Opinión
When i met al Sergio Romo
Por Diego Alejandro Reos
Hace cuatro años leí lo siguiente en la columna de un colega de profesión: “Me he resistido a entrevistar a Carles Puyol para poder mantener su efigie como la de un héroe inalcanzable”. Debo reconocer que en un principio me pareció inadecuada su declaración, sin embargo hoy en día la comprendo y comparto más que nunca.
Inundado todavía por la imparcialidad implacable que la escuela te inculca, me parecía inmoral que un reportero/periodista/comunicól
Pero muy a pesar de mi juicio inicial, en la previa navideña de 2016, comprendí a qué se refería mi colega por cortesía de Sergio Romo, ni más ni menos que el three times champion of the world and forever Giant, orgullo del béisbol mexicano y quizá la barba más tupida que hayan visto mis ojos.
Fue por estos días cuando pedí y me aprobaron una entrevista para televisión con Romo. Una especial, de esas donde el reportero está sentado frente a frente con el entrevistado y hay tiempo para generar empatía. Sin muchas prisas de por medio, podríamos llevar a buen puerto la plática. En un día de suerte, nos iríamos de ahí con una buena historia.
Soñé con esa entrevista. En mi cabeza se repetía la imagen de Sergio lanzando en la serie mundial de 2012 contra Detroit. La escena que más me pasó por la mente fue cuando nuestro amigo barbón saltó de felicidad al traer el último out con un ponche sobre el temible Miguel Cabrera.
Idealicé ese día, pero más que otra cosa me preparé. Incluso, sabedor de que la unión hace la fuerza y de que yo no tengo la verdad absoluta de nada, pregunté sugerencias a mis amigos más afines a los Giants de San Francisco, en ese entonces todavía equipo ligado a Sergio.
—¿Qué le preguntarías a Sergio Romo si pudieras platicar con él?—
—Pregúntale que por qué está tan guapo- me contestó mi amiga Dolores—.
Consciente de que no era una buena sugerencia, entonces pregunté a otro de mis amigos. Esta vez fue mejor la respuesta e incluí un par de preguntas extra para la entrevista de la tarde.
Planché la mejor camisa, alisté la grabadora, computadora y celular. Además insistí al camarógrafo para que llegara temprano y estuve en el estadio casi 45 minutos antes de la cita. Nada podía salir mal.
Pero entonces, como pasa en toda situación que requiere de dos partes interesadas para funcionar, cuando una flaquea todo se viene abajo. Y así pasó. Sergio llegó una hora y media después de la cita y se fue directo con sus compañeros, sin siquiera voltear a vernos.
Apostando a que recordara que tenía una entrevista pactada con nosotros, yo y el equipo nos acercamos para saludarlo, sin embargo su mensaje fue tajante: “estoy ocuparou, ahora te tienes que ir”. Ni siquiera hubo un “good afternoon” de regreso.
Los demás peloteros, testigos del cuadro trágico, intentaron bromear para sacudir el estrés del momento: “Chapo ven”, “entrevístame a mí”, “no le hagas caso a ‘Serlliou’, está crazy”.
Sólo pude recoger mi dignidad e irme sin voltear atrás. Empuñé mi libreta y anuncié al camarógrafo que habíamos perdido el juego. Nos dejaron con la cámara al hombro, abanicando con el micrófono y lo que es más trágico: lamiendo el tolete al estilo de Yasiel Puig.
Una parte de mí, la que lo tenía como ídolo, quiso excusarlo un poco y pensé que quizá su español era tan malo que por eso no tuvo tacto al dejarnos tirados. Sin embargo después vinieron a mí las palabras de mi colega sobre Carles Puyol. El Sergio Romo como héroe inalcanzable se había vuelto de carne y hueso en el Estadio de los Charros de Jalisco.