es decir, nosotros como titulares, dueños de esos datos personales que elegimos, muchas veces sin pararnos a reflexionar en ello, a quién, cómo y para qué le compartimos esta importantísima información.

Y digo que muchas veces sin reflexionarlo lo suficiente, porque participamos a otras personas de manera voluntaria, para poder obtener un bien o servicio; para pedir nuestros alimentos cuando no tenemos tiempo de prepararlos en casa; al inscribirnos a un curso o a nuestros hijos a la escuela, por citar ejemplos cotidianos. Pero también lo hacemos de manera involuntaria, por ejemplo cuando descargamos aplicaciones en nuestro teléfono inteligente o tableta y compartimos datos que no son necesarios; cuando somos poco discretos en una conversación o bien, ¿cuántas veces no hemos tirado a la basura documentación que contiene nuestro nombre u otros datos más sensibles, como nuestra CLABE interbancaria? Seguramente, muchas veces.

Ignoramos el valor de nuestros datos

La segunda causa de obtención de esta información es por medio de aquellos que manejan datos personales, es decir, los responsables si son particulares, o bien los sujetos obligados de orden público. Según me ha tocado atestiguar, parece que cuando la información no nos pertenece, dejamos de tener cuidado en su manejo. Se despersonaliza y solo vemos números, estadísticas, pero olvidamos que detrás de esas cifras, direcciones o palabras, se encuentra una persona que puede verse perjudicada por nuestro descuido de custodia de la información durante el ciclo de vida de los datos personales.

En fin, aunque difícilmente sabremos cómo se obtuvo esa información, es una realidad que decenas de miles de personas se vieron seriamente perjudicadas no solo en su patrimonio, sino muy seguramente hasta en su tranquilidad diaria, por este tipo de acciones ilegales. La invitación es a que le demos la importancia debida a esta información que es tan importante. La que nada más y nada menos, nos hace únicos y nos permite interactuar con el resto de quienes nos rodean. Si tenemos conciencia de la importancia de nuestros datos personales, seguramente nos daremos cuenta de la relevancia que también tiene la información relativa a otras personas. 

La tarea primordial

En un entorno tan cambiante como el que vive nuestro mundo y especialmente, nuestro Estado de Derecho, la tarea primordial con la que contamos es velar porque nuestros derechos a la protección de datos personales y la privacidad no sean violentados y es más, que puedan ser garantizados, sobre todo ante la inminente desaparición de los Órganos Garantes en la materia, de lo que hablaremos en nuestra próxima entrega.

Sobre la autora

Ana Olvera es profesora investigadora de tiempo completo en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, con intereses en privacidad, bioética y neuroderechos.

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Opinión

La extinción de los institutos de transparencia: ¿falta de empatía o indiferencia?

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A veces, hablar de datos personales, de su protección y nuestra privacidad, resulta sumamente abstracto. Aunque incluso trabajemos con ellos, pensemos en la recepcionista de un consultorio médico o el propio profesional de la salud. O en la persona a la que le pedimos la pizza o la comida que consumiremos en ese momento.

Ahora pensemos en las veces que entramos a ciertas redes sociales, como X, Facebook o LinkedIn y encontramos explicaciones acerca de lo importante que es proteger nuestros datos personales, o bien, explicaciones de las resoluciones (que a veces se adjuntan completas) y que más bien, parecen para un público un poco más especializado, que tal vez no seremos nosotros -que solo buscamos un momento de distracción-. En no pocas ocasiones, este tipo de situaciones pasan desapercibidas hasta que somos víctimas de robo de identidad, alguna extorsión o una estafa.

En este sentido cabe preguntarnos al menos dos cosas. La primera, la razón por la que optamos por la indiferencia ante la violación de la privacidad, que se arraiga en una compleja red de factores. La omnipresencia de la tecnología ha normalizado la vigilancia, desensibilizando a muchos ante la vulneración de sus datos personales. La complejidad de las políticas de privacidad y los algoritmos opacos genera una sensación de impotencia, alimentando la resignación. Además, la gratificación inmediata de los servicios digitales y la falta de consecuencias tangibles de la pérdida de privacidad fomentan una actitud apática e incluso, indolente. A esto se suma la polarización social, que fragmenta la empatía y dificulta la acción colectiva en defensa de un derecho fundamental.

La falta de involucramiento nos aísla de nuestra comunidad. Nos desconectamos de los problemas que nos afectan a todos, como la pobreza, la desigualdad, la violencia, la inseguridad y el cambio climático. Nos volvemos indiferentes al sufrimiento de los demás, perdiendo nuestra capacidad de empatía y solidaridad.

Pero la segunda es igualmente preocupante. ¿Qué pasó con el trabajo de los organismos garantes? ¿Fue acaso incapacidad de transmitir e incluso educar al pueblo mexicano? ¿De “conectar”, empatizar? Por que los festivales, las fotos, los congresos o simposios, salvo muy honrosas excepciones, siempre iban dirigidos a cualquier público distinto a lo que han dado por llamar “el ciudadano de a pie”. O como dirían los políticos en este momento histórico, “el pueblo bueno”, ese que difícilmente, con la pobre comunicación de los “expertos” y además con pocos recursos a la mano, comprendió la importancia de un andamiaje institucional como el que logró crearse en materia de transparencia y protección de datos personales. Tal vez eso explique la indiferencia en su defensa.

No cabe duda que asistimos y en gran mayoría, las y los mexicanos solo estamos meramente atestiguando los cambios estructurales que nuestro país esta viviendo. En ese sentido, claro que vivimos una transformación. No sé cuál. Pero bien haríamos en hacer a un lado esa indiferencia, para al menos intentar entender cómo afectarán al ejercicio y garantía de nuestros derechos fundamentales.

No involucrarse en la vida del país también tiene un costo personal. Cuando nos alejamos de los asuntos públicos, renunciamos a nuestro derecho a ser escuchados y a contribuir al bienestar de nuestra sociedad. Nos convertimos en meros espectadores de nuestro propio destino, sin voz ni voto. En un mundo cada vez más interconectado, los problemas que enfrentamos son complejos y requieren soluciones colectivas. La participación ciudadana es esencial para construir un futuro más justo, próspero y sostenible para todos. No podemos permitirnos el lujo de la indiferencia.

Es hora de despertar de la apatía y asumir nuestra responsabilidad como mexicanos. Involucrémonos en los asuntos públicos, hagamos oír nuestra voz, exijamos transparencia y rendición de cuentas. Solo así podremos construir el país que queremos y merecemos.

Sobre la autora

Ana Olvera es profesora investigadora de tiempo completo en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, con intereses en privacidad, bioética y neuroderechos.
 

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